Todo era humo,
humo y música.
Todo era noche,
noche por siempre.
El cielo estallaba en mil pedazos.
¿Lo recuerdas?
La vida se escapa de nuestras manos.
Lo sabíamos.
Y cuando sentía que dejaba de respirar,
y que tal vez el miedo se iba a apoderar de mi,
yo buscaba tu mirada entre la gente,
entre la multitud.
Y tú sonreías
y tus ojos latían
cuando me respondías lo que yo
no te había preguntado todavía.
“Qué importa, somos jóvenes”.
Y me lo repetías:
“Qué importa, somos jóvenes”.
Y mis ojos se cerraban,
nuestras manos se juntaban
prometiendo un para siempre.
Qué importa, somos jóvenes.
Qué importa ,somos jóvenes.
Eternamente jóvenes.
Y nada importó,
y nada importó.
Hasta que todo
comenzó a importar.
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