Le faltaba el aire. Salió al descansillo sin hacer ruido y corrió escaleras abajo. Oyó los gritos de su madre desde el tercer piso y apresuró la huida a comisaría. Sintió la mirada cobarde de los vecinos a su espalda.

El comisario ordenó que un coche patrulla la llevase de vuelta a casa.

-No son horas para que una niñita ande sola por la calle –dijo el comisario mientras le revolvía los cabellos y guiñaba el ojo a dos agentes.

Su papá solía calmarse en presencia de la policía y su mamá dejaba de llorar. Aquella noche, llegaron demasiado tarde. El vecindario se apiñaba frente al portal. La policía hizo sonar la sirena y los dos agentes bajaron apresuradamente del coche abriéndose paso entre el gentío. A duras penas, mi amiga pudo seguirlos. Volvía a faltarle el aire. El vecino del ático trató de detenerla pero ella se zafó con rabia, y pudo verla.  Su mamá yacía sobre los adoquines, con el cráneo destrozado. Horrorizada, me dejó caer sobre un reguero de sangre.

Se perdió por el bulevar sin más amparo que las caricias de sus lágrimas. Quise ir a besarla pero no soy más que una muñeca de trapo.

FIN

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