¿Quién es el valiente?

¿Quién es el valiente?

Ese día el profesor llegó como siempre al instituto. Con paso apurado, sus gafas para la miopía, libros en una cartera y una idea en la cabeza de cómo llevar la clase. Pensó en una clase como tantas, aunque sus clases no eran precisamente magistrales -en el sentido más erudito del término-, tenían un registro desde el que hacía tiempo pretendía motivar y hacer pensar sobre lo que se hablaba y leía. Le interesaba ser cuestionado desde el pupitre. Esa mañana no se planteó nada extraordinario. Normalmente decía a sus alumnos que abrieran el libro por el tema o autor que tocaba estudiar, y a continuación hacía una disertación interpelando a sus sugerencias y abriendo un debate.

Entró en clase, saludó, se sentó en su mesa y abrió un libro. Sus alumnos sacaron unos comentarios esperando el momento de su corrección. El día anterior dejó claro que había que traer hecho un comentario de texto sobre «La República» de Platón, señalando especialmente las ideas del filósofo referidas a la justicia, el bien y el mal.

Pasaron diez minutos…

Se quedó inmóvil, sin siquiera parpadear. Se oyó un murmullo, y…

– ¿Profe, no quiere ver los comentarios de texto? -Preguntó el alumno diez-.

Continuó inmóvil, como si estuviera en trance. La excesiva penumbra del interior de la clase, junto con su rigidez y el chorro de luz que sobre él proyectaba la ventana, hacía pensar en una escena de un lienzo tenebrista de Caravaggio.

De pronto cerró el libro, se levantó de la mesa, y dirigiéndose a sus alumnos, como si acabara de descubrir la penicilina, sentenció:

  • -¡TENER ESTUDIOS NO ES IMPORTANTE!

Silencio… Más silencio… Y a continuación risas. Parecía claro que el profesor quería poner a prueba sus habilidades para razonar. No sería difícil rebatir una afirmación tan poco consistente.

– Señor profesor, bien sabe usted que eso no es cierto -dijo alguien-. No pretenderá que nos creamos algo así. ¿Qué hace usted aquí entonces? -continuaron las risas-.

Los demás aplaudieron una contestación tan sencilla como contundente.

  • – Os voy a demostrar lo equivocados que estáis -replicó el profesor-

Y prosiguió:

  • -Si yo en lugar de tener estudios universitarios y ser vuestro profesor, tuviera el carnet de algún partido político, podría ser diputado y ganaría dos o tres veces más. Si en vez de ser diputado fuera eurodiputado, viajaría varias veces al mes en clase preferente. Si llegara a presidente del gobierno, y para eso no es necesario tener estudios, viviría como «un rey». En el peor de los casos daría conferencias bien pagadas para convencer a los demás que lo mejor es recortar en becas y no invertir demasiado en la educación pública para que cuadraran las cuentas públicas. Y de conferencia en conferencia podría buscar un paraíso fiscal para no pagar impuestos.

Al fondo alguien exclamó:

  • -¡Eso es corrupción!.
  • -No es corrupción. Es legal todo, salvo lo de evadir impuestos… Aunque también es legal cuando el gobierno promulga una amnistía fiscal para que los que evaden impuestos regularicen su situación pagando menos de lo que les corresponde -replicó el profesor-.

Siguió:

  • -Como también es legal que un gobierno abandone la educación, la cultura, el arte, la investigación, y grave con impuestos exagerados a los artistas. Y no solo es legal, es casi un mérito reducir las humanidades, incluida la filosofía, en los planes de estudio.

– ¿Suprimir la filosofía de los planes de estudio es un mérito?. -preguntó alguien-.

– Para los gobiernos que no quieren que los ciudadanos piensen por si mismos, y tengan capacidad crítica, sí. Lo único que importa es consumir. Por eso el ministro de Educación dijo que en los nuevos planes de estudio, tendrán más importancia las asignaturas prácticas. Además os hacen creer que la carrera es el oficio que vais a desempeñar, y no es cierto. Y no puedo imaginarme una sociedad que no se pregunte por la verdad, la belleza el amor o la trascendencia.

Silencio… Una pregunta interrumpió el silencio:

-¿Entonces no debemos consumir?. ¡Joder!

  • -Sin palabrotas -contestó el profesor-. Consumir sí, pero lo necesario, el mundo no es un basurero. Os diré más: en este país protestamos si un camarero nos trae el café frío, pero no por lo que os acabo de decir.
  • -¡Pues nosotros vamos a…!
  • Interrumpió el profesor:
  • -No hay presupuesto para comprar libros para nuestra biblioteca, pero lo hay para celebrar el día de las fuerzas armadas.

  • -¿Entonces, no se debe celebrar el día de las fuerzas armadas?
  • – Lo que hay que celebrar es el día de la Paz, de la Sabiduría, de los Derechos Humanos y de entendimiento entre los pueblos.
  • -¡Pues si que hay que protestar! -se oyó-.
  • – No os quiero desanimar, pero con la ley «mordaza» lo teneis difícil -contestó el profesor con cierta tristeza-.
  • – ¿Qué es la ley mordaza?.
  • – Es una ley que pretende que no se pueda protestar, ni manifestar, ni hacer chistes…, y quien lo hace se expone a multas y denuncias -explicó el profesor-.
  • -Dijo mi abuelo que en su época pasaba lo mismo…, vamos en los años cuarenta o así.

Suena el timbre. Los alumnos guardan sus comentarios de texto. El profesor se despide.

El director lo mira incrédulo cuando presenta la dimisión en su despacho. Él observa el cuadro con la imágen del Rey que tiene enfrente, y piensa que sería más coherente una réplica de una escultura de Rodin, de cuadro de Monet, o de una simple frase de Shakespeare. Le explica al director que no puede continuar en la enseñanza, porque no tiene la valentía de ponerse delante de una clase y convencer a sus alumnos que tener estudios es importante.

«La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo»
(Nelson Mandela).

Unos años más tarde un ex alumno suyo -ya profesor-, portaba una pancarta en una manifestación: «La creatividad es tan importante como la alfabetización«. Era parte del reto de la enseñanza del futuro. Un futuro tan incierto como cercano.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS