Tentativas de un retrato

Tentativas de un retrato

Cecilia Molano

07/05/2014

Primer intento: Escribir es desconocer.

Quien recuerda, siempre inventa. Escribir desde el desconocimiento preciso de quién era mi padre.

Las personas mueren en las calles, en las guerras o en los coches. Indalecio murió en su cama, en la residencia que fue su último hogar. Murió solo. Leí que “Todos morimos solos” y que nuestra muerte es un reflejo de nuestra vida. Indalecio, que fue hombre de pocas palabras y menos amigos, de tiempos dilatados frente al caballete y pensamientos de rumiante solitario, muere sólo en el pueblo que lo vio nacer y traza el círculo de una vida.

Segundo intento: La cronología.

Conocí a Indalecio cuando él tenía 54 años. Alternaba escasos momentos de sobriedad y mosto con largos equilibrismos etílicos. En aquel cuarto piso vivíamos subarrendada toda la familia -la segunda familia de mi padre-. En el salón había pintada una ballena arponeada. La sangre le salía a chorros por un costado.

La primera memoria que tengo de él es en su estudio. Allí habitaba y hasta comía. Solía mirar por la ventana. El estudio era la mejor habitación de la casa, con luz natural. Siempre acompañó a mi padre un respeto familiar solemne por su actividad. El trabajo de mi padre era sagrado. El estudio fue, para mí, el lugar más deseado de toda la casa. Era más un olor que un lugar. Esencia de trementina, vino y tabaco. Había una estantería con carpetas llenas de recortes con etiquetas que decían: “personas”, “paisajes”, “caballos”…

Mi padre nace a orillas de un lago. Vivían en una caravana de teatro. Mi padre tenía catorce años cuando estalló la guerra civil. Imaginé durante muchos años a sus padres muertos en la orilla del lago. Había un retrato de la abuela Cecilia. Era casi tan mayor como mi padre.

Años después, cuando visité su pueblo, vi que no había más orilla que la que dibujaban, insistentes, los naranjos de la calle principal.

Toda historia es una inexactitud, un vano intento de ordenar en carpetas y a las que nombrar: “lago” o “naranjos”. Toda historia es, siempre, un relato y todo relato una ficción.

Tercer intento: el movimiento del pintor.

Hay un movimiento que define a todo pintor. Alejarse. Hace falta alejarse del cuadro para saber lo que se está pintando. ¿Cómo podría yo escribir sobre Indalecio sin tomar distancia? ¿Cómo se puede tomar distancia del padre? Hacer ese movimiento suyo tantas veces repetido de alejarse del lienzo para tropezarse conmigo, observando como pintaba: la elección de los colores, la pincelada, el temblor de las manos, las pantuflas de cuadros, los callos en los pies…

No se pinta con las manos, se pinta con todo el cuerpo.

Cuarto intento: El retrato

Lección de dibujo: a veces el primer trazo contiene más fuerza e intención que todos los siguientes. Temor que aún persiste: El miedo a equivocarse al seguir pintando.

Tal vez sea este el momento de acabar el retrato.

FIN

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