¿Dónde queda la cordura?

¿Dónde queda la cordura?

El espacio que queda entre la planta de mis pies

y el ardiente suelo de hormigón

–agujerado por la falta de concordia–,

no es propio de la persona templada que debo ser,

ni del primate aturdido por tanta desolación.


Es consecuencia de la ira, de la impotencia,

del amargor de mi garganta y del extremo tenaz

del ser humano por acabar con lo que queda

de aquel paraíso creado por un Dios inconsciente,

que no supo elegir a la especie dominante.


Quisiera, yo, como si fuese un ser solo voz,

acompañar al viento en una espiral tormentosa

que aturdiera los sentidos con murmullos sangrantes,

con puñales impregnados del brillo de la compasión.


Gritar sin descanso con lamentos sollozantes,

emular el alarido de un árbol recién cortado,

el suspiro de la naturaleza, cercenada sin sentido.

mientras todo se nos hace cotidiano.


Quisiera, yo, como si fuese pluma de plata,

subir mis pensamientos al peldaño de la palabra,

a la cúspide de la escritura para, carente de empatía,

despeñar mi angustia por los acantilados de la tristeza.


Dejar constancia de mi decepción,

abrazar los infiernos en busca de reposo

y recostarme en las afiladas garras de la muerte,

para sucumbir al acontecimiento de la extinción.


Quisiera, yo, como si fuese… sin ser nada.

acompañar a los albatros en sus largos viajes

–fruto de mi locura–.

y olvidarme del estúpido murmullo complaciente del ser humano,

mientras destruye su cuna y desteta su última ubre en pos de la abundancia.


Aun así, y dentro de mi camisa de fuerza,

pienso dejar el silencio para tiempos mejores.

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