Sentado en el mullido sillón apenas se le ve entre las hojas del álbum rojo, arrastra los deditos por las fotos acariciando el plástico que las protege, las mira con mucha atención porque se está buscando. Pasa la hoja, contiene la respiración, suspira cuando no se encuentra y pasa a otra…

Yo le observo apoyada en el quicio de la puerta, voy a hablar y las palabras se atragantan en la boca, ya antes de expulsarlas suenan vacías, falsas, vacuas. No existe consuelo que borre lo vivido y le de una vida nueva. No existen medicinas, ni educación o esfuerzo que enderecen lo torcido. Heredero de mil años de abandono, taras y adicciones su alma es impermeable a la oportunidad que la vida le ofrece. Ojos suplicantes, exigentes, asfixiantes que ven el amor tras una foto sin dejar ser nunca tocados por su sanadora caricia. Difícil redención que pasa por el reconocimiento de un yo jodido que necesita de virtudes que la naturaleza no le dio, pero no se olvido de darle ojos que ven y corazón que sufre y yo no le puedo conceder siquiera su anhelo de encontrarse en una maldita foto de bebes sonrientes.

Se da cuenta que estoy ahí y levanta la cabeza, su mirada me atraviesa como si fuera transparente y se clava en mis pensamientos. Me acerco y me acurruco junto a él, se que me siente lejos pero yo si puedo mirar por sus ojos y veo. Pero como él, no quiero ver, sobre todo no quiero creer lo que veo y seguimos los dos buscando niños de piel morena entre blancas pieles.

FIN

NIÑO_SONRIENTE1.jpg

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