No era la primera vez que veía a aquel hombre deambular por los vericuetos del parque mientras yo leía el periódico, pero ese día se acercó al banco en el que me sentaba, se quedó de pie frente a mí y me ofreció un folio mientras decía: “Buenos días. Permítame robarle unos minutos de su tiempo. Soy escritor, y estoy terminando mi primera novela, pero mientras la termino y no la termino me presento a concursos literarios para darme a conocer y, quizás, ganar algo de dinero. Le ruego que lea esto y me dé su opinión más sincera. No quiero nada más de usted. Gracias”. El folio tenía una foto impresa y un texto que aquí les muestro. 

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Se ve ahí, en esa vieja foto, mirando desafiante a la cámara, con las manos bien metidas en los bolsillos, el cabello tupido que le llega hasta las cejas y unas grandes gafas de sol que alguien, seguramente su padre, le ha puesto sobre la nariz, y no se reconoce. ¿Es él ese niño de cinco años que parece que se va a comer el mundo? ¿Qué le pasó hasta que llegó a la edad adulta? ¿Hay algún responsable de esa transformación?

El niño no está solo, detrás tiene a sus hermanos. A su izquierda, el primogénito, ya en su primera juventud, adopta una postura que le recuerda a su padre, una postura protectora de alguien seguro de sí mismo a fuerza de voluntad, y a su derecha, el otro hermano, el que nació cuatro años después que el mayor y cuatro años antes que el niño, está en posición de firmes, con las manos extendidas y paralelas al cuerpo, intentando no hacer algo por lo que puedan regañarle. Más a su derecha, fuera de plano, y a pocos metros del grupo, hay un acantilado con el mar unos diez metros más abajo; desde una roca cercana se despeñará algún día el niño, ya adelantamos aquí que sin consecuencias graves. La que no aparece en la foto es la hermana pequeña, nacida cuatro años después que el niño, y ese va a ser siempre su destino, aparecer poco, no en vano en la casa familiar hay un padre y tres hermanos mayores varones. En el momento de la foto está en brazos de la madre, cuya insistencia en tener más hijos la había premiado con lo que ella más anhelaba, una niña. De ahí, quizás, esa mirada desafiante del niño, que sabe, como solo saben los niños, que ahora que ya se ha ganado a los dos hermanos mayores tiene que volver a ganarse a la madre, que solo tiene ojos para la niña. Perderá esa batalla, y hoy piensa que quizás esa batalla perdida fuera el origen de todo.

Cuando levanté la vista del folio, el hombre había desaparecido. No le he vuelto a ver. Me habría gustado desearle suerte en el concurso literario y decirle que me gustaría leer su novela si algún día la terminaba.

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