En la cocina entre olla y sartenes, mamá y mi abuela iban deshilvanado las historias familiares, los secretos más guardados, los chusmeríos más picantes, y ahí estaba yo, sin perder detalle alguno.

Allí estaba la magia del fuego, el aroma de las especias y el abrazo del amor.

Allí «todo» se cocinaba, hasta las vacaciones, que eran pura aventura, tren en Constitución hasta Juancho, cambio de tren hasta Gral. Madariaga, y allí, esperando, don Pedro, auténtico gaucho, bombachas negras, bigote grueso, sombrero de ala ancha, y su carro verde techado, dos ventanillas por costado, dos asientos largos, y allá íbamos por la orilla del mar, tirados por cuatro caballos, que briosos nos llevaban hasta el «Hotel Ostende», solitaria presencia entre médanos y tamarindos.

Cierto día, mientras yo pasaba la ruedita marcando los ravioles, recordé la vez en que don Pedro me dejó viajar en el pescante, a su lado, sentadita sobre el cuero de oveja, emocionada, con el viento en la cara, sintiéndome reina en esa inmensidad de mar y arena.

Mientras tanto, la abuela, ocupada con el estofado para los ravioles, de una ojeada no más, vio a Ostende en mis ojos, y contó, que estando allí de vacaciones, la gran salida, era ir a tomar el té a Villa Gesell, que mi papá me enseñaba a nadar, ahí, en mar abierto, que mi hermano pescaba rayas, que luego salaban para llevar a Buenos Aires, que comíamos almejas, lavaditas en el mar, y que al mediodía desde la playa se escuchaba el tañir del aro de metal, que don Joanín, dueño del hotel, hacía sonar avisando que era hora de almorzar.

Pasaron los años. Vino Camilo, después Micaela, y la cocina, otra vez nos reunió. Los aromas, los sabores y los amores se mezclaron con nuevas historias.

Camilo, sentado en la mesada, contaba a su hermana todo lo que había vivido ese día en el jardín de infantes: para ella, aventuras inéditas. Eso llevó a que en los días posteriores Micaela me siguiera por toda la casa, repitiendo «nene yo», «nene yo», queriendo seguir los pasos de su hermano, y con tan solo dos años, empezó a ir al jardín.

Fueron creciendo y cada uno encontró su veta en la cocina. Micaela logró maravillas con los sabores dulces, Camilo, la combinación adecuada y el toque justo, para los platos salados.

En la cocina… mis nietos, Maitena y Santiago.

Otra vez brotó la magia, cuando Santiago, sentado en la mesada junto a su hermana, miró la pequeñas luces bajo el mueble, y dijo, «parece que estamos conversando bajo las estrellas», fue el instante en que sentí que nuevas historias marcaban el comienzo de otra etapa, en este sagrado lugar.

Así, entre ollas y sartenes, envuelta en aromas, sintiendo los sabores y disfrutando mis amores, ha transcurrido mi vida.

Así es como surgió esta rica historia, con todos los aderezos, con todos los aromas y un toque de picor, para contarla con amor.

                                                               Fin

                               ;line-height: 1.5em; cursor: default; height: 286px; float: none; margin: 0px;

                   

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus