Un vetusto judío rojo

Un vetusto judío rojo

Daniel Leikin

14/04/2014

El abuelo, delgado, y con un poco de pelo en los costados de la cabeza, tenía una mirada melancólica, tal vez por la nostalgia (o cicatriz) de su otredad; aquel joven Biniamin que extravió en tierras del este, luchando por causas que creía justas pero hoy olvidadas.

Valery, mi padre, traducía historias que contaba el veterano del Ejército Rojo, al tiempo que rememoraba ignominias de la segunda guerra mundial. Yo escuchaba al viejo proferir un áspero ruso, sentado en un sillón de cuero gastado dentro de una casa porteña a mediados de la década del ochenta.

Aquel día relató, que mientras la tropa avanzaba hacia su objetivo se toparon con un río ancho y colérico, a su izquierda, se erguía un endeble puente sembrado de minas <curiosos excrementos con el poder de amputar miembros>

Biniamin observó de qué manera sus compañeros nadaban para cruzar el afluente, y sin perder más tiempo se dirigió a su oficial:

-Señor, yo no sé nadar, ayúdenme a vadear este caudal -a lo cual su superior le replicó con repugnante ironía-

-Cada uno de nosotros portamos pesado equipo, tu eres judío, así que pídele a Moisés que abra las aguas para ti.

Teniendo en cuenta lo apremiante de la situación, y luego de presenciar la forma en que la corriente se llevaba a uno de los soldados hasta innombrables puertos de sangre, tomó la decisión de atravesar el puente.

La vida tiende a conducirnos hacia cuellos de botella, y ese enlace entre dos tierras era el de mi abuelo, todo suyo…

Comenzó a caminar sobre el tambaleante pontón, obnubilado por la cercana guadaña hasta que fuertes bofetadas lo despertaron. Abrió los ojos y vio a su oficial con el rostro encrespado, gritando improperios ininteligibles y solo interrumpidos por las palabras del aturdido soldado:

-Dime camarada, dime, ¿estoy en el cielo o en el infierno?

-Atiende hebreo, la mina que pisaste se detonó tarde, seguidamente de la explosión volaste como un saco de patatas hasta la otra orilla llegando antes que todos los demás. Contestando a tu pregunta te diré que sigues vivo, por lo tanto estás en el infierno. 

Excitado por la historia interrogué a mi abuelo sobre qué ha sido lo peor que le ocurrió en la guerra, y luego de oír la intervención de mi padre respondió:

-Querido niño, con el pasar del tiempo el miedo a la muerte se esfuma para emigrar hacia el bienestar de los hermanos de armas. Lo peor que recuerdo es un bombardeo, y luego de ello ver parte del cerebro de mi amigo reposando sobre mi hombro; ahí, blando, rojo, apacible, silencioso…

Comencé la vida con un llanto,

la hoz siempre a mi lado,

inhalo y me acerco al ataúd

exhalo y nunca me alejo de él,

la imagen en el espejo,

una farsa, un carnaval…

no tengo más que sonreír,

¿cómo podría no hacerlo?

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