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No podía imaginar cuanto cambiaría mi vida la llegada de mi hija Miriam. Recuerdo que fue concebida un 26 de Octubre, ese mes, era el único día marcado en el calendario  de mi ciclo mestrual.

      Cerca del día de su llegada, el 20 de Julio, todo estaba preparado para recibirla. ¡Que maravillo era sentirla dentro de mi!

       Cuando la vi por primera vez….era tal cual la había soñado. No me cansaba de mirarla mientras dormía. Deseaba que llegara el día en que pronunciara la palabra mamá. Yo…. hacía mucho tiempo que había dejado de usar esa palabra y la añoraba.

      Me superaba cada día para ayudar a ese pequeño ser, con fuerza para vivir, a crecer. Miriam tenía todo un mundo por descubrir, que fuera feliz en él era todo un reto.

      Cuando cumplió lo seis años, fui consciente de lo sola que me sentía en la bonita tarea de ser madre. Vivía una vida rutinaria, llena de obligaciones y responsabilidades, totalmente racional, fría y vacía de sentimientos.

      Yo había sido huérfana la mayor parte de mi vida, aún así, en mí había plantada una semilla que mis padres habían dejado plantada antes de marcharse. Una semilla que no estaba siendo regada ni cuidada para hacerla crecer.

      La Semilla del Amor estaba enterrada dentro de mi y yo la estaba olvidando. Cuando fui consciente de ella, no encontraba la manera de cultivarla, permanecía sepultada bajo un montón de tierra seca y dura, apenas podía moverse. 

      Comencé por mover la tierra y despertó, decidí regarla con los sentimientos de amor de quienes allí la colocaron y creció bajo el calor y la luz del Sol.

      Gracias a mis padres por plantar esa semilla, gracias a mi hija por hacer que moviera la tierra y despertara, gracias a mi familia por ayudarme a recordar sentimientos olvidados con los que poder alimentarla y gracias al Universo por ofrecerme cada día todo lo necesario para que siga creciendo en mi este Milagro, la Semilla Olvidada del Amor.

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