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Las mujeres de la familia de María Pérez tenían un don especial: las plantas les susurraban sus secretos medicinales. Esto había sido así desde tiempos tan remotos que la antepasada más venerada en la familia era María de Jureteguía, una joven madre que en 1608 fue acusada de brujería y quemada en la hoguera por orden de la Santa Inquisición. Desde entonces, todas las primogénitas del clan se llamaban María.

María Pérez quería ser médico. Pero en el año 1930, éste era un sueño imposible de cumplir  si eras mujer y tus padres pobres. La joven  tuvo que conformarse con atender las urgencias, sin título, en un valle del norte de Navarra al que el doctor  llegaba siempre tarde o simplemente no llegaba. A los 16 años ya había atendido 9 partos.  Por eso, era conocida en su tierra como la partera.

A Vicente Zubiría le pilló la Guerra Civil española haciendo la mili. La primera vez que empuñó el fusil y le dio la orden de matar no entendía nada, ni siquiera en qué bando estaban él y su arma. Vicente aprendió enseguida que el peor enemigo en la guerra es el miedo y le plantó cara. A los 23 años ya era Capitán de la Sexta Batería de Montaña del Ejército de la II República Española y al terminar la guerra ganó dos cosas: una, la certeza de que había luchado en el bando correcto y dos, tres años de prisión por esa misma certeza.

Cuando salió de la cárcel el joven Zubiría quería comerse el mundo, claro que no imaginó que el mundo tendría forma de mujer grande, ojos de bienvenida  y sonrisa de ballena. La primera vez que la vio él subía a por madera al Valle del Baztán y ella recogía flores con el vestido remangado hasta la pantorrilla y los pies descalzos. Se miraron y sin mediar palabra se enamoraron.

Al principio sus citas eran secretas. Los padres de María no estaban muy de acuerdo con que a su hija la cortejara un mozo con un pasado de color rojo chillón. Vicente no se amedrentó y le escribió una carta a su amada que inclinó la balanza a su favor.  Las letras de su más profunda declaración de amor contenían la promesa de que siempre estarían juntos y de que ese siempre duraría mucho.

Éste es sólo el principio de su historia. Años más tarde Vicente, María y sus cuatro hijos emprenderían la mayor aventura de sus vidas. En los años 60, el Instituto Nacional de Colonización les ofreció un pequeño lote de tierra y una casa en uno de los pueblos que se estaban construyendo para alojar a los nuevos colonos. Fue en este nuevo pueblo, Figarol, donde la pareja haría historia de verdad. María ejerció su profesión sin título durante más de 10 años porque el titular de la plaza tardó en llegar bastante. En su honor todas las niñas nacidas entre los años 60 y 70 en Figarol llevan su nombre.

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