LA ABUELA EMILIA.

Todas las familias tienen un miembro que es “el referente”. El nexo de unión al que reverencian. Y esa era mi abuela Emilia. Podría hablaros de muchas cosas pero me voy a quedar con una. Dos fotografías. Toda la familia en la entrada de nuestra casa tenemos dos fotos. Las mismas fotos enmarcadas como dos cuadros.

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Emilia nació en el siglo XIX. En Barcelona, en concreto en la montaña de Montjuic. Unos años después se celebrará allí la Exposición Universal de Barcelona de 1929.

Emilia era la única mujer de diez hermanos y además la más joven. Su padre era picapedrero en una cantera de la Montaña de Montjuic. Como hermana única e hija preferida se crió en un entorno de amor y eso le dio un optimismo que le duró toda su vida. Un 26 de Octubre asistió al nacimiento de unas crías de perro de su adorada perrita de color blanco y lo plasmó en el primer papel que tenía a mano y así dejó constancia para futuras generaciones.

Cogió su lápiz y dejó escrito para la posteridad «Hoy 26 de octubre han nacido los perros». Nunca nadie me lo ha contado pero me imagino la bronca de mi bisabuela ante el estropicio. Pero hoy, casi cien años después, cada vez que entro en mi casa, veo su nota (a pesar de que quien copió los cuadros la intentó borrar) y sonrío.

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Cuando comenzó la guerra civil se fue al pueblo y se casó con José al quedarse huérfana. Emilia era catalana, culta e inteligente. Por ese orden. Una mezcla explosiva para los años de la guerra y realmente eficaz para la posguerra. Cosió camisas, fue al campo pero sobre todo vio una posibilidad de un negocio familiar que les quitara de penurias y convirtió el agua en vino. Todos panaderos.

Emilia tuvo tres hijos. La primera, la mayor, mi madre. Después otra hembra y finalmente el heredero. El heredero. Era catalana y esa norma tampoco se la saltó. Sus dos hijas mayores se casaron y ambas continuaron con el oficio en otro local cercano. La madre y las dos hijas se hacían la competencia y el pueblo no daba para tanto. Había que tomar decisiones. Pero había que tomarlas sin que nadie se ofendiera y sin perder ningún equilibrio familiar. Y así fue. Consiguió que cada una se instalara en un pueblo cercano. Mejores perspectivas económicas y mas paz familiar. Siempre sabía lo que hacer y cómo hacerlo. Y siempre con una sonrisa.

Mi abuela contaba historias diferentes. Tenían libros diferentes y su casa era diferente. Y ella me dejó asomarme a la ventana de ese mundo. La recuerdo leyendo. Leyendo «Selecciones». Le regalaba alguien los ejemplares y aunque jamás se hubiera gastado una sola peseta en un libro los devoraba con avaricia.

Recuerdo su muerte y su agonía. Fue discreta. Fue amable. Fue muy querida y es muy recordada.

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