Prolegómenos en torno a una extraña Psicosis

Prolegómenos en torno a una extraña Psicosis

En un rincón de la cafetería, el doctor, ha apurado con cierta desazón el último tercio de la jarra de limonada sin dejar de pensar en cual ha de ser el monto de sus emolumentos con el nuevo aumento conseguido después de finalizada la famosa huelga de “las batas blancas”. Es el trajinado pero placentero ejercicio con el que tiene que enfrentarse al final de cada mes, después de las escalofriantes y extenuantes sesiones con los pacientes en el Hospital Mental.

Ahora, aparentemente un poco mas sosegado, y dueño de sí, sopesa con secreto furor la equilibrada sonoridad de los acordes de la música de fondo que inunda el recinto del salón, y es en ese momento, cuando le halla explicación a ese problema filosófico que le mantenía en vilo desde su época de estudiante de secundaria: “las cosas y los fenómenos sólo toman sentido cuando entran en relación con algún sujeto cognoscente”

En ese momento, presa de un extraño y callado delirio, con cierta carga de inexplicable triunfalismo, empieza un simple y aparentemente nimio ejercicio de elemental inferencia, al preguntarse en voz baja: ¿Acaso tendría sentido la obra de arte que ahora se escucha, encarnada en el mambo “Cerezo Rosa”, magistralmente interpretado por el gran músico cubano Dámaso Pérez Prado, sin la presencia del culto y refinado melómano? ¿Cuál sería la actitud de un desprevenido transeúnte sin ninguna o poca sensibilidad artística ante la gran sonoridad de esa trompeta como si fuese una prolongación espiritual del músico enajenado?

Siempre había pensado un tanto despectivamente que aquella aseveración tenía poco peso filosófico, dando a entender que su inflada trascendencia se debía a una moda, mas de corte ideológico, que a una rigurosa argumentación filosófica que puso en moda “El existencialismo” a mediados del siglo pasado. Pero ahora empezaba a reconocer el carácter erróneo y temerario que encarnaba aquella aseveración suya; ignoraba la solidez y la fortaleza argumentativa de aquellos aportes fundamentales del autor del “La Náusea”, esa gran novela de tesis, donde no lograba explicarse aquel pasaje en el que Antoine Roquentin asimilaba a la misma condición a su pipa con aquel enorme gusano blanco.

Sintió de nuevo el leve escozor que siempre precede a esa indescriptible angustia cuando logra hilvanar algún pensamiento con tal de aventurar una respuesta; hasta que poco a poco, va desapareciendo ese estado de tribulación. Ahora, la presencia de aquellos indómitos pensamientos parecía irle sumergiendo poco a poco en un mar de reminiscencias e intuiciones sobre el origen y la necesidad de darle sentido a todos aquellos actos que le hicieron tomar la impostergable decisión de abrazar los estudios de Psiquiatría.

Sólo en aquellos instantes, logró atisbar la dimensión del carácter problemático de la incesante lucha que yace en el carácter complejo de nuestra voluntad, siempre asociada a esa facultad propia de nuestra existencia, impulsando, como un eterno devenir, nuestras elecciones y las constantes decisiones que hemos de tomar permanentemente como único soporte de todos nuestros proyectos de vida.

Se mordió los labios y nuevamente se disculpó en silencio por su ignorancia al emitir aquellos juicios tan equívocos y superficiales sobre los puntos de vista del gran filósofo francés. Ahora, un poco mas sosegado, y sin necesidad de complicadas elucubraciones, podía explicarse con cierta alegría, el fundamento de esa misma relación que se establecía en doble vía, donde además de ser los arquitectos de nuestro destino, eso implicaba darle sentido a todo ese inmenso decorado que ahora gira en nuestro entorno.

Sintió que en ese momento era llevado de la mano hacia el camino de la sublimación. Sentía abrirse paso a través de alguna nebulosa y a punto de tocar la puerta que lo pondría frente a un escenario inconmensurable; algo inmensamente pletórico e ignoto.

“Pero estamos irremediable y terriblemente solos. Y lo peor es que somos conscientes que siempre estaremos abocado a esta triste condición de la que nada podrá salvarnos”

En ese momento de extraña alucinación, no advirtió el llamado que se le hacía a través de los altavoces de los pasillos, requiriéndolo con suma urgencia en la junta de médicos; o tal vez le dio poca importancia a los aburridos y solemnes devaneos y peroratas para diagnosticar o certificar sobre la nueva patología de algún comportamiento esquizofrénico.

Una vez mas pide otro vaso del mismo refresco y ordena repetir el CD, mientras con gran calma y diligencia, empieza a clausurar puertas y ventanas para desconcierto de los escasos visitantes. Acomodado nuevamente sobre la mesa, se entrega con extraño éxtasis a la alucinante audición, mientras algunos concurrentes se escabullen por las escaleras que conducen al sótano.

“Hoy quiero morir tranquilo”, se dijo muy suavemente, sin que la conclusión de sus fatídicas elucubraciones hubiesen sido perturbada por las remotas voces de otros ámbitos ni por los pitos de los buses multicolores que nunca acababan de girar sobre la misma avenida. Echa un último vistazo a la fotografía que ha sacado de su cartera donde aparece una mujer joven con un niño entre sus brazos.

Antes de tomar la fatal decisión, hace un gran esfuerzo por hallar en aquel denso fluir de imágenes y recuerdos, alguna intuición que le de alguna pista sobre la triste biografía de esa alma amarga y desgarbada que ahora encarna en él. Pero nada! Sólo sentía insinuarse nuevamente el indescriptible desaliento que siempre precede a ese estado de desesperanza y soledad antes de que comience a maldecir a Platón.

En esos momentos, la noticia llega hasta donde se encuentran sus colegas, quienes con gran algazara suspenden la junta médica y llegan a tropel para tratar de persuadirlo o de violentar las cerraduras si es el caso.

Es ahí, a través de los cristales, cuando alcanzan a ver que el joven médico les insinúa una tenue sonrisa, mientras saca de su bata un arma de fuego, y coloca sobre su abdomen el reluciente cañón. Tras el estampido, sigue entonándose una melodía afinada y lenta, interrumpida momentáneamente por algunos gemidos y los violentos estertores.

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