UN ADIÓS DESDE LA SOLEDAD

UN ADIÓS DESDE LA SOLEDAD

Juan vivía en uno de los miles de hogares que hay en Madrid. Una pequeña casa con la que había sido agraciado en un sorteo años atrás, cuando el precio de las viviendas eran inasumibles por los jóvenes. Este sorteo, como caído del cielo cambió la vida de aquel muchacho en aquellos entonces, pero a su vez fue el detonante de una vida ya de por sí, golpeada continuamente por tempestades.

Pero ya era demasiado tarde para mirar atrás, todo se terminaba y Juan había elegido la cobardía como salida a su situación. Eligiendo el camino fácil, el de no seguir luchando.

En su casa, ajeno a lo que sucedía fuera, ya lo tenía todo preparado. Había llenado la bañera con agua, hasta el punto de revosar , dejando un pequeño hilo de agua en el grifo para que el desbordamiento fuera mínimo pero continuado. Dentro introdujo una caja cerrada herméticamente y lastrada con discos de pesas pegados a la misma con cinta americana. Ésta se quedó en el fondo de la bañera, inmóvil, guardando los secretos de aquel muchacho, su último adios.

Mientras, en la calle, llegaban las primeras furgonetas policiales, abucheadas por la gente que se aglomeraba delante del portal de la vivienda de Juan. Sabían todos a que venían y testigas de ello eran las cámaras de los informativos, presenciando lo que sería un desahucio más entre muchos otros. Juan les había llamado, sabía que intentaban ayudar a la gente a no perder sus casas, pero él ya daba la suya por perdida y lo único que quería es que se hicieran eco de su desgraciada vida y lo que iba a suceder.

Juan se asomó por una de las ventanas, viendo como los medios ya se encontraban en el lugar. Como si quisiera aislarse de todo aquel ruido, cerró la ventana, continuando con sus preparativos. Cerró la puerta del baño, dejando todas la demás abiertas y se dirigió a la cocina para abrir las llaves del gas. Ya no tenía luz, pues se la habían cortado, pero consiguió mantener  como pudo el suministro de gas, ya que fue varios meses atrás cuando comenzó a tramar su plan.

Pasaron más de quince minutos cuando el secretario judicial, tras gritos y forcejeos, llegó a la puerta del muchacho, acompañado de varios agentes, un cerrajero y un responsable del banco. Pero Juan habló antes de que llamaran a la puerta con una voz fuerte y enérgica: “¡¡ La casa va a explotar en 5 minutos, desalojen a todo el mundo ya, no hay vuelta atrás!!”.

La  policiá trató de mediar con Juan, pero éste se mantuvo en silencio hasta que pasado un minuto volvió a gritar: “¡¡Quedan 4 minutos, no quiero que nadie salga herido o muera, pero esta casa se irá conmigo!!”. En ese momento, un fuerte olor a gasolina salió de la casa y esta misma sustancia empezó a salir por debajo de la puerta. Todos comenzaron a correr, a llamar puerta por puerta, desalojando a todos los vecinos y estableciendo, la policía, un perímetro de seguridad alrededor del bloque. Las sirenas se intensificaron con la llegada de nuevos efectivos policiales, acompañados de bomberos y ambulancias. No habían terminado de llegar todos los medios movilizados cuando la cuenta atrás llegó a su final.

Juan había vaciado por toda la casa bidones de gasolina y se había empapado a sí mismo  con esta misma sustancia. Cuando llegó el momento y el cronómetro de su reloj había llegado a cero, todo había terminado y llegado a su fin, pero lo que nadie intuía es que se estaba convirtiendo en mártir para contar su verdad y que por una vez, la gente le escuchara.

Juan encendió el mechero, estando al lado del ventanal de su casa, viendo como la gente miraba hacia arriba desde la calle, éste fue su último instante de vida. La mezcla de gasolina y gas prácticamente no permitió al mechero encenderse, ya que sólo la chispa provocada por la piedra del mismo, defragó de inmediato causando una tremenda explosión reventando los cristales de su vivienda y todas las colindantes. Juan fue proyectado por el aire envuelto en llamas. Todo se había terminado, un suicidio más por un desahucio más, buscando la atención de la gente sobre la situación de muchos y en esta ocasión, buscando algo más…contar su historia.

