Que si Don Eusebio, que si… que los vicios me vienen de herencia.

La gula de mi Tío Paco. Le llamaban “cubo de basura”, hasta que no quedaba nada en los platos no se levantaba de la mesa. Ya murió, ya… Al parecer un absceso gástrico.

La soberbia de mi Tío Ramón. Fíjese si era “estirao” y prepotente que, ya en el lecho de muerte de su padre, no quiso darle un beso porque, viéndolas venir, se habían repartido algunas cosas por sorteo y, no habiéndole tocado el reloj de oro, montó en cólera y salió de la reunión familiar despotricando contra todos. Y eso que era el que más fortuna había hecho de la familia, a lo mejor es que para ser rico hay que ser un poco gilipollas y de ahí le viene.

La lujuria de mi Tía Engracia, hermana de mi madre, más puta que las gallinas. Mire que mi madre se lo decía “niña, contrólate un poco, que estás en boca de “to” el pueblo”. Pero nada, miraba a mi madre y le contestaba “si no es por vicio, pero es que me gusta tanto…”. Con tres a la vez dicen que llegó a estar. El problema son mis primos, cada uno tiene un aspecto,  no parecen ni hermanos.

La envidia de mi abuela materna, la “señá” Sonsoles. Si, ya se que con los nietos se portaba bien… pero, hay algo… Esas tardes de verano ociosas y largas, donde ya, bien jovencitos, se liaba de perorata con nosotros y ponía a todo el pueblo de vuelta y media. El peor de todos usted, Don Eusebio, para algo es el cura del pueblo y blanco perfecto de dimes y diretes.

La codicia de mi padre. Pobrecillo, nunca ha tenido nada y siempre ha querido más. Claro que fortuna no ha tenido el pobre, que siempre le pillaban con las manos en la masa. Pues no le dieron palos los guardias ya de chico… pero nada, él “empeñao” en resolver por la vía rápida. Pues no ha sufrido la pobre de mi madre. Tenga en cuenta Don Eusebio que por eso estoy yo aquí, si no fuese “heredao” cómo iba a estar yo en su casa. Cómo iba a estar cogiéndole este candelabro de oro que tiene aquí en la Sacristía. ¿Qué?… no, no me mire así  Don Eusebio. Ya sabe que no puedo quitarle la mordaza, que si no se me pondrá a chillar y atraerá a los vecinos; y no me ponga esos ojos tan grandes, que parece que tenga cara “asustao”.

¿Qué le parece?  Hasta orgulloso debe de estar, de cómo se me han inculcado los genes familiares, como han grabado a fuego en mí lo que me han transmitido ellos. Sin embargo, yo debo dejarle alguna aportación mía a generaciones venideras, no sé, no sé, que podrá ser…

Bueno, Don Eusebio, le dejo… que qué hago con este bate en la mano. Hombre, perezoso no soy, así que eche, eche cuentas…

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