POBREZA Y MISERIA EN LA NUEVA TIERRA PROMETIDA

POBREZA Y MISERIA EN LA NUEVA TIERRA PROMETIDA

El día que Clara Rodríguez, madre soltera de un niño de cinco años de edad, recibió la noticia que viajaría legalmente a otro país a trabajar, se llenó de felicidad, porque pensó que era la oportunidad que anhelaba desde hace un par de años para poder brindarle un mejor futuro a su pequeño hijo.

 – ¡Me voy para Ellanda con Antonio! – Le dijo Clara a su madre.

 – Clarita, piénsalo bien. Irte tan lejos con ese señor que apenas conoces, no me parece conveniente – le replicó su progenitora.

Después de un breve debate con su madre sobre las razones por las que debía irse o quedarse, con un tono de enojo, Clara dio por terminada la discusión con las siguientes frases: -¡Mi sueño es ser modelo! ¡Mamá, lo hago por mi hijo, por ti y por mí! Me voy y punto.

Una semana después, Antonio se reunió con Clara para hablar sobre los detalles del viaje:

–  Aquí tenéis vuestro tiquete aéreo. Os entrego  este dinero para lo que necesitéis durante el viaje. Vos viajáis en tres días. Cuando lleguéis a Ellanda, tomáis un taxi que os lleve a la dirección que os escribí en este papel y preguntáis por Rosa Martínez.

–  ¿Y su tiquete don Antonio? ¿No viaja usted conmigo?

–  No puedo acompañaos en vuestro viaje. Tengo múltiples compromisos y ocupaciones que atender acá. No olvidéis llevar vuestro pasaporte, pues bastante trabajo ha costa’o conseguíos la visa para Ellanda.

Al terminar la reunión con Antonio, Clara se fue a su casa con la zozobra producida por viajar sola a un país lejano y desconocido. “Allá se habla el mismo idioma que acá y yo no soy muda”, se animó ella misma, pensando en el porvenir de su retoño y de su progenitora.

El día del viaje, Clara llegó puntual al aeropuerto y se despidió de su hijo con la extraña sensación de que sería para siempre:

–  ¡Adiós m’hijito! Lo quiero mucho. Que Dios me lo bendiga. Pórtese bien – fueron las últimas palabras que le dijo cara a cara a su vástago. – Mamá cuide a mi hijo. Adiós la quiero mucho.

–  ¡Bendiciones Clarita! ¡Buen viaje!

Clara se alejó de su familia, realizando un esfuerzo muy grande para evitar que más de una lágrima escurriera de sus ojos mientras ingresaba a la terminal internacional del aeropuerto de su ciudad. Percibió los sollozos de su mamá y las palabras de su hijo: –  “Mami, no te vayas.” –  Continuó su camino sin mirar hacia atrás para que su familia no observara el llanto al que sucumbió de forma inconsolable.

Después de cruzar el océano, en un viaje agotador y casi interminable, el avión de Clara aterrizó  en el aeropuerto internacional de la nueva tierra prometida. – ¿Cuál es el motivo de vuestro viaje? ¿Cuánto tiempo pensáis quedaos en Ellanda? ¿Dónde os hospedareis? ¿Con quién os  hospedareis?  –  Su voz nerviosa, su piel trigueña, su aspecto humilde y su lugar de procedencia la convertían en sospechosa y es sometida a  innumerables preguntas, requisas rigurosas y al encierro en un cubículo estrecho y desaseado. Había aterrizado a las 3:05 de la tarde, pero se le permitió  salir del aeropuerto a las 9:40 de la noche. Fueron más de seis horas soportando los malos tratos recibidos y el manoseo de algunos funcionarios. – ¡No soy una delincuente! Vengo a trabajar de forma honesta. Por favor, déjenme ir.  – Eran las palabras que repetía una y otra vez mientras sufría con las humillaciones de los funcionarios de inmigración.

Clara tomó un taxi, pensando que lo peor ya había pasado. Al llegar a la dirección indicada y antes de  tocar el timbre que estaba junto a la puerta de la entrada, un señor se le acercó y le dijo:

–  Buenas noches. Bienvenida. ¿Qué necesitáis?

–  Buenas noches. Busco a la señora Rosa Martínez. Vengo de parte del señor Antonio.

–  Bienvenida. Estábamos esperando por vuestra llegada. Pensamos que os habíais arrepentí’o de viajar.  Sentaos y esperáis  mientras os llamo a Rosa.

Cinco minutos más tarde, Clara escuchó una voz que evitó que se durmiera sentada en aquel lugar:

–  Buenas noches. Soy Rosa Martínez.

–  Buenas noches doña Rosa. Soy Clara Rodríguez.

–  Descansáis esta noche que mañana comenzaréis a trabajar. Alfredo, tomáis el equipaje de Clara y lleváoslo a una de las alcobas disponibles.

La música y la algarabía, que había en la mansión de Rosa Martínez, no impidieron que Clara cayera en un sueño profundo, provocado por el agotamiento debido al largo viaje y a  los tratos indignos y vergonzosos soportados en el aeropuerto.

