Recuerdo que en la primavera de 2015 se decía que estábamos en la “Primavera del Pacto”. Estaba de moda pactar, medio mundo pactaba, dialogaba, consensuaba con el otro medio. Veíamos como la izquierda radical se arreglaba con la izquierda moderada e incluso amagaban algún que otro apaño con la izquierda nacionalista; ésta, a su vez, era capaz de dialogar sin alterarse con el nacionalismo conservador; los otrora ciudadanos moderados de una u otra vertiente, bien arrepentidos, o bien convencidos, bisagreaban dejándose querer ora a un lado ora hacia el otro. Quien podía, pactaba; quien no, clamaba por ello. Daba la sensación de habernos vuelto tolerantes, casi amables; quién lo iba a decir no mucho tiempo antes, la política marcando tendencia en una sociedad que se auto declaraba harta, no sin razón, ante tanta sin razón.

Una mañana, en esa primavera “pactoril” sorprendí a mi esposa negociando con las golondrinas que habitan el nido colgado en nuestro balcón; pretendía renovarles el contrato de arrendamiento una primavera más, a condición de que no revolotearan dentro de la casa, incrementándoles el exiguo precio del año anterior únicamente en el IPC.

A pesar de lo generoso de la oferta, me pareció un poco fuerte y así se lo hice saber. Ten en cuenta, le dije, que son inmigrantes, más que eso, refugiadas diría yo, y que probablemente ni siquiera cobren la ayuda a la dependencia, o cualquier otro tipo de subsidio inventado para atar en la necesidad a los necesitados. No deberías aprovecharte de la situación. Al final me hizo caso y las realquilamos sin incrementos. Pero se mantuvo firme en la condición de que no invadiesen nuestro espacio aéreo.

El año pasado estrechamos nuestros lazos cuando conseguimos salvarle la vida a una de las crías que se había caído del nido antes de saber para qué sirven las alas.

Por eso, esta primavera me alegré mucho cuando empecé a notar que llegaban las primeras. Aunque se haya convertido en una tradición, esperas con anhelo ese momento, igual que cuando recibes por Navidad al hijo ausente. La Navidad no empieza hasta que él no está en casa; pues con la primavera y las golondrinas nos pasa otro tanto; con las nuestras, las de la familia.

Ya están volviendo las oscuras golondrinas, le dije a mi mujer poniendo voz de poeta, cualquier día de éstos llegarán las nuestras. ¿Qué tal estará el nido?, ¿necesitará una mano de pintura? El domingo por la mañana, al abrir el balcón me encontré en el suelo a una, no sé si el padre o la madre, muerta. Se conoce que no pudo superar el cansancio de un viaje tan agotador, o quizá resultó herida en la ardua lucha contra los controles fronterizos.

Ya se sabe que en esta sociedad tan insolidaria, los inmigrantes, sobre todo los que vienen de África, cada día lo tienen más difícil.

Descanse en paz.

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