Después de bastantes horas, con la actuación de los bomberos dada por finalizada, apareció la caja herméticamente cerrada, bastante dañada, pero conservando en su interior todo su contenido intacto. En este caso era otra caja de seguridad más pequeña. Una vez abierta, en su interior apareció una carta y una cinta de vídeo. En la presentación de la carta aparecía el título de la misma, seguido del resto de texto:

 «MI ÚLTIMO ADIÓS Y ESPERO QUE EL ÚLTIMO ADIÓS COMO EL MÍO.

Sé que de otra manera nadie hubiera leído éstas mis últimas palabras. Cuando lo hagáis, yo no estaré, sé que no las escucharé, pero debo contar mi historia y espero que ésta ayude a más gente  que como yo se encuentran en la más penosa de las situaciones, de abandono y soledad.

Yo, tiempo atrás, fui feliz. No tuve una niñez fácil, pero salí de ella, aunque apenas sin recuerdos. Por desgracia no tengo familia, al menos, conocida, ya que mi madre se escapó estando  embarazada, no sé de dónde, por miedo a que mi abuelo la pegara. Sé que aguantó a mi padre durante años, según ella por mi bien, aguantó paliza tras paliza, borrachera tras borrachera. Sólo sé que mi madre sobrevivió, al menos unos años más y que mi padre, sucumbió a la cirrosis buscada y quizás merecida, aunque esté mal decirlo. Sé que mi pobre madre me quería con locura y que hizo todo lo posible por sacarme adelante. A veces, lo que estuvo en sus manos y otras lo que estuvo entre sus piernas. Pero no puedo juzgarla, cuando ahora sé que lo hacía para que tuviera algo que llevarme a la boca. Nuestra casa era humilde, pero acojedora. Yo no sé, sinceramente como mi madre sacaba tiempo para cuidarme, cuando salía a primera hora de la mañana de casa y volvía cuando anochecía. Estuve en guardería mientras ella trabajaba y cuando fui un poco más mayor, en la calle o en el colegio, según el día, hasta que volvía a casa. Sé que ella deseaba que estudiara y que tuviera amigos, pero eso era difícil. Las madres de los otros niños no querían que estuvieran conmigo y muchas otras veces ni ellos querían, por la multitud de peleas que tuve por defender a mi madre cada vez que la llamaban puta. Yo era, supuestamente, un niño problemático y quizás fuera así , pero la sociedad no hacía más que darme la espalda y hacerme la zancadilla para que volviera a caer. Pero mi madre siempre estaba ahí, para darme un beso en la frente u ofrecerme unas palabras de ánimo cuando tanto las necesitaba, me hacía ver todo lo bonito que tiene esta vida y gracias a ella seguí adelante, levantándome depués de cada caída…hasta que ella cayó enferma. Yo se lo noté tiempo atrás, pero ella, como siempre sacaba fuerzas para aguartar sola  esta nueva  carga sin preocuparme. Pero la enfermedad empeoró y con ella nuestra situación; sus trabajos sin contrato, no la compensaban de ninguna forma si no podía ir a trabajar y lamentablemente, no podía. Ella no quiso, pero yo lo tuve claro, tenía que cuidarla y la comida y medicinas eran caras, así que con poco más de 14 años dejé el colegio y empecé a buscarme al vida. Como ella, comencé con trabajos sin contrato, sin poder cotizar y otras veces con trabajos no muy honrados, pero cualquier cosa  que me llenara los bolsillos era válida para mí. Así estuve durante varios años, sin que nadie se fijara en mí si no era por interés, mezclándome con gente poco recomendable y llamando amigo a quien sabía que no lo era. En ocasiones pude ganar mucho dinero, pero no era lo que buscaba, con que me llegara para los gastos de mi madre y sobrevivir, era suficiente, no podía arriesgarme en exceso, ya que si me detenían por hacer algo que no debía, mi madre se quedaría sola y desamaparada. Y  así llegó el fatídico día, cuando ya quedaba poco para mis 18 años, a mi madre se la llevó aquella maldita enfermedad y con ella a la única persona que me ha querido en toda mi  vida.

Antes de fallecer mi madre, me pidió que fuera fuerte, que me observaría desde donde estuviera, que abandonara todo lo malo que estuviera haciendo, me mudara y empezara una  nueva vida desde cero honradamente. Por honrar su memoria así lo hice, encontré trabajo en una obra días después de cumplir la mayoría de edad. Con contrato, trabajando de sol a aol, encallando mis manos y entumeciendo mi espalda, aprendí  el oficio y comencé a ganar un buen sueldo que me permitía vivir sin lujos, pero holgadamente, quizás con demasiadas holguras, pero tenía que aprovechar, más sabiendo yo lo que me podría deparar la vida.