Aunque Clara era madrugadora, al día siguiente de su llegada a Ellanda, despertó después de las nueve de la mañana, salió de su habitación y miró de un lado para otro repitiendo en voz alta: – Buenos días. ¿Alguien me escucha? – Todas las demás habitaciones del segundo piso estaban cerradas y en silencio. Después de  darse una ducha en el baño que compartían las piezas de ese sector de la casa, pensó volver a su cama para descansar mientras  alguien venía por ella, pero el hambre la impulsó a buscar un poco de comida. Decidió bajar por las escaleras y caminar hacia las voces, las risas y la música que se oían en el primer piso para que le indicaran dónde podía conseguir algo para desayunar. A pesar de que la intensidad del sonido de la música y el alboroto de la gente no eran mayores que en la noche anterior, sintió que la cabeza le iba a estallar por el estruendo de los festejos. Antes de cruzar la puerta para ingresar al salón de la reunión, un señor la agarró del brazo:

–  Buenos días. ¿Puedo ayudaos en algo?

–  Buenos días.  Busco a la señora Rosa Martínez.

–  Podéis encontrarla en su alcoba. A esta hora ella aún está durmiendo. Sin embargo, os recomiendo no molestarla. ¿Puedo ayudaos con alguna otra cosa?

–  ¿Dónde puedo desayunar?

–  Podéis ir a la cocina a preparaos algo.

–  Me estoy muriendo del hambre. ¿Dónde está la cocina?

Clara siguió las indicaciones dadas para llegar a la cocina. Después de cocinar y comer, quiso dar una vuelta por el vecindario. Cuando llegó a la puerta principal, un vigilante alto y corpulento le dijo:

– ¡No podéis salir sin órdenes de Rosa Martínez!

– Sólo quiero dar un pequeño paseo y llamar a mi familia.

– Os repito que no podéis salir.

No insistió más, fue a su habitación, se acostó en la cama llena de aburrimiento y durmió hasta que una voz interrumpió su sueño:

–  ¡Levantaos! ¡Despertaos!

–  Doña Rosa. ¿Cómo está?

–  Es hora de que os peinéis, maquilléis y vistáis para  que comencéis a trabajar.

–  Claro que sí doña Rosa.

–  Os recomiendo que uséis este traje hoy.

Aunque la falda era demasiado corta y el escote demasiado grande para los gustos de Clara, se puso el vestido que le sugirió Rosa y bajó las escaleras con un deseo irresistible de oír las voces de sus seres queridos.

–  Hoy comenzaréis a pagar vuestro viaje, vuestra estadía y  vuestra alimentación.

–  Desde luego Doña Rosa. Yo pagaré todo con mi trabajo. Por favor, dígame: ¿Dónde puedo llamar a mi madre y a mi hijo?

–  En la esquina encontraréis  un lugar desde el que podéis hacer llamadas. Os diré a Alfredo que os acompañe.

“La Mansión del Placer” era el nombre con el que era conocida la casa de Rosa Martínez. Era un negocio que todo el mundo conocía, pero que nadie reconocía. Cuando salió Clara con Alfredo para llamar a su familia, todas las personas la siguieron con la mirada durante su trayecto desde “La Mansión del Placer” hasta la esquina. Los hombres admiraban su belleza y las mujeres aborrecían su vestimenta y oficio. Después de llamar y regresar a la casa llena de alegría y energía por escuchar a sus seres queridos, Rosa le dijo: – Esperáis aquí a vuestros clientes y os complaceréis. Vos ganaréis mucho dinero.

Antes de viajar a Ellanda, Clara engañó a sus parientes diciéndoles que trabajaría como modelo. Meses de supervivencia milagrosa debidos a la crisis y el desempleo de su país unidos al desasosiego y angustia que sufría por gastar el poco dinero que tenía ahorrado, la forzaron a seguir el consejo de una amiga de aceptar el trabajo que le ofrecía Antonio y viajar lejos de su país en busca de nuevas oportunidades.

Su primer cliente se conmovió al verla llorar cuando estaban desnudos y le preguntó: – ¿Por qué lloráis? – Porque es la primera vez que tengo sexo por dinero – respondió ella.  Entre diálogos y sollozos transcurrió el tiempo pagado y pactado.  – Os Pagaré otro rato – le dijo y lo hizo el cliente. En ese momento pasó lo que tenía que pasar: Clara realizó su inició en el oficio de la prostitución. Esa noche, después de terminar su jornada laboral y de complacer a más de un parroquiano, lloró varios minutos en silencio antes de caer en un sueño infeliz.

El día que Clara cumplió dos semanas de haber llegado a Ellanda, la discriminación y malos tratos soportados en la nueva tierra prometida, la hacían dudar de su decisión y deseó regresar a su país. Sin embargo, una foto en la que aparecían junto a ella su madre y su hijo, le dio las fuerzas necesarias para continuar con su propósito de darle un nivel de vida digno a sus seres queridos. Ese mismo día conoció a Mario Muñoz.

