La historia que nunca se deja de contar

La historia que nunca se deja de contar

Mi padre me dijo una vez, que las personas que te hacen ver más allá de lo que tú mismo ves, son las personas que te harán ser más de lo que tú mismo crees que eres. En aquél momento no llegué a entender lo que significaba aquella frase, ahora, es el perfecto principio para esta pequeña historia.

Me llamo Moira, curiosamente, mi nombre procede de unas hadas de la mitología griega, que asignaban el destino a los mortales cuando nacían. Digo curiosamete, porque mi profesión me hace rendir honor a mi nombre, me dedico a influir tanto y tan fuerte en el destino de las personas, que puedo marcar su futuro con una simple conversación.

El día de hoy, en el que escribo este relato, me hace evocar un día del verano de 2000, cuando tenía 18 años. Había sido el peor curso de mi vida, debía de recuperar al menos dos asignaturas de las cuatro que había suspendido y me encontraba deprimida, sin poder salir a la calle y ver a mis amigos, todo por promocionar un curso más y avanzar hacia el futuro que mis padres querían que tuviese y que ellos no pudieron tener.

Tras mucho esfuerzo, llegó septiembre, y llena de nervios, afronté los exámenes. Algunos me salieron peor, otros mejor, pero mi cabeza me decía que había suspendido el curso. El día de la entrega de notas mi corazón se podía escuchar a un kilometro de distancia, se me salía del pecho cuando recibí la hoja con las calificaciones, y se aceleró aún más cuando mis ojos divisaron tres aprobados y un suspenso, lo que significaba que pasaba a la universidad. Mi alegría era enorme, pero al dorso de la hoja, se encontraba una nota que decía: “Cuando se te pase la euforia ven a verme, te espero en mi despacho, firmado: Miguel”.

Decidida a que ya nada malo podía pasar, llamé al despacho y una voz sería me invitó a pasar. Cuando entré, recibí las palabras que hoy en día inspiran este relato. Mi profesor de historia me enseñó mi examen, tenía un 4, pero en mis notas aparecía un 5. Miguel me explicó el porqué de aquella nota, me dijo que en la vida no todo era numérico, que él, apreció el trabajo, la constancia y la dedicación que como persona había demostrado, que se veía reflejado en mí, que hiciese lo que hiciese, no dejara de luchar por avanzar y lo más importante, que no olvidara nunca esa conversación. También me aconsejo, que tomará otro camino para llegar a la universidad, ya que no me veía preparada para superar selectividad y ya había sufrido mucho.

Le hice caso, tomé otro camino alternativo, un poco más largo, pero que me sirvió para hoy en día estar aquí, comentándoos que la historia se vuelve a repetir. Hace unos años, en mi clase de segundo de bachillerato, una alumna que se llama Nadia, comenzó a llorar, y la cité después de la clase.

Para Nadia, fue un año difícil, era muy posible que suspendiese bachillerato. Entró a mi despacho seria y con los ojos humedecidos, la invité a sentarse y tranquilizarse, y recordé las palabras de mi antiguo profesor, Miguel. La aseguré, que lo último que quería era ver llorar a alguien que sientes que se merece lo mejor y que ha luchado por estar donde ella estaba. La dije, que nunca el tiempo es perdido si nos sirve para aprender y mejorar y que sabía perfectamente que llegaría a lo que ella más quería llegar a ser, profesora. Nadia se marchó de mi despacho dándome un abrazo y susurrándome que lo conseguiría.

Finalmente, hoy, me ha llegado un correo electrónico de aquella alumna, en el que me explicaba que ya se encontraba en segundo de la carrera de Educación Primaria y me daba las gracias por aquella charla de 20 minutos. Sin querer, mi mejilla se humedeció, sin darme cuenta, he llorado de ilusión.

Es la historia que nunca se deja de contar, porque, por suerte mi profesión, puede llegar a determinar el futuro de una persona, porque, como un día me dijo mi padre, si eres capaz de ver más allá en una persona, la harás crecer.

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