La séptima dimensión.

La séptima dimensión.

Mi Dios tiene nombre de mujer, se llama VIDA. Sus hijos, las grandes dimensiones Espacio y Tiempo. Interaccionan en todo un despliegue a modo de tablero, sobre este mueven ficha. Con el encanto del azar, observan con magnificencia todo lo que han creado: un universo repleto cada vez más grande, con miles de estructuras, dotadas de una especial cualidad que determina su existencia. En uno de sus extremos, una pequeña espiral, y en su cola un remolino que no para de girar. No es más especial que los otros, pero su carácter arrogante les resulta divertido. Destaca Tierra, parecer haber planeado independizarse. No es ella la responsable, sino uno de sus pobladores, los humanos. No recuerdan en que momento se expandieron y reprodujeron hasta considerarse con derecho a poseer, tomando todo lo que encuentran, transformándolo a su antojo y destruyéndolo. La diversión desarrollada comienza a ser patética, ya no se complementan y equilibran, sino que compiten y se maldicen. Pobres ilusos, no se dan cuenta que perderán la partida. Tiempo se frota las manos un poco impaciente, mientras Espacio sufre al pensar cómo se deteriora lo que con tanto mimo creó. Aunque es más fuerte que su hermano pródigo, sabe que sin él no sería posible lo más interesante del juego, su evolución. Ésta tomó protagonismo desde su primer encontronazo, aún rezumba el eco. Sólo le queda esperar, mirando a su madre con ojos piadosos para que le ayude a ganar. Se consuela al saber que la partida no terminará ya que no deja de ser un ángulo obtuso, un recoveco de la eternidad.

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