El ritmo de la vida es vertiginoso.  Siempre se lo he oído decir a los mayores, pero ahora la que lo digo soy yo. La familia sigue el vaivén de ese ritmo y lo que un día fue pena, al siguiente es felicidad. Unos se van, pero gracias al milagro de la vida, otros vienen.

El núcleo original de mi familia continúa y así lo hará, espero que durante mucho tiempo, pero ahora yo tengo uno propio, el mío y así lo será para siempre. Mis hijos son el centro de ese pequeño universo que permanece unido a mí a lo largo de la vida y eso lo puedo sentir en cada momento.

El tiempo pasa rápido, demasiado rápido para mi gusto. A veces hay momentos que parecen eternos, pero cuando echas la vista atrás, esa retrospectiva de la vida te transporta en un fugaz vuelo.

Con la primera ecografía sientes la vida dentro de ti, ¿será ella o él? Luego eliges el nombre y cuando nace, esa pequeña cara sonrosada de niña te hace sentir feliz. Después le tocaría ver la luz a las otras dos caras, esta vez, de niños. A partir de ahí, tienes tu familia, aunque nadie te dijo que iba a ser fácil.

Mirando las estrellas

vi más allá del brillo de tus ojos.

Rostro con rostro, 

la luz que desprendían lo iluminaba todo.

Noche estrellada,

vas mostrando los senderos en el cielo.

Yo los voy siguiendo

y sin darme cuenta, hay claridad en la noche.

Oigo tu respiración,

La siento muy cerca y me ayuda en mi camino.

¿Dónde están los ángeles?

Tu mirada inquieta me contesta.

Sonrisa pura, 

Los corazones se agitan buscando paz.

Destello fugaz. 

Duerme mi niña, duerme mi amor.

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