Un día decidieron reunirse Dios y el diablo para tomarse un par de cervezas y hablar sobre el rumbo que estaba tomando la humanidad. La cita fue programada en el bar preferido de ambos. Primero llegó Dios, era un hombre canoso, de barba larga y blanca. Traía encima un gabán negro bastante grande, una camisa blanca apuntada hasta el cuello, tenía puesto un pantalón de dril del mismo color de la gabardina y unos zapatos tan limpios que podía ver su reflejo en ellos. Entró al bar, se sentó en la mesa más alejada y le pidió a la camarera dos pintas de cerveza, una roja y otra negra. Minutos después entró el diablo, era un hombre joven de pelo negro y largo, una barba de chivo bien peinada le adornaba el mentón. Lucía un traje a rayas gris bastante fino. No más al entrar vio a Dios a lo lejos. Se acercó, se dieron un apretón de manos y se sentó junto a él.

– Tiempo sin verte Barba – dijo el diablo.

– Tal vez una década o dos.

– Aquí están sus cervezas – interrumpió la camarera mientras ponía dos porta vasos en la mesa y el par de birras en cada uno de ellos.

– Gracias – dijo Dios.

Dios tomó la cerveza roja y le dio un buen sorbo, lo propio hizo el diablo son la suya.

– Los humanos no tienen salvación – dijo el diablo rompiendo el silencio, – tantos milenios de masacres, odio injustificado hacia sus semejantes, nulo respeto por la tierra que habita, ¿por qué aún los amas?

– Supongo que es la fe.

– ¿La fe? – preguntó el diablo extrañado.

– Si, la fe en ellos. En el mundo hay gente mala. Pero también hay personas buenas, personas que se ponen en el trabajo de día a día para ayudar a su prójimo. Me gusta pensar que son más los buenos que los malos, más los que hacen algo por cambiar al mundo.

– No lo sé. La mayoría de los que hacen eso, a la larga lo hacen para conseguir un puesto en tu paraíso, o por lo menos para salvarse de mi infierno. Actúan con esa falsa bondad en tu nombre solo para obtener el perdón eterno.

– No te voy a permitir que hables así de ellos – repuso Dios enfadado, – también muchos mataron, violaron y discriminaron en mi nombre, y eso no los salvó de su condena.

– No te lo tomes a mal, pero sabes que hay cierta verdad en lo que digo. De todas formas es irrelevante lo que tú o yo pensemos. Ellos están allá y nosotros acá, no hay nada que yo pueda hacer para corromperlos o tu para salvarlos.

– Eso es cierto. Les dimos el libre albedrío, prometimos no involucrarnos y así será hasta el final de los tiempos.

– Y, aun así, ellos me siguen atribuyendo la maldad que hay en el mundo, su maldad. Es un tanto descarado que me culpen a mí por sus podridas almas. No he tenido que mover un solo dedo para todos los actos atroces que se cometen a diario, no he susurrado en ningún oído cuando un hombre viola a una mujer para satisfacer sus enfermos placeres, ni tampoco es obra mía la indiferencia colectiva que deja morir miles de niños al día porque no tienen ni un pan para comer o a un hogar al cual llegar.

– Tampoco he sido yo quien ha movido los hilos cuando alguien dedica su vida a mejorar la de los demás, o cuando una persona se opone a un dictador por ideales fuertes y justos. Ya te dije, ellos tienen la libertad terrenal de hacer lo que quieran, las mismas leyes humanas se encargarán de premiarlos o castigarlos, y ya luego se las verán con nosotros – respondió Dios en un tono sereno.

– Está bien, ya se las verán con nosotros los que son extremadamente buenos o extremadamente malos, pero ¿qué pasa con esos que simplemente ven la vida pasar?

– Ah mi querido amigo, esos son los peores, los tibios. Van por la vida creyendo que no hacer el mal es hacer el bien, y no hay mayor equivocación.

– Esta vez no estoy de acuerdo contigo. Una persona no es buena ni mala. Me explico, pienso que la humanidad en general está podrida y está destinada a la perdición, pero creo que una persona del común no es buena ni mala, simplemente realiza acciones, es difícil ponerlos en una balanza y tacharlos como benévolos o malévolos.

– Yo no te entiendo viejo, hace unos minutos los atacabas y ahora los defiendes. Esos, de los que hablas, son los mismos que van a misa los domingos esperando que por dedicarme una hora de su vida van a tener las llaves del cielo, y eso no funciona así, dar una limosna no es hacer el bien, comerte un pedazo de levadura no es predicar el amor.

– No me estás entendiendo. Yo sé que eso no les garantiza un puesto en el paraíso, pero tampoco los condena a mi infierno. No hacer el mal no es hacer el bien, pero no hacer el bien tampoco es hacer el mal.

– ¿Entonces qué es? – preguntó Dios frunciendo el ceño.

– No es nada. Pero a eso quiero llegar, no es nada porque no existe una persona en el mundo que simplemente no haga nada, no todos son santos o diabólicos, pero sí todos tienen buenas acciones diarias como regalarle una sonrisa a alguien que la necesitaba o malas acciones como desquitarse con alguien por haber tenido un mal día en la oficina. Esto no es cuestión de extremos.

– Puede que tengas razón.

– Ya sabes lo que dicen: más sabe el diablo por viejo que por diablo.

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