Única, así es como me considero. Hablemos de «unicidad», sí, ese arma de doble filo, tan necesaria como repudiada. ¿Por qué nos produce lástima observar de lejos aquél chico comiendo sólo en el restaurante? ¿Es realmente horrible acudir sólo a una sesión de cine? ¿O es que, amigos, estamos terriblemente presionados por una sociedad que nos inculca y nos recuerda constantemente que somos animales superiores tremendamente afectivos? Sea como fuere, estamos «afectivamente pautados». Cuántas veces habremos oído la eterna pregunta…»¿Y para cuando una pareja? Que se te va a pasar al arroz», permítanme, señores, tomarme el lujo y la libertad de aclarar que el único arroz que se pasa es el que cocemos más de la cuenta, a la «cubana» o en paella, hay dónde elegir.

Pero volviendo al grano, nunca mejor dicho, creo que el mundo necesita más «soledad elegida», más enamorarnos cada día de nosotros mismos, establecer nuestras propias conversaciones es uno de los más sanos ejercicios que podemos llevar a cabo, «hablar con uno mismo», suena a locura, pero, ¿quién no ha anhelado nunca la libertad de un loco? vivir sin miedo, sí, esa es la clave.

Siempre he pensado que tenemos el «yo interior» y el «yo exterior». Ambos nos pertenecen, pero, ¿son iguales? ¿son si quiera parecidos? Os voy a relatar mi punto de vista.

Por un lado, tenemos el «yo interior», un alma enjaulada, quiere salir, pero teme, teme al cambio y cuenta con una gran enemiga, la sociedad. El «yo interior» se cuestiona continuamente, qué está bien y qué está mal, cómo debe actuar. A veces quiere desmelenarse, desaparecer…pero ahí se encuentra, en su jaula social, cuestionándose…limando los barrotes con excusas para sentirse menos culpable. La culpa, la gran amiga de nuestra moralidad, la que nos frena, nos limita, pero nos hace mejores ciudadanos, la verdad sea dicha.

En cualquier caso, entra la disonancia cognitiva de no saber si quedarnos con la culpa o con las ganas, tentaciones…benditas tentaciones.

Por otro lado, entra en escena el otro yo, el «yo exterior», éste no tiene tanto de alma, es un muro, sí a este «yo», lo llamaré «muro». Cuidamos la gran mayoría de nuestro «muro», queremos que esté limpio, sin grietas, pero el inexorable paso del tiempo hace que empiece a estar defectuoso, y eso nos genera ansiedad. Nuestro «muro» tiene que estar en perfectas condiciones, o bien lo reformamos y contratamos obreros en forma de bótox y bisturí, o bien compramos la pintura más potente para tapar todos sus defectos. El caso es que nuestro muro luzca bonito ante la sociedad, una vez dentro de casa podemos lijarlo y masacrarlo, no cuidamos demasiado su imagen para su amante bandido, nuestro ya mencionado «yo interior», el que lo soporta, el que guía su alma y ahí, queridos lectores, está el error.

Volviendo a la discusión inicial de la «unicidad», quiero recalcar y recalco, que nunca somos lo suficiente autocríticos para darnos cuenta de lo valiosos que somos. Esa alianza entre el «yo interior» y «yo exterior» o «muro» debería ser tan pura como perpetua. De nada nos sirve vernos bien cuando llegan los obreros a arreglarnos el muro, si después con una lija y un martillo lo haremos pedazos, y, esa lija y martillo no será más que tu «yo interior» con la metralleta de la culpa, la comparación, el perfeccionismo…¿Por qué en vez de exigirnos tanto, nos exigimos mejor?.

¿Y qué implica exigirnos mejor? ¿Quién lo decide? ¿Acaso hemos de exigirnos? No lo sé. Lo único que tengo claro, es que son pautas que deben dictar tu «yo interior» para hacerte bien a ti, sí, a tí, un poco de egocentrismo, por favor. Un poco de «yo, me mí, conmigo» es un caramelo al «yo interior» un refuerzo que crea hábitos saludables para el alma.

Y retomando el tema de la pareja, del arroz pasado, y demás frases demoledoras para quien busca consuelo en el amor. El amor, en términos de monogamia y amor «para toda la vida», es un hecho cada vez más difícil en estos tiempos. No quiero decir con esto que no creo en él, en absoluto. El amor me parece la motivación más maravillosa para movilizar al mundo. Pero me gustaría explorar los entresijos del amor y no vender el amor como esa pieza que nos venden, la del amor eterno y en pareja. ¿Por qué en pareja? Cómo antes he relatado, creo que el ser humano cuenta con dos «yo», un par, con ese par se puede formar una pareja ¿verdad?. Entonces, ¿por qué tanta obsesión por buscar fuera de nosotros? y, lo más importante, ¿por qué formar sólo una pareja? El método es sencillo: para formar una pareja fuerte, sana y cohesionada con otra persona, primero deberás formar un amor eterno con tus dos mitades, tu exterior y tu interior y una vez realizada esa ardua tarea, estaremos preparados para salir fuera y encontrar otra persona con la que compartir, y, por la salud de tu «yo interior», procura que esa otra persona tenga sus dos mitades tan reconciliadas como las tuyas.

En definitiva, y a modo de cierre de reflexión, me gustaría recalcar que no estamos solos, porque no somos uno, somos un conjunto de maravillosos defectos por unir, por hacer que se amen, sí, ama tus defectos y logra convertirlos en virtudes, es lo que se llama pulir tu mejor versión día a día. Recuerda que, por muy limpio que tengas el «muro», el «yo interior» lo ensucia si no está en paz con él, y ni el mejor de los obreros logrará que luzcas atractivo ante los ojos de otros, ya que, aunque ambas son importantes, la conexión mental es infinitamente más seductora y adictiva que la física.

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