Hace muchos años, más de 20.000, cuando el Homo ya había llegado a ser Sapiens y el hielo de la última glaciación descendía por las montañas empujando a frondosos bosques, verdes praderas y grandes desiertos, pasó algo que cambió el curso de nuestra especie:

No fue el control del fuego, que ya habíamos conseguido hace tiempo. Ni que inventáramos la rueda, que todavía tardaría años en llegar. Tampoco fue el lenguaje, ese proceso fundamental que permite el pensamiento y que por entonces era nuestro. Yo me refiero a algo mucho más sutil y difícil de ver, porque no dejó rastro ni indicio que luego pudiéramos encontrar en un yacimiento, y porque una vez lo tienes, parece que siempre hubiese sido así.

Ocurrió en una radiante mañana de primavera, en una playa del Mediterráneo. Estaba el joven Würm en la orilla con el brazo alzado blandiendo su lanza, concentrado, inmóvil, mirando a través de las someras aguas el fondo arenoso. Observaba un rato, luego avanzaba un par de pasos y vuelta a observar. Cuando la arena temblaba y se deslizaba formando pequeños remolinos, con un rápido movimiento clavaba la lanza y ensartaba al pequeño lenguado en ella. “Tengo muchos, la bolsa esta casi llena. El sol está en lo alto del cielo y no tardarán en llegar las mujeres y los niños a recolectar conchas. En la arena he visto alguna almeja ¿Habrá mejillones en esas rocas?” Se dirigió hacia ellas y después de comprobarlo se sentó a esperar.

Disfrutaba de estos momentos a solas, lejos del bullicio de la cueva. Levantó la vista hacia el horizonte. Los azules del agua se mezclaban con el azul del cielo y los rayos del sol brillaban en las miles de crestas blancas que levantaba el viento en las olas. El sabor a sal, el olor a mar y la fresca brisa acariciaron sus sentidos y notó como el vello se erizaba en su piel. Un nudo de emoción que subía por la garganta estalló en su cabeza y le nubló la vista. Cerró los ojos. Por un momento quiso sentirse como el agua, como esas poderosas olas a las que muchas veces temía. Pero no pudo. Solo intuyó una sensación fría y vacía. Luego lo intentó con las montañas. Pero tampoco. “La tierra, la roca, las plantas no sienten –pensó– y esas gaviotas están demasiado ocupadas en buscar comida para ver y apreciar la belleza. ¿De qué sirve existir si no te das cuenta de ello?”

Se vio a sí mismo, distinto a todo, diferente. Él sabía que estaba ahí y podía distinguir el agua, el aire, la arena. Pero nada fuera de él podía notar su presencia. Se sintió solo, muy solo. Buscaba en su entorno algo o alguien que pensara y sintiera como él. Entonces notó el calor del sol en su espalda y se volvió hacia él. “¿Y si es el sol? ¿Y si Él sí sabe que todo lo que ilumina con su luz existe? Él puede ver todo, sentir todo. Sí, esta misma tarde hablaré con Strega, la chamán. Ella me ayudará a aclarar mis ideas.”

Las mujeres no venían. Decidió regresar. Tenía un largo camino hasta el río donde pensó que se encontraría con el resto del Clan. “Seguro que se alegrarán cuando vean los lenguados. Son perfectos para secar al sol.”

Cerca del pino gordo escuchó el primer aviso. No tardó en estar seguro. Lo estaban siguiendo. Si le acechara un oso o un león no lo habría notado. Serían algunos de los hombres del Clan del Norte. El frío que cada año aumentaba más y más, estaba desplazando hacia el sur a las poblaciones, lo que las obligaba a entrar en el territorio de su Clan. Había que darse prisa, podía ser que atacaran a su grupo. “Es solo uno y no muy hábil, debe de ser mayor ¡Anda como un mamut!” Agarró con fuerza la lanza con un brazo y con el otro de un manotazo se deshizo de la bolsa del cuello. Aceleró el paso y se ocultó tras un árbol esperando… Cuando el hombre estuvo a su lado, sin dudar, saltó sobre él y lo derribó. Levantó la lanza y la dirigió hacia los ojos, pero paró. El viejo le miraba, le miraba fijamente y sintió miedo. Lo curioso era que el miedo no era suyo ¡Estaba sintiendo el miedo del otro! Aprovechando el desconcierto de Würm, el hombre lo empujó y salió corriendo. Contento con su suerte desapareció entre la maleza.

El joven estaba confuso. No entendía bien lo que sucedía. Se notaba raro y actuaba de manera extraña. “¿Por qué no le he matado? Entró en nuestro territorio y aquí no hay comida para todos.”

Würm no podía prever las consecuencias de lo ocurrido. Esa misma noche él yacerá con Pesch y en los genes de su descendencia estará esa mutación que nos liberará de la selección natural y que se extenderá como el fuego. En este momento comienza una nueva etapa en nuestra evolución que no será regida ni por el instinto ni por las leyes naturales. A partir de ahora el hombre se dará a sí mismo nuevas reglas. Reglas que regirá su consciencia.

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