Todos querían saber lo mismo, el eco de sus voces rebotaba en mi cabeza haciéndome sentir aún más dolor, si eso era posible. ¡Qué jaqueca!, madre del amor hermosa. La había heredado de mi abuela, como tantas otras cosas.

“¿Por qué?”. Había escuchado esa pregunta tantas veces. Médicos, Psiquiatras, Psicólogos, madre, padre, hermanos, amigo, uno en singular, sí, solo tenía uno, y eso porque lo había conocido nada más nacer, el mismo día, en el mismo hospital, nos habían cambiado de cuna sin darse cuenta y solo deshicieron el entuerto cuando cambiaron los pañales del primero que se había meado y ese había sido Mario, al que habían puesto en mi cuna, y a mí me habían puesto en la suya. Como no, una mente pensante elucubró que Julieta no podía tener pene, menos mal. Conclusión que aquel error había llevado a nuestras respectivas madres a estrechar lazos afectivos y a potenciar los nuestros. “Amigos por error”.

Toda mi vida me he sentido un error, alguien que siempre está en la escena equivocada, como un gazapo. Y no, mi familia era “normal”, si esa palabra tiene algún sentido. “Normal”, en serio, y cuál era la “norma”, tragar con todo lo que la vida “te regalaba” y los «exitosos» te intentaban vender.

No me gusta mi “estado”, ser un ser humano. Que suena raro, si lo sé, imaginaros como le suena a la ristra de preguntones con los que tengo que lidiar en estos momentos. Estoy atada a la cama, “por mi seguridad” según me dicen… No me dejan sola ni un instante.

Cuando recién abrí los ojos y comprendí que mi intento para fundirme en la naturaleza no había tenido éxito, intenté responderles, razonar con ellos, sobre todo con mis padres, los pobres lloraban, maldecían, se maldecían, por no haberse dado cuenta de que su niña “era desdichada”, y me interrogaban, me pedían que les explicara qué necesitaba para ser feliz.

Cuando respondí que necesitaba “transformarme”, “mutar de estado” fueron mis palabras exactas, se armó un revuelo de dimensiones épicas. Me estudiaron de pies a cabeza, tomaron imágenes de cada rincón de mi anatomía y luego me examinaron «la mente», primero con test y posteriormente con largas sesiones con profesionales de la «salud mental». ¿Alguien tiene de eso?, parece que me falta un poco.

Tras varios diálogos con mis captores, profesionales y familiares, caí en la cuenta, mi sinceridad los inquietaba, estupefactos se quedaron la primera vez que lo verbalicé.

No se puede razonar con mentes poco curiosas, es como jugar al frontón, si intentas ir más allá pierdes la pelota, sale del campo. Así que, muy a mi pesar, iba a engañar deliberadamente a mis padres, decidí actuar con mayor inteligencia de la que había demostrado tener hasta el momento, elegí las palabras exactas que necesitaban oír.

Su temor cesó, fueron recuperando su confianza y autoestima poco a poco. Me desataron. Comí, bebí y sonreí como deseaban hasta que llegó el momento que esperaba.

– Mañana nos vamos a casa Julieta -Me había dicho mi madre cogiendo mi mano mientras me miraba y sonreía satisfecha.

Al cruzar la verja vi a Mario sentado en la escalerilla lateral del jardín, cuando nuestras miradas se cruzaron levantó la mano y me saludó, le respondí de la misma forma y salí corriendo a su encuentro, me detuve frente a él y allí me quedé esperando que me lo preguntara una vez más…

  • – ¡Estás preciosa!, ven siéntate aquí conmigo Nat –Me dijo Mario mientras me cogía de la mano y me guiaba para que me sentara a su lado.

– Nat, ¿y eso? – Le pregunté mientras me sentaba a su lado sin rechistar.

  • – ¿Por qué no les has dicho nada? – Me preguntó, observándome con sus ojos negros.
  • – Estás resplandeciente – Le respondí. Su pregunta había cambiado y eso me descolocaba…
  • – ¿A qué te refieres? – Pregunté con cautela.
  • – A la respuesta correcta – Dijo Mario sin apartar su mirada de la mía.

– Y…¿Por qué no? – Articulé en un susurro, mientras sentía las lágrimas rodar por mis mejillas.

– Y… Por qué no – Repetimos los dos fundiéndonos en un abrazo.

FIN.


Nota: fuente de las imágenes internet.

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