Tiempos de silencio y sonrisas finjidas

Tiempos de silencio y sonrisas finjidas

–  Abuela, te he traído la foto que me pediste. Qué felices salís.

 

–  Gracias, hija. Eran tiempos difíciles, pocos eran los motivos para reír, pero nos esforzábamos. Acabábamos de pasar la guerra, y en la España de los vencidos reinaba el hambre, la impotencia y el rencor. Siempre hemos sido pobres y humildes. Mi padre era del bando republicano, en un pueblo donde la mayoría eran franquistas. Al poco tiempo de esta foto, llevaron a mi padre a la cárcel porque un vecino con el que había discutido delató su ideología, y los ajustes de cuentas estaban a la orden del día. Al final lo fusilaron, a pesar de que mi madre llegó a ofrecerse, manchando el honor de la familia, a un hombre que le prometió detener el proceso. Fue todo mentira. Ese demonio sólo supo reírse y aprovecharse de la desesperación de mi familia. La vida era muy injusta en aquella España, hija. Mi hermano mayor, ese tan alto, tomó la justicia por su cuenta y disparó a aquel hombre. Enseguida le cogieron preso con los días contados para morir. Esta vez Dios se apiadó y nos ofreció una salida. Mi otro hermano recibió una oferta de un hombre con poder e influencia, para el que trabajaba. El trato consistía en que yo me casara con él a cambio de evitar el fusilamiento y reducir la condena. Por aquel entonces, yo estaba enamorada de otro hombre que me correspondía. Muy a mi pesar, tuve que aceptar el trato, y esta vez no fuimos engañados. La boda se celebró muy rápido y, menos mal, porque noté que estaba embarazada de tu padre mientras estábamos con los preparativos. Gracias a Dios, siempre creyó que el hijo era suyo, cuando en realidad era de mi verdadero amor, quien no lo llegó a saber nunca tampoco.

Mi matrimonio fue un infierno soportable. Ese hombre nunca me trató bien, bebía mucho y tenía la mano muy suelta. Tu padre era la razón de mi vida y sólo por él luchaba. Agradezco a Dios que se llevara pronto a ese desgraciado. Mi vida floreció después de su muerte, en una España diferente donde ya había motivos para sonreír. Mis hermanos pudieron tener una vida tranquila. Uno se fue a Madrid y el otro se quedó cuidando a mi madre.

–  Y ¿tu hermana? Nunca he oído de ella.

–  Mi hermana nos dio la espalda. Le avergonzaba su familia. Ella apoyaba a los franquistas y se casó con un falangista en cuanto detuvieron a mi padre. Nunca aceptó su condición humilde. No volví a saber de ella, pero espero que Dios la perdone y la acoja en su gloria.

–  Abuela, sinceramente, te admiro. Yo no habría sido capaz de afrontar una vida como la tuya.

–  Las personas sacan sus propias armas para superar situaciones difíciles. Tú también hubieses podido afrontar aquello. Todos lo hicimos. Siempre recuerda que en tus manos está la elección de encender una luz en la oscuridad.

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