“Todas las cosas y las personas aparecen disfrazadas.”

Milan Kundera.

El protagonista de nuestro relato era una persona muy popular, de esas que animan las fiestas con su sola presencia. Cantaba, bailaba y se desenvolvía con esa gracia singular que tanto envidiamos los que nunca la hemos tenido. En los bares insistían en invitarle a otra cerveza, a un vino. La gente cruzaba la calle con tal de saludarlo, tal era su consideración. Jamás se le vio envuelto en riñas, si acaso mediando en ellas cuando conocía a los implicados. Era, como suele decirse, una persona que “sabía estar”. Tenía sus malos momentos, como cualquiera, pero los guardaba para sí y solo se desahogaba en la intimidad del hogar.

Carlos, Antonio, Fernando… o como decidamos llamarlo, pues cualquier nombre nos vale para la historia que nos ocupa, se consideraba a sí mismo, y con razón, un hombre con inquietudes. No era ni mucho menos una persona frívola, al contrario, se preocupaba de estar siempre bien informado y poder construir sus propios argumentos.

Fernando, así lo llamaremos de aquí en adelante, vivía de esta suerte feliz, hasta que un día se paró a pensar que, en realidad, la gente no estaba interesada en conocerlo, en saber cómo se sentía o qué pensaba. De hecho, los que se arrimaban a él y tanto parecían apreciarlo, solo le prestaban atención cuando bromeaba, cuando refería alguna anécdota u ocurrencia. Reían con ganas sus comentarios, pero se desentendían cuando intentaba hablar en serio, o aún peor, sonreían suponiendo que se trataba de otra de sus bromas. Esta falta de interés por sus opiniones, por sus motivaciones, creó un resentimiento en su interior que, extendiéndose como una sombra, lo volvió cada vez más irascible. Los conocidos empezaron a evitarlo. El alma de las fiestas se había convertido en un pedante insufrible, siempre dando la lata con las ideas más peregrinas.

En casa, donde ya sabían de sus cambios de humor, aceptaron con resignación el aislamiento al que decidió someterse, con el firme objetivo, según dijo, de escribir -Un libro en el que exponer mis teorías sobre todos aquellos asuntos que considero de interés general-

Pasó más de un año entregado día y noche a su magna obra, escribiendo, documentándose, corrigiendo… hasta que consideró que estaba terminada. “Compendio general de asuntos actuales”, la llamó, y en ella podían encontrarse artículos sobre temas tan dispares como la construcción europea, la música étnica o los números primos, por señalar algunos.

Fernando, como ya habrán deducido a estas alturas del relato, era una persona de fuertes convicciones, tozudo quizá sea el adjetivo más apropiado. Así pues, con el manuscrito bajo el brazo se paseó por todas las editoriales de la ciudad, intentando que su obra viese la luz y el público en general pudiera acceder a los conocimientos que en ella había volcado. Por imposible que parezca, una editorial de reciente creación y, por lo visto, escasos fondos literarios accedió a su publicación.

Los acontecimientos se sucedieron como en una extraña conjunción: la publicación coincidió con la presencia en la ciudad de uno de los intelectuales del momento, un destacado creador de opinión. Nuestro Fernando se enteró de que el célebre estudioso iba a ser entrevistado en un programa de máxima audiencia de TV. Por medio de un familiar que limpiaba los estudios, accedió a la zona de camerinos y, en un descuido de los de seguridad, obsequió al famoso con una copia dedicada de su “Compendio general”. Desde el comienzo del programa se notó la falta de sintonía entre el presentador y el invitado, que, por qué no decirlo, daba muestras de ebriedad. Ante una pregunta sobre las futuras relaciones entre Estados Unidos y México, ahora que el famoso muro ya había sido construido, el entrevistado se desmarcó diciendo que, en realidad, el único tema político que de verdad le interesaba era la construcción de una Europa unida, cimentada sobre la riqueza de sus diferentes músicas étnicas, y donde los pueblos no fueran considerandos como una mera sucesión de números primos. Dicho esto, se levantó y abandonó los estudios.

La entrevista tuvo una enorme repercusión, y el editor de nuestro particular escritor tuvo la feliz idea de promocionarlo con las referencias que en el libro aparecían sobre los temas que ya imaginan. Fue un éxito de ventas asombroso, en especial no tratándose de una novela y siendo además de una calidad difícil de apreciar. -Hay que saber leer entre líneas- comentaban los cada vez más numerosos lectores de tan compendiada obra.

El protagonista de nuestro relato, que ya no necesita el nombre que ha venido usando de prestado, sintió una especie de alivio, una realización personal que consiguió que su carácter volviera a ser tan sociable como en tiempos lo fuera. De nuevo era el protagonista de todas las fiestas, volvió a las invitaciones a cervezas y a vinos, volvió la gente a cambiar de acera para charlar con él… Parecía que nuestro hombre había recuperado su vida de felicidad, hasta que un día se paró a pensar que, en realidad, la gente no quería oír sus chistes, reír sus anécdotas. La gente estaba interesada en conocerlo, en saber cómo se sentía o qué pensaba. Esta falta de interés por su sentido del humor, por sus ocurrencias, creó un resentimiento en su interior…

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