Una sencilla casa de ladrillos vistos, pintada de blanco con ventanas estilo inglés, luciendo maravillosos manojos de geranios que se disputan los últimos rayos de sol filtrados por las copas de los tilos en un atardecer primaveral.

Maraña despeinada de pelos entrecanos, asoma sufrida mirada sin descanso, entre los papeles mal olientes de humedad y botellas sucias. El viento revuelca sus esperanzas de cartón y humo de cigarrillo. El solitario cazador, agazapado en un contenedor, investiga entre los tesoros que le sobra a la sociedad.
Selecciona una silla a la que le falta una pata, pero que considera de utilidad.

Un perro mestizo, feo, con los dientes asomando desde su maxilar hacia arriba, se refriega contra el piso, descuidando la compañía de su amo. Luego se dirige a un montículo de arena y retoza su lomo. Ahora se acerca a mi auto. Mientras espero que regrese mi acompañante, observo desde el interior, pero ya no logro verlo. Percibo su presencia, olfatea y mea la rueda delantera.
En este escenario encuentro la otra realidad, la que se confunde en el tumulto cotidiano, de pasos ligeros, cafés y diarios. La que contrasta con la vida cotidiana de quien dispone de casa, comida y una confortable cama donde descansar.

En su humilde vestimenta, dejaba asomar una persona limpia y sincera. Me moviliza conocer algo más sobre él y decido entablar una conversación de vecinos. Me cuenta que su nombre es Ismael. Me estudia con cierta desconfianza, no es común que le dirijan la palabra. Su historia es muy simple y breve de contar, pero lleva años de vivencias insensatas, de vagas postergaciones.
Trabajó en un taller metalúrgico, hasta que lo echaron porque ya sobraba. Sin estudio ni oficio y con cincuenta y dos años, desafía a las circunstancias propias de sobrevivir en un mundo hipócrita y egoísta que parece evolucionar en sentido contrario cuando de inclusión se trata.
La vida de Ismael no difiere en mucho del común de los marginados sociales. Intentó formar una familia y el factor «solvencia» lo puso a pruebas que no le eximieron de dolor e incomprensión.
Producto de nuestra inevitable proyección a ser mejores cada día, me increparon algunas preguntas, ¿hacia qué puertas nos dirigimos en pos de nuestra realización personal? … en definitiva, ¿quiénes generamos más basura cada vez?
¿Encontrará la humanidad, la manera de contener esta masa de gente que hoy descuida esta generación? Si la superación es entorno a nosotros mismos, ¿qué es auto-realización?
Muchas gracias Ismael por reflejarme en tu espejo.

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