No quiero café, no, la cafeína se me adhiere a lo más cercano que tengo: la razón.

Siempre me he preguntado por qué este alcaloide no está entre las drogas prohibidas, existe una adicción y un síndrome de abstinencia del café más que probados; tal vez sea un olvido o solo falta de lógica. Bueno qué más da, una más del repertorio de conductas incongruentes…

El café es el aroma del recuerdo, el mío es el de estudiante. Lo tomaba para mantenerme despierta y amarrar mi memoria en tiempos de exámenes. Tengo que reconocer que aún me encanta su olor ¡uhm! esa agua evaporada que atravesaba la molienda en la pequeña cafetera italiana de rosca. Se impregnaba toda la habitación… esa cafeína que se bebía a sorbos largos y se iba sintiendo a cada trago…Sí, claro, que me quedaba despierta y hasta las tantas, pero llevaba muy mal esa taquicardia que me acompasaba la memoria; se me nublaba un poco la mente (me imagino que por la dosis) y mucho peor cuando me iba de vareta, aumentaban mis ondas peristálticas, convirtiéndome en un trapo, ablandando lo más íntimo y cavernoso: mi opaco ser interno.

El café es para mí bandera roja, mar embravecido, apretón de esfínter hasta el “water closet”, al trono; y para colmo que no tenga ese bendito papel higiénico a mano y cerca ese otro práctico invento español que es la fregona. Valiente artilugio. Un palo con una peluca de tiras de trapo o de fibra… ¿Cómo a algo tan simple, le han colocado tantos nombres? Lampazo, trapeador, mapo, mopa, trapero, coleto, suape, palo de repasar, mocho (ese sí lo conozco), aljofifa (este último, tan cursi y que, para colmo, es andaluz). Y pensar que la fregona solo es un año mayor que yo; es joven, muy joven…. y hay que ver el avío que hace. Eso sí, poco usada por la parte masculina del hogar. ¿Y quién lo diría? es un invento ingeniado por un hombre, je,je, lo que digo incongruencias. Es como muchos oficios: cocina, cocineros; tela, sastres; zapatos, zapateros; joyas, joyeros…Oficios donde la mujer tiene la mayor parte del disfrute. Pues sí, un invento español, nada menos que el artífice fue ¡un ingeniero del ejército del aire!, si al menos hubiera sido la escoba… Le llamó “aparato fregasuelos” ¡qué ocurrente!

Ya no tomo café desde hace tiempo, con razón, procuro mimar mi sueño y no sentirme despierta como una lechuza en la madrugada escuchando los sonidos de mi más allá. Para colmo me han contado que influye en la osteoporosis ¿sabes lo que supone esto para las pre, post, menos, páusicas? Sobradas son las razones. Desde hace tiempo me he dejado llevar por infusiones más lights: hierbaluisa, manzanilla, anís. He vuelto a mis orígenes, cuando era pequeña siempre tomaba manzanilla. Recuerdo el techo del cobertizo de la abuela lleno de manojos de manzanilla. Olores que se mezclaban con higos secos, vino mosto, pasas, almendras, aceite,…

El origen de todo dicen que fue una explosión “Bang”. La fermentación de la vida. Es como si a una lata de cerveza la tiramos contra una piedra “Pshhhh”, burbujas, espuma y agua. Así de simple. Ni fu, ni fa, y las levaduras desparramadas, volteadas. Y por un casual, en este apasionado torrente, los ácidos nucleicos confeccionando el punto de partida de lo que será la línea genética de los humanos. Son tres mil genes los que compartimos con este hongo S. cereviciae, ¡vamos, que somos un 12% levadura!, ¿quién lo diría, verdad?

Si se trata de vivir más tiempo, pues yo tiro para mis orígenes. Prefiero la cerveza al café. Me reconcilio más con ella fuera de las normas del gusto y del sentido común. Es cuestión de opciones, para mí es más acertado salir corriendo al baño por problemas de diuresis. Más juicioso diría yo, y no hay que echarle tanta imaginación en momentos de apuro. Y también es cuestión de temperamento, ya lo decía mi paisano Huarte de San Juan, con el cerebro más húmedo el recuerdo y el entendimiento fluyen y no se me nubla tanto la mente, caramba.

Venga echamos una cervecita? yo pongo la música

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