La tarde va cayendo. Y se supone que a su ritmo de siempre, pero tras la ventaniilla del tren, se diría que las imágenenes se van sucediendo a una velocidad vertiginosa, en una especie de secuencias frenéticas, como metiendo prisa a la noche para que se manifieste.

En cualquier otra coyuntura el sonido del traqueteo de las ruedas sobre los raíles, produciría ese aletargamiento de la somnolencia tan  agradable y reconfortante.
Hoy no. Hoy la retina quiere atrapar cada una de esas secuencias, en un intento futil de preservar  el día,  de eternizarlo, de impedir que se acabe…de poder decir: aun es hoy.

Pero el cielo se va cerrando y va tiñendo el mar de oscuro, dándole una tonalidad grisácea, y la vegetación parece huir en una desenfrenada carrera en retroceso, quedándose atrás como los preciados momentos precedentes, escasos y a todas luces insuficientes.

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Y los ojos que miran tras la  ventana deben ocultarse tras el dispositivo que capta la imágen para controlar la melancolía, para atar corta la nostalgia de un «hasta pronto» tan breve como doloroso.

Ojos en los que en un momento de debididad, juguetea una gota en su lacrimal presta a desbordarse…pero que es contenida y absorbida para que no desemboque en un mar de aguas tan oscuras como el que poco a poco se va pincelando en el horizonte.

Ojos que la próxima semana deberán limitarse a ver el rostro tan amado también tras un cristal, pero  mas  cruel. Las  miradas se encontrarán en comunicación visual, pero privados ambos del contacto de esos besos que cafa  cual  posa  en  los párpados  del  otro, livianos como el aleteo de una mariposa.

Para eso las normas de la penitenciaría solo conceden dos espacios de una hora y media dos veces al mes  en  una  habitación  grotesca, sin ventilación,  ni ventanas,  con  burdas  sábanas carcelarias  y cuyas mesitas  están quemadas por  los  cigarrillos.

Y no importa  que  se  esté  en preventiva, que  ni haya  aun juicio  ni condena. Se trata  a los presuntos  como  delincuentes  de facto. Y hay que mantenerse  en pie,  como un  monolito, y tener  la  dureza  y la  frialdad  del  mármol  para sobrellevarlo  con  entereza, para que  el que  está   dentro sepa  que  tiene  un pilar y no se  hunda.

Porque esa escena, ese paisaje y ese sentimiento forman  parte del cuadro, algo inevitable desde que  dos  son  solo uno,.y no es fácil,  no. Pero se resume en aceptación, que no en resignación, solo en el mero hecho de entender y asimilar que la lucha sigue, aunque el tiempo haga mella y cada despedida sea un jirón de la capa que cubre la  desnudez del  alma  cada vez mas raída.

Pero no importa, la próxima vez, ante el reencuentro, una voz cantarina se instalará pertinaz en el corazón, y el trayecto de ida devolverá las fuerzas para seguir, y la lealtad continuará atando dos manos  distintas en  un  mismo sentimiento.

Hasta la próxima semana…. hasta el próximo tren….hasta el próximo abrazo…hasta los próximos besos.

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