18 de julio de 1971, el día recién estrenado, en pleno verano. El cielo se va tornando, poco a poco, del color violeta del amanecer al azul índigo, tan típico del cielo de Madrid. Una joven acaba de dar a luz a su primera hija, tres kilos y poco concentrados en un bulto rojizo, oscuro, con una mata de pelo negro, casi azabache, y el entrecejo fruncido, en esa expresión de indignación que tienen todos los recién nacidos. Una niña sabia, como todos los niños, a la que la joven contempla con curiosidad. “Debería sentir algo por ella, pero… ¡esto es tan raro! Se supone que acaba de salir de mi interior, que todavía, y para siempre, va a formar parte de mí, pero… no siento nada”

2 de octubre de 2000. Siete de la tarde, Hospital de La Paz. Una mujer, ya no tan joven, acaba de parir a un niño, apenas de tres kilos, y en la habitación le contempla… “Qué orejas puntiagudas, me recuerda a Spock, qué sensación más extraña, debería sentir lo que sienten todas las madres, pero… Es raro, como si no hubiera estado ocho meses en mi vientre, no siento nada”

Veintinueve años separan esos dos partos, los primeros para las dos mujeres, pero forman parte del mismo círculo; la niña peluda es la madre del niño de orejas extrañas, y las tres vidas son parte de lo mismo. 

Tras unas horas, ambas madres aprendieron a serlo, con un sentimiento que crece desde el mismo vientre que dio la vida a sus criaturas, y que es más fuerte que cualquier fuerza de la naturaleza. Después de esos niños, vinieron otros, para la madre-abuela y para la hija-madre, pero entre ellas, ese vínculo especial será siempre eso, especial.

Ahora tú eres una abuela, yo soy una madre, pero ese vínculo que nos une no se ha borrado nunca, y aunque soy más ignorante que cuando nací, como todos las personas que saben que sus conocimientos son limitados,sé que siempre has estado ahí, al lado, detrás, la mayoría frente a mí, pero siempre, siempre has estado.

Han transcurrido casi cuarenta y dos años desde que vine al mundo, y casi trece desde que vino al mundo tu primer nieto, con el que tienes un vinculo especial, porque es la segunda persona en este mundo que te ha enseñado a ser algo: primero yo te enseñé a ser madre, luego él, a ser abuela.

Por eso no quiero dejar de mencionar a mi hija, ya que ella por ser mujer será quien continúe esta historia, y aprenderá a ser madre, y yo estaré ahí para apoyarla, dando gracias por haberte tenido para transmitirme este misterio maravilloso y agotador que es ser madre. Y de ella es la imagen que me inspiró…

Te quiero madre. te quiero hija.

FIN

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