–Yo no entiendo nada de política. Para mi es un mundo aparte del que no quiero ni hablar –fue lo primero que escuché del veterano doctor que conversaba con su homólogo.

En la cafetería del hospital apenas si había caras sonrientes, la mayoría tomaba un desayuno que se antojaba amargo por el rictus adquirido. Yo estaba allí después de unas pruebas realizadas y esperaba a que diesen las once de la mañana para escuchar el veredicto del cardiólogo.

–Pase –me indicó una auxiliar.

Aquel doctor, del que poco conocía, era, sin embargo, uno de los mejores en su especialidad. En cuanto comenzó a hablar, sin despegar la vista del ordenador, comprendí que yo era un número más en su lista de tullidos cardíacos. Aun así, aguanté el tipo con la misma indiferencia aunque con la mosca tras de la oreja.

–Ese corazón no funciona correctamente –dijo de forma jocosa para restarle importancia, supongo –me temo que tendrá que ser intervenido en breve.

–¿Tan grave es?

–Las arterias coronarias están obstruidas y tendremos que realizarle varios by-pass. Es una intervención relativamente sencilla pero que, como todas, tiene sus riesgos. De cualquier forma, me gustaría hacer alguna prueba más antes de llegar a quirófano. Le voy a dar cita y en dos semanas vuelve para ver que tal.

–¿Le puedo hacer una pregunta personal?

–¡Usted dirá!

–¿El domingo irá a las urnas?

–Claro, cómo no, yo soy demócrata –dijo convencido de que lo era y con la misma sonrisa hipócrita con la que buscó tranquilizarme de mi problema cardíaco.

Dos semanas más tarde, volví a la consulta sabiendo que la única solución a lo mío era una operación a corazón abierto.

–Espero que sepa que en cuanto se recupere de la operación podrá hacer vida normal. Eso sí, nada de tabaco, alcohol ni comidas con exceso de grasa.

–Pues verá, lo cierto es que no me voy a operar.

–¿Cómo dice?

–Yo también soy demócrata y me he permitido el lujo de preguntar a diez personas sobre la conveniencia de someterme a esta operación –la cara del doctor era todo un poema–. El mecánico de mi coche me dijo que, de ser él, no se operaría. Por lo visto un vecino suyo se quedó en la mesa de operaciones. Otro, el panadero, me dijo que sí, que su madre volvió a nacer y que no hubo problema. El hortelano me dijo que eso lo tendría que decidir un médico y que él no estaba capacitado. También pregunté a un carpintero que me dijo que nada de nada. Y así hasta diez. El resultado fue cuatro sies, una abstención y cinco noes. De manera que tendrá que esperar otros cuatro años a ver si he mejorado o me he muerto.

–Pero eso es una locura. Usted no ha buscado una segunda opinión, a buscado a personas sin ninguna capacidad para opinar sobre algo tan complejo. Al menos el hortelano ha sido responsable.

–Pues sí, mire usted, el hortelano, que es un hombre sencillo, además es responsable. Ayer volví a verlo y me dijo que se había informado acerca de la operación y que creía que no debía pensarlo siquiera. Fue el cuarto sí.

–Bueno, es un alivio saber que alguien se informa antes de dar su opinión.

–¿Y no cree que eso es lo que usted debía de haber hecho antes de acudir el domingo a las urnas?

El doctor se encogió de hombros como si la cosa no fuese con él y no entendiera el reproche.

–En la cafetería le oí decir a un colega suyo que ni entendía de política ni quería entender. Pero luego fue tan irresponsable de ir a votar. Lo siento pero no voy a poner mi vida en manos de un imprudente.

–¡Oiga usted! –se alteró el médico.

–Ya veo que no me ha entendido. Le digo, que antes me opera mi amigo el hortelano que usted. Tiene que saber que la política también mata y que aquellos que votáis inconscientemente sois los sicarios.

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