Más adelante, ya asentado en mi nuevo barrio, sin conocer a nadie aún, apareció María, hija de unos vecinos, era preciosa, dulce y encantadora…mi primer y único amor. Aún la quiero, pero ella dejó de hacerlo hace tiempo, creo que cuando se me acabó el dinero, pero mejor sólo recordar brevemente su paso por mi vida, ya que al principio fue mucho lo que me aportó, amigos, familia…toda una quimera que se fue cuando lo hizo ella. Yo tendría unos 22 ó 23 años cuando la conocí y al poco tiempo se instaló en mi casa. A mí no me importó, aunque ella no trabajaba  con mi sueldo llegaba de sobra para vivir los dos y mantener sus caprichos, ya que yo no los tenía, viajes, un coche nuevo…Todo  mejoró el día que me llamaron para adjudicarme un piso de protección pública por la mitad de lo que valían en aquellos entonces. Era de alquiler con derecho a compra y como donde vivíamos era sólo de alquiler, decidimos dar el paso. Era un barrio nuevo, maravilloso, gente joven y allí, es decir, aquí pasé los mejores momentos de mi vida junto a María. Pero en una vida como la mía  todo lo bueno tiene su final y el mío fue lento y agónico. Tendría 27 ó 29 años el día que firmamos la opción a compra, ese fue mi gran error, casarme con el banco y no intuir que al estar iniciándose una crisis, los pisos en aquellos entonces costaban más de lo que valían, incluso los de protección pública. A muchos de nuestros vecinos no les concedieron las hipotecas al no trabajar algunos, al bajarles los sueldos a otros. Las viviendas vacías comenzaron a ser ocupadas, no entraré en quién lo hacía ni por qué, sino en que lo hacían, no pagaban comunidad, generaban muchísimo ruido y molestias y se justificaban diciendo que no les quedaba otra…quizás fuera así, pero ¿también nos tenían que hacer la vida imposible al resto de vecinos? Cuando me empecé a enterar de que gente que había pagado la décima parte que nosotros, con todas las ayudas del mundo, viviendo mejor que nosotros, con los mejores coches y caprichos de la vida, mientras yo me partía la espalda día a día; no quise desear mal a nadie, pero quizás lo hice y al final todo el mal cayó sobre mi de nuevo. Me  quedé sin trabajo y me fue imposible encontrarlo por la crisis de la que todos hablaban, las ocupaciones de pisos se acentuaron, como los impagados y todo ocurrió muy rápidamente. María se alejó de mí, ya que con el paro no podía pagarla sus caprichos, me dejó con una nota. No sé lo que contaría por ahí, pero toda la gente que la rodeaba me dio la espalda y me aborreció, como si fuera un maltratador, cuando mi único pecado fue no encontrar trabajo y quedarme en el paro hasta que se agotó. Todos mis vecinos, ocupas o no, continuaban con sus ayudas en las viviendas, ayudas que la gente como yo no recibimos nunca a pesar de llevar media vida cotizando, no entiendo por qué. Yo no tenía hijos, ni derechos, ni ayudas…la cuenta del banco se quedó al poco tiempo a cero, ya que María nunca permitió que creciera, con sus viajes y caprichos, pero ella estaba bien, al amparo de su familia, mientras a mí todo el mundo me daba la espalda. Sólo el banco se acordó de mí para recordarme mis obligaciones y que si no cumplía con ellas, perdería la vivienda. Famélico por el hambre, sin techo, sé que muchos me tacharán de cobarde y seguramente lo sea, pero quiero abandonar esta vida haciendo recapacitar a la gente y haciendo reflexionar a los políticos, que los que más hemos trabajado, los que más hemos luchado por salir adelante honradamente, al final somos los que menos derechos tenemos, incluso  simplemente a sobrevivir. Me despido deseando de corazón que ayuden a quien lo merece y no a quien cree tener derechos adquiridos por no hacer nada, cuando esos derechos salen de nuestros bolsillos. Yo estoy solo, abandonado, fuera de esta sociedad que me da la espalda. Recen por mi alma y pidan por mí que me reuna con la única persona que me quiso, mi madre. “

Así se despidió Juan, así dejó esta vida, pero esta carta no es la que encontraron en el lugar de lo sucedido, esa desapareció y nunca vio la luz. Pero más cartas como esa llegaron varios días después, por correo, a los medios de comunicación, no siendo censuradas y cumpliendo su cometido, abriendo los ojos de quienes no quieren ver.  

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