La casa de mis abuelos

La casa de mis abuelos

Adriana Andreano

07/05/2014

Nada tan difícil como intentar separar la casa de mis abuelos, de mis abuelos, de ellos. Ellos eran la casa, su amor era la casa, la comida, los juegos, el mimbre, la higuera, el gallinero, el horno de barro, el limonero, los canarios en sus jaulas sin puertas que comían de la mano de mi abuelo,

La casa de mis abuelos era humilde y entre las cosas más hermosas que tenía es que estaba sobre una calle de tierra que cuando llovía se convertía en un desastre, y ese desastre era maravilloso, ideal para jugar sin parar.

Todos los sábados temprano a la tarde íbamos todos a la casa de mis abuelos, todos los sábados. Otra cosa ideal de la casa de mis abuelos era que los vecinos eran mi tía, hermana de mi mamá, con su familia y la siguiente casa era de mi otra tia con familia, es decir que ir a visitar a mis abuelos era ir a visitar a toda mi familia materna, abuelos, tias y primos.

Verdaderamente entre mis hermanas y primos formábamos un grupo terrible de niños inquietos y demasiado caprichosos para mi gusto. Eramos tremendos, y la casa, su patio, su fondo más las dos casas vecinas sumado a la calle de tierra y ser la misma una cortada nos daba un ámbito infinito para todo tipo de travesuras.

Solo el amor de los abuelos podían soportar  todos los nietos juntos  cada sábado hasta que después de cenar solo nosotros volviamos a casa, el resto quedaba en el pasaje, una cortada de solo dos cuadras, que aislaba  la zona donde estaba emplazada la casita de mis abuelos.

En los años de mi niñez las economías se movían sin dinero, ni una moneda para el quiosco, ni cine, ni salidas, solo jugar, con agua en verano, subir a los árboles, regar las plantas cada vez que teníamos ganas, y el juego preferido arrastrar por el patio el acolchado de la cama de mis abuelos. Nos íbamos turnando quien empujaba y quien era arrastrado, hacíamos ese juego por horas.

Todo terminaba con la cena. Mi abuela materna cocinaba las pizzas con harina leudante, eran espantosas, horribles, y a nosotras no nos gustaban. No cumplían ni con la norma básica de que la pizza debe ser redonda, mi abuela hacia las pizzas cuadradas, muy altas, arriba les ponía ají morrón y todo eso no me gustaba en absoluto.

Llorábamos mientras cenábamos, mezcla de cansancio y desgano de comer esa pizza tan fuera de los cánones aceptables.

Nosotros usábamos como parámetro la pizza de mi abuela paterna, a la que estábamos acostumbradas, una pizza auténticamente napolitana. Es pizza que formó el legado de herencia que seguimos homenajeando cada sábado mis hermanas y yo, parte cena, parte ritual, parte homenaje a nuestra raíces.

Dios me dio el regalo de tener a mis cuatro abuelos, cercanos, amorosos, los he disfrutado, son mis raíces, mi orgullo, merecedores de todo el amor de que es capaz mi corazón. 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus