Los zapatos de salón

Los zapatos de salón

Asun Ferri

30/04/2014

FlorEspinosa y MilHojas se conocieron durante la celebración de un baile en el almacén de frutas. La exuberancia tropical contenida en la diversidad exótica allí apilada, desprendió, junto con el almibarado aroma, el influjo anhelado por la joven pandilla de muchachos organizadores del guateque. Éste, pugnaba por activar el poderoso imán que une las medias naranjas, destellando en una inocente, pero pícara mirada, o en un descuidado roce durante el recatado baile agarrado. Entre bolero y bolero, cadenciosamente despuntaba, ayudado por la imborrable imagen, grabada en la mente de todos ellos, de aquella escena de la pasada sesión de cine semanal: la sensual danza de Silvana Mangano rodeada de oscuros efebos y rítmicas maracas, que había escapado a la implacable censura cinematográfica para instalarse en el corazón de FlorEspinosa y de los demás. Aquel ritmo, que repiqueteaba en su interior, y no el que emanaba del tocadiscos, la condujo decididamente, hasta la balanza donde MilHojas sopesaba su figura, refugiando, con la excusa de la torpeza en el baile, tímida pero exhibicionistamente, su porte perfectamente trajeado con la calidad y hechura de las expertas manos del sastre, que los pobres de entonces podían comprar y que ahora, ni soñamos con acariciar.

Cuando Flor, graciosamente, posó su delgada mano en el hombro de MilHojas, el peso no detectó ni un gramo de más, solamente ingresados en un vanguardista hospital se podría haber monitorizado el unísono salto al vacío de sus corazones y la vibrante corriente eléctrica que zigzagueaba por cada uno de los átomos de su cuerpo. Desde aquel día, fueron novios y al cabo de unos meses, prometidos. MilHojas, que había podido estudiar hasta los doce años antes de ponerse a trabajar en el taller mecánico, se consideraba joven leído, y quizá por ello, influenciado por los cuentos, le regaló a Flor, el día de su primer aniversario, un par de preciosos zapatos de salón, de tacón alto y color rojo, más FlorEspinosa, no se convirtió en princesa, sino en furiosa doncella, y poco le faltó para tirárselos a la cabeza, era una joven corajuda. MilHojas no entendía de baile, pensó Flor, ni de mujeres.  Ella deseaba bailar contoneándose, como Anna la protagonista del film, y así, trasportarse a una selva donde ser una reina salvaje y no una remilgada princesa con vaporoso vestido y los pies constreñidos por unos absurdos zapatos.

Fin

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