Una mañana me salté la fila para ir a misa y me escapé al patio. Por supuesto, una monja ociosa me pilló y llamó a mis padres. ¿Qué diría la abuela santa si se enterara?, se lamentó mi madre. ¿Crees que la abuela santa se hubiera portado así?, preguntó mi padre. La abuela santa quizá hubiera invocado una plaga de langostas, o hubiera convertido en vino el agua de los jarrones, o hubiera hecho florecer los matorrales secos del jardín de las monjas. Cualquier cosa con tal de distraer y que no la descubrieran, que es lo que habría hecho yo si hubiera sido santa. Pero no lo era, por más que se empeñara mi familia.

Estas cosas ya se sabe que saltan siempre una generación, decía mi padre. Como lo de parir gemelos de tu otra abuela, seguía mi madre. Yo me imaginaba rodeada de niños por pares, con la mirada hacia el cielo y la cara de angustia de las estampas del catecismo. ¿Por qué me había tocado aquello a mí? Yo de mayor quería ser pintora o cetrera o paracaidista o bibliotecaria. Cualquier cosa menos santa.

 

De mayor quiero ser domadora de tigres. O dramaturga, decía en el colegio cuando la monja preguntaba. Y la monja se llevaba las manos a la cabeza.  Yo solía rezar sólo en esas ocasiones, por si acaso. Jesusito de mi vida, que no me saquen a corregir este problema a la pizarra. Virgencita virgencita, que no me hagan recitar a mí los ríos de España. Abuela, tú que eres santa, no dejes que se me olvide ningún rey godo. Nunca funcionaba. Los ángeles bajaban a arar los campos de otros, pero no a hacer mi tarea. En mi casa oía las historias y los milagros: la abuela sanaba a los enfermos, volvía nuevas las ropas viejas, multiplicaba el puchero para que comieran todos los que se sentaran a la mesa. Yo confundía la b y la v, emborronaba de tinta los cuadernos y creía tener pensamientos impuros durante los ensayos del coro. Ay, si estuviera aquí la abuela santa, qué disgusto, decía mi padre, casi a diario.

 

El día que entregaron las notas no quise volver a casa. Según caía la tarde oía a los vecinos del barrio gritar mi nombre cada vez más alto. Yo, que de mayor quería ser escaladora, había trepado a lo alto de un árbol, y me estaba fumando mi primer cigarrillo. Al intentar tragar el humo la cabeza me dio vueltas, y me sentí levitar, un poco en las nubes. Muy cerca de mi abuela santa, que si estaba en algún lugar, era en el cielo.

Fin.

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