Las bodas de Oro de Don Claudio y la yaya

Las bodas de Oro de Don Claudio y la yaya

Era primavera, claro. No podía ser de otra forma. Seguramente abril, quizá mayo. El mes de las flores, el mes de la Virgen. Hacía fresco. A orillas del río. En Castilla la Vieja.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

Hacían 50 años de casados: Don Claudio y la yaya. Mis bisabuelos. Posan con casi todos sus hijos, nietos, algún hermano, sobrino.

¿Qué ocurrió antes de la fotografía? Hubo una celebración: comilona y una misa. Para eso está Don Salustiano, el sacerdote…en el centro. Durante la comida a uno de los nietos se le ocurrió atar los cordones de los zapatos unos a otros de todos los comensales. ¡El alboroto que se organizó cuando se intentaron levantar fue morrocotudo!.

¿Y después? Las madres atareadas con los bebés. Los hombres pasearon y fumaron. Don Claudio charló con todos. La yaya no. Los más pequeños corrieron por la Fuencisla, dando patadas a piedras o a los balones, algún lanzamiento al río…, rodillas negras o magulladas. Se escondieron, jugaron. Los casi mayores ya llevan chaqueta, por primera vez. Y el orgullo con el que la visten se les nota en la cara. Admiraron quizá a alguna chavala pasar. Ellas, las primas, pasearon y se sentaron a charlar en los bancos de granito, a la sombra de los olmos, compartieron sus inquietudes, sus amores, hablaron de los padres, los abuelos, de lo que habían crecido los pequeños. Una ya estaba prometida. El mayor de todos trabajaba en el negocio familiar.

La imagen tiene impreso un mensaje: lo pasaban bien juntos. Eso es lo más importante. Estaban tan a gusto. Hacían por verse, porque disfrutaban unos de los otros. Tenían esa suerte.

La vida en una ciudad pequeña da la oportunidad a una foto así: que tarda una eternidad en prepararse. Es un tiempo que todos tienen, que no pierden, porque lo aprovechan para estar contentos juntos. Se están tocando: uno posa la mano protectora en el hombro de su sobrino, otro la suya tímida en el del abuelo querido. Se cogen del cuello. Se abrazan entre ellos, se alzan. Mirando con un poco de cuidado se ven lazos de admiración, de amor, de orgullo, de complicidad, de amistad. Se están riendo. Se achuchan. Se están queriendo, están forjando los vinculos que nos han intentado transmitir. Posan orgullosos. Rebosan de alegría porque tienen tiempo, porque están en paz. Han jugado juntos. Se han visto nacer y crecer unos a otros, envejecer, cambiar. Se quieren, respetan a los mayores, les adoran, se pegan por estar con ellos, hay pelea por quien alcanza primero al abuelo, por acompañarle. Porque él les transmite paz, orden, saber hacer. Es un referente. Le quieren, se sienten queridos. Son una piña. Una familia. La mía.

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