UN PUNTO POR UNA VIDA

UN PUNTO POR UNA VIDA

fusilamientos¡Por favor abuelío!- supliqué utilizando  aquél mote cariñoso que, el primero de sus 45 nietos decidió adjudicarle, sin piedad. Sabía que así le tocaría la fibra sensible

-¡cuéntamelo otra vez!

-Está bien niña- claudicó finalmente con los ojos  inundados de ternura- pero sólo si prometes que no se lo dirás a tu madre. ¡No es una historia para niñas de tu edad!

Me acomodé entonces bajo las sábanas y agudicé todos mis sentidos, para escuchar, una vez más, aquél fantástico relato.

Corría el año 1937, plena guerra Civil,  y yo desempeñaba mi labor como médico militar en Ferrol, donde gobernaban los nacionales. ¿sabes niña que antes se llamaba El Ferrol del Caudillo?

¡Abuelío, por favor, sáltate esa parte!, ¡ni siquiera se qué significa Caudillo!

¡Pues mejor hija!… susurró entre dientes… ¡mucho mejor!

Una calurosa noche del mes de Julio vinieron a buscarme a altas horas de la madrugada. Yo ya sabía lo que aquello significaba, y estaba harto de tener que desempeñar ese papel. Pero órdenes eran órdenes.

Un coche oficial me esperaba abajo con un marinero impecablemente uniformado, con cara de sueño y de circunstancias.

Recé  en silencio para que aquella llamada fuera para alguna otra cosa; un parto inesperado, un dolor de muelas, etc. Pero no. A lo lejos divisé apesadumbrado el pelotón de fusilamiento perfectamente alineado frente a aquél muro de piedra.

Bajé del coche y el coronel al mando me hizo un gesto como diciendo: -Le estábamos esperando. Tiene que hacer lo de siempre. –

Y resignado, me coloqué tras ellos-

El abuelo calló de pronto. Siempre hacía lo mismo en  aquél punto del relato. La mirada se le quedaba como perdida,  anclada en algún instante de su pasado y  la respiración se le agitaba… pero el morbo de la pre-adolescencia era demasiado fuerte y le instigué a seguir:

¡¡Por favor abuelío! ¡No pares ahora!

-Escuché el grito de siempre del coronel al mando- : ¡Apunten! ¡FUEGO!, y luego, el silbido de una ráfaga de balas estrellándose impunemente contra aquellos pobres hombres, que, en fila india, esperaban aterrorizados su final.

-¡Adelante mi Teniente!- me ordenó el Coronel. ¡Confírmeme las bajas!

Uno a uno fui revisando los cuerpos inertes de aquellos infelices, mientras alguien me preguntaba desde lejos: -¿está vivo?, y yo contestaba, tras chequear sus constantes: NO. ESTÁ MUERTO.  Estaba casi terminando cuando, me pareció escuchar un leve y casi imperceptible latido en uno de los cuerpos.  El hombre abrió entonces los ojos y su mirada de súplica me atravesó el alma.

¿ESTÁ VIVO?- volvieron a preguntarme

NO ESTÁ MUERTO.  Repetí. Sólo que esta vez, no hice ninguna pausa tras aquél NO. Pero ellos no se dieron cuenta.

– No se mueva.- le susurré al oído. Volveré a buscarle con una ambulancia.

Y así fue como, aquél día,  un simple signo de puntuación,  convenientemente omitido, salvó una vida.

ABUELÍO1.pngVolví a dormirme con el sabor del orgullo familiar impregnado hasta los huesos, soñando con mi abuelo que, armado tan sólo con su voz…. Salvaba el mundo. 

FIN

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus