ESAS Y AQUELLAS YA TiENEN CUENTO

ESAS Y AQUELLAS YA TiENEN CUENTO

Mi primo es “Antropógolo”, oficio que consiste en estudiar las costumbres, convicciones, valores,… de personas, grupos y/o comunidades. Un día me expuso su último estudio realizado; trataba de una mujer cualquiera, llamada Anónima, de no importa qué lugar, la cual trabajaba de friegaplatos en un bar de mala muerte, de éstos donde la monotonía te acaba por aburrir.

En una visita de mi primo a su lugar de trabajo, pudo observar que la cocina era tan pequeña que no  permitía dar más de tres pasos hacia delante o hacia atrás, donde la mugre y la grasa hacían de las suyas para adueñarse de ese recinto.  Pero ahí estaba ella con sus manos mágicas para impedirlo. Era tan limpia que los fogones fingían ser ébano y los cristales de las puertas y ventanas parecían invisibles. Le contaba, que mientras fregaba imaginaba que los problemas fuesen tan simples de solucionar, como limpiar esa cocina o con la facilidad con la que Urdangarín ha malversado presuntamente el caudal público español.

En ese tugurio, le comentó que no había posibilidad alguna de mejorar laboralmente, pues su jefe se creía tan superior por el hecho de ser “varón” y ella “hembra” que nunca tomaba en consideración sus propuestas de mejora para la empresa o para ella, pareciendo sordo. Durante toda su jornada laboral le hacía sentir como si fuera un gusano que no se merecía ni el puesto de trabajo, cosa que al final se acabó creyendo.

Mi primo me explicó que lo que más le gustaba a Anónima de esa cocina era el horno de leña que allí se hallaba, adornado y cubierto por ladrillos toscos y brillantes en los que se dejaban caer unas riestras de ajos que debido a las altas temperaturas eran tan bonitos como sensibles ya que cuando intentabas cogerlos para contemplarlos estos se desmoronaban como los sueños que Anónima construía en su cabeza.  Una de las cosas que más le gustaba, era observar el pan cuando se horneaba ya que se transformaba, triplicando su tamaño de una manera casi mágica. Crecía y crecía como ella anhelaba que sus posibilidades, vida y economía hicieran, convirtiéndose en una  mezcla de mujer entre Hipatia, Frida Calo y Marilyn Monroe. Y no como era en realidad, con una piel tan endurecida y envejecida por el tiempo como si de la costra de un queso añejo se tratara. Tenía una larga y bonita cabellera, pocas veces visible debido a que siempre la escondía bajo un moño enrollado al estilo de ensaimada mallorquina.

Después de describirme el microespacio donde trabajaba, me contó la labor diaria que realizaba: Primero comenzaba su trabajo metiendo los platos en un barreño con agua caliente. Este barreño era tan añejo como si se lo hubiera regalado su tatarabuela ya que las flores que lo decoraban estaban megasuperarchiagrietadas y descoloridas, como los talones de sus pies, o como las paredes de su casa que no se  pintaban desde que empezó a trabajar, y  de eso, hacía mucho tiempo.

Después fregaba los platos uno a uno. La espuma  que se generaba era bonita y golosa, aunque traicionera a la vez, puesto que cuanto más espuma más trabajo al enjuagar, como le ocurrió en su vida con los problemas, como el perfecto y apuesto marido que luego se convirtió en el mayor de ellos, pues tuvo que cambiar su identidad y partir muy joven de su casa para alejarse de él, acabando por vivir recluida en un piso tan extenso como un dedal, en el que a duras penas llegaba a fin de mes, y en el que sólo habitaba para ver fervientemente la televisión hasta quedarse dormida de hastío con la vida.

Una vez tenía una buena torre de platos enjabonados los aclaraba, contemplando como la espuma se desvanecía con rapidez, deseando que la espuma se cambiara por sus problemas y el agua  por su facilidad para evadirlos o solucionarlos, como era el de no poder ver a su familia. Ella recordaba los paseos que daba por el bosque todos los viernes para ir a ver a su abuela, las comidas de su madre, y como le fueron arrebatados esos derechos por una mala decisión. Por último, quedaba el secado, por una parte de los platos, hasta conseguir brillo, y por la otra, de las lágrimas como cristales que le brotaban de los ojos mientras pensaba en sus vivencias. Después  de todo el proceso de trabajo, volvía a empezar… con otro plato…

Como todo estudio “antropomongólico” tiene su conclusión, mi primo me la susurró al oído: Una cocina puede guardar tantos paralelismos con la vida como anhelos utópicos.

Tras rebobinar en mi memoria, además de la experiencia que te van dando los años, saco mi propia lectura: Creo que todos alguna vez en nuestro largo camino hemos podido sentirnos identificados con Anónima, con etapas de la vida monótonas, en la que predominan los miedos o en la que acechan fantasmas del pasado,… que no te dejan ver más allá y brillar como te gustaría. Todo puede pasar, pero mi fórmula patentada para conseguir una vida saludable es poder soltar el mando de la tele, el trapo de la limpieza y tener el valor para enfrentarse a los baches y aprovechar los “llanos”.

Chiribí chiribó este cuento se acabó.

 

 

 

 

 

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