Ya pasaron más de diez años y aún recuerdo tus pasos por la casa; tus lágrimas en el Hospital presintiendo el desenlace. Nacida para sufrir. ¿Habrá habido un instante de felicidad en tu vida? Allá en ese ranchito de campo, que rememorabas levantarte a la 5 cuando la luz del alba no despertaba. Cuando eras una niña, menudita y bajita, pero eras la mayor por lo cual, la edad ni la contextura importaba, sino las costumbres y obligación. Preparabas el mate para esa madre que tantas veces decías no conocía el amor maternal y egoístamente vivía para sí y el novio de turno. La perdonaste más de mil veces, tu amor era más grande. Decías que te encantaba el olor del pan calentito que ella preparaba en esas madrugadas y guardaban sepulcralmente en una lata, y debía durar toda la semana. ¡Ay de aquel que quisiera más!, la rigurosidad de ella se marcaba a fuego en sus cuerpos. Solo lo necesario. Siempre fue así.
Ese padre que amabas y que vivía insaciable de infieles aventuras. Que los engaño sacándolos del paraíso del campo, malvendiendo todo y abandonándolos, solos en la ciudad. Casándose descaradamente con esa amiga a quien le mentiste a pedido de él, diciéndole que eras su sobrina. El maquinaba su plan malévolo y sus 5 descendientes quedaron a la deriva bajo la protección de una mujer que no sabía que era el amor. También lo perdonaste y cada vez que tenía problema acudía a vos aduciendo una obligación moral de tu parte por su paternidad.
Ese amor de tu vida, que lo conociste por tu prima, a quien alejabas diciéndole ¡Viejo! Y solo tenía un cuarto de siglo, pero comparado con tu dulce juventud, él era un anciano. Huiste enamorada y en busca de un futuro de una vida que te merezca. Él era un hombre bueno, parco, vulgar pero trabajador y con un sentido de familia. Me olvide de recordar lo hermosa que eras, esos luminosos ojos verdes, tus cabellos negros, tu sonrisa perfecta.
Poco a poco, llegaron tus cinco retoños y otros que no abrieron sus ojos y los lloraste y marcaron cicatrices a tu corazón…y seguías volcando todo tu amor a ellos pero, tampoco hubo reciprocas entregas, solo lágrimas y lágrimas….
El amor que desaparecía y tu intención de decir basta pero el miedo a enfrentar sola a la vida te detenía y perdonabas y soportabas, tal vez en el fondo aun lo amabas…
Engordaste y llegaron los nietitos, también la enfermedad y la fobia a la vejez no por lo físico sino porque la vida nos recuerda la fragilidad del cuerpo y nos volvemos dependiente.
Tu historia clásica de sacrificios, despedidas y alegrías; me pregunto ¿habrás sido feliz? Supongo que si…habrás aprovechados esos instantes que creabas sin resentimientos, con inocencia. ¿Qué decir de la matriarca? Tu historia que ahora es mi historia… te extraño. Parte de mi vida, fui testigo fiel de tu existencia y tengo parte de tu corazón, pensamiento y sonrisa. Gracias.
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