Mario Muñoz era un hombre de veinticinco años de edad, que nació y creció en los suburbios de Ellanda y la falta de recursos económicos lo obligó a trabajar  y a abandonar el colegio cuando tenía doce años de edad. Siempre deseó ser futbolista y su sueño era ser campeón mundial con la selección nacional de su país y jugar en “Real Ellanda” o “Barcellanda”, los dos mejores equipos del mundo y en los que todo futbolista anhelaba jugar.

Mario participó en innumerables campeonatos infantiles y juveniles de fútbol hasta que contó con la suerte de que un cazatalentos de un equipo profesional lo observara durante un torneo en el que participó con diecisiete años recién cumplidos. Al finalizar el torneo juvenil, comenzó entrenamientos con “Pucela”, un equipo recién ascendido a la primera división de la liga de Ellanda y que luchaba por no descender. Su talento y esfuerzo lo llevaron rápidamente a jugar en la titular del equipo de mayores de “Pucela” y pudo terminar sus estudios de educación secundaria. La mayoría de los fanáticos lo adoraban e idolatraban. Sin embargo, al mismo tiempo que sus logros y triunfos progresaban, crecía un grupo de aficionados que lo odiaban por el color de su piel. El coro que se escuchaba con frecuencia en el estadio cada vez que jugaba “Pucela” era: ¡Negro, hijo de puta! Un coro que aumentaba con el éxito, el prestigio y la fama de Mario.

A los pocos días de que le comunicaran a Mario la noticia que jugaría para uno de los dos equipos en los que siempre había soñado jugar, sufrió una emboscada por un grupo de personas racistas y violentas. Lo esperaron a unos pocos metros de la puerta de su casa y le dieron una golpiza que casi lo mata. Estuvo varios días hospitalizado y aunque la paliza no le quitó la vida, lo dejó con lesiones graves que le impidieron volver a jugar fútbol. De repente, el mundo se había vuelto otro para él. La realidad le enseñó que la vida no era como la soñaba y descubrió la nostalgia. Desde entonces, Mario cayó en el mundo del sexo, la droga y el alcohol.

Cuando Mario entró a “La Mansión del Placer”, llevaba seis meses en su nueva vida desordenada, sin rumbo y sin sentido. Le presentaron todas las chicas disponibles, pidió un trago y eligió a Clara. Estuvieron hablando, bailando y bebiendo toda la noche. Se contaron mutuamente las historias de sus vidas y con cada minuto que pasaba, la atracción entre los dos era mayor. Fue asombrosa la facilidad con que floreció aquel amor que ardió a pleno fuego durante toda la noche. A Mario le parecía irreal la sola idea de que Clara continuara en ese trabajo, y le dijo:

 – Os amo y os prometo que ingresaré a un centro de rehabilitación y volveré por vos.

– Yo también te amo y estaré aquí esperando por ti.  

Los dos se despidieron con un abrazo desgarrador y con un beso apasionado que permitieron que todas las personas que estaban alrededor se dieran cuenta del enorme amor que sentía el uno por el otro.

Como lo prometido es deuda, Mario ingresó a un centro de rehabilitación. Todos los días rezaba, de todo corazón, para sanarse y reunirse pronto con Clara. Había pasado doce meses sin consumir drogas o alcohol y habían transcurrido tres años desde la última vez que estuvo en “La Mansión del Placer”. Finalmente,  llegó la noche en que cumpliría su promesa al amor de su vida:

–  Buenas noches. Busco a Clara Rodríguez.

–  Bienvenido. Podéis seguir para que conozcáis a todas nuestras chicas.

–  Yo sólo quiero a Clara.

–  Ella no trabaja con nosotros desde hace aproximadamente un año.

–  ¿Qué? No creo lo que vos decís. Entraré a buscarla.

Cuando Mario ingresó, vio a Rosa Martínez y recordó que Clara le había dicho que ella era la dueña. Se acercó a Rosa y le dijo:

–  Buenas noches. Busco a Clara Rodríguez.

–  Buenas noches. Tenemos otras chicas que os podéis gustar.

–  Sólo me interesa Clara.

–  Ahora que os veo de forma detallada. Recuerdo aquella noche que tuvisteis con ella.

–  Ya que me recordáis. Podéis decirme dónde está Clara. Quiero darle un beso y un abrazo.

–  Vos desaparecéis tres años y volvéis para pedir imposibles. Pocos días después de que estuvisteis acá, ella padeció de una extraña enfermedad que le afectó el corazón. Ningún médico pudo curar su rara peste, murió y fue enviada a su país de origen.

Con el corazón destrozado, Mario salió pensando en ahogar su pena en el alcohol. Reflexionó, se dio cuenta que esa no era la solución y decidió ir a buscar la familia de Clara. Por  el inmenso amor que sentía, pensó que lo mejor que podía realizar era hacer hasta lo imposible para lograr aquello por lo que murió Clara: Servir y ayudar a todos, en especial, a los parientes más cercanos de la única mujer que había amado en su vida.

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