Como se nota… pero, ¿Cómo se nota?

Como se nota… pero, ¿Cómo se nota?

Fernando Mosteiro

30/08/2013

Como todos los días desde hacía ya muchos años, más de los que a ella le gustaba recordar, amaneció con las voces de Radio Nacional de España: “Buenos días, son las ocho de la mañana, las siete en canarias”.

 

La mañana se presentaba fría, así que pensó en prepararse un café bien caliente antes de ponerse con las faenas de la casa.

 

– Fifí, ¿dónde estás Fifí? – así se llamaba su pequeña gata siamés de color pardo, que, al momento, subió de un salto a la cama.

 

– Fifí, hoy es día de rebequilla. Aunque tú la rebequilla la llevas siempre puesta ¿verdad compañera? – la pequeña gata se limitó a estirarse y lamerse las patas.

– Vamos Fifí, que te voy a poner un buen tazón de leche caliente.

 

– Vaya – comentó mientras movía la botella de butano – nos estamos quedando sin gas. Creo que este mes lo acabaremos comiendo sopa fría.

Fifí seguía estirándose ajena al frío de la mañana. Quizá Doña Petra tenía razón y ya estaba haciendo efecto su rebequilla natural.

– ¡Buenos días Señora María! Qué mañana más fresca tenemos.

 

– ¡Buenos días Doña Petra! Pues sí, fría como una noche de invierno.

 

Doña Petra no sabía cómo, pero siempre que abría la ventana de la cocina para ventilar la casa, para colgar la ropa o para lo que fuera, ahí estaba la Señora María, asomada a su ventana como un vigía en alta mar. Y eso que sus ventanas daban a un viejo patio de manzana, sin vistas, sin árboles y con poca luz.

 

Después de la Ducha, corta pero caliente, Doña Petra comenzó a prepararse para salir de casa. Se puso su abrigo de lana, ése que calienta tanto los días de frío, cogió su gorro gris, una de sus bufandas y el carro que utiliza para ir a la compra.

 

– Fifí, pórtate bien. No te asomes a las ventanas y, sobre todo, no te subas en el sofá.

 

Nada más cerrar la puerta Fifí ya estaba maullando a la Señora María desde el alféizar de la ventana de la cocina.

 

– ¡Buenos días Doña Petra! – saludó Pedro, el portero, que estaba en el rellano de la escalera limpiando el pasamanos de la barandilla. – Deje que la ayude a bajar el carro que a su edad no está usted para hacer esfuerzos.

– ¡Buenos días Pedro! A mi edad ya no estoy para hacer nada. 80 años hacen que hasta una bolsa de plástico pese una tonelada.

 

– Vamos, vamos, 80 años. No me mienta Doña Petra, que usted como mucho tiene 79. – los dos rieron mientras bajaban por las escaleras, aunque era la misma broma que Pedro le hacía todos los días.

 

– Va pronto usted al mercado Doña Petra.

 

– Sí, los sábados se forman muchas colas, así que quiero estar de las primeras.

 

– Bueno, pues no gaste mucho y me llama cuando llegue para que le ayude a subir el carro. Por cierto, hoy pasa el Butano ¿quiere que le coja una bombona?

 

– Gracias Pedro. No me hace falta, creo que la tengo casi llena. Ya te avisaré más adelante para que me pidas una.

 

– Cuando quiera Doña Petra. No olvide llamarme a la vuelta del mercado – Pedro se tocó los bolsillos, como el que busca una cartera perdida, levantó las cejas, sonrió y, silbando, subió por las escaleras en busca de la bayeta que había dejado en la barandilla de la segunda planta.

 

Doña Petra cogió la calle en dirección al Mercado, el pequeño mercado que está nada más pasar la Parroquia del Carmen. Es una calle ancha, con muchos comercios y bares. Lo único malo es la pequeña pendiente que tiene.

 

– Menos mal que el carro sube vacío – pensó mientras empujaba su carrito rojo de cuatro ruedas.

 

– ¡Buenos días Doña Petra! – Pascual la saludó desde la otra acera.

 

Pascual era el camarero del barrio. Un chico muy simpático que parecía que hubiera estado en el bar toda la vida, aunque sólo tenía unos 30 ó 35 años.

 

– Hace ya tiempo que no viene a merendar por aquí. ¿No estará yendo a la competencia a tomar el café de la tarde? Jajaja. – Pascual, además de simpático, era un chico muy gracioso.

 

– Ay, Pascualín, es que sois muchos en el barrio y hay que repartirse. No se pueden poner todos los huevos en la misma cesta.

 

– Bueno Doña Petra, pues a ver cuándo vuelve y le preparo ese sándwich que tanto le gusta, el de Queso y Tomate, que ya hace meses que no me lo pide nadie. Vamos, desde que usted no viene a merendar. Vamos, que yo diría que ya hace más de un año. – Pascual, además de simpático y gracioso, tenía muy buena memoria.

 

– Ve preparando los ingredientes, Pascualín, que un día de estos me paso a tomarlo.

 

Doña Petra caminó lentamente mirando todos los escaparates de las tiendas que hay en la calle que lleva al mercado, pero no entró en ninguna; ni siquiera en la mercería de Lola, donde siempre compraba los ovillos de lana para hacer esas bufandas tan bonitas que, al final, regalaba a la gente del barrio. 

Pedro, el portero, todas las mañanas de invierno lleva la bufanda azul de Doña Petra. Ésa que él dice que le recuerda a la del Celta de Vigo. Y Manoli, la de Caritas de la Parroquia, la morada, ésa que siempre que se la pone le recuerda al Tiempo de Cuaresma.

 

Después de una larga caminata, por fin llegó.

 

– Qué suerte, hoy no hay mucha cola. ¿Quién es el último?

 

– Soy yo, – Dijo una chica sudamericana que estaba sentada en una silla de plástico.

 

La chica era muy joven, pero tenía cara de estar cansadísima; quizá por los 4 niños que correteaban alrededor de ella y no paraban de gritar.

 

– ¿Quiere sentarse usted? – le propuso amablemente al intuir la edad de Doña Petra.

 

– Muchas gracias. La verdad es que me vendría bien descansar un poco. Con los años las cuestas se hacen cada día más pesadas.

 

La chica se levantó de la silla, cogió a dos de sus pequeños en brazos y a los otros dos, aunque intentó cogerlos también, los dio por imposibles, pues no paraban de correr.

 

– ¡Estaos quietos que acabaréis tirando a alguien! Uffff… estos críos cualquier día me dan un susto – Suspiraba mientras dejaba a uno de los dos niños en el suelo.

 

– ¿Sabe qué tal está hoy la fruta? – preguntó Doña Petra a la joven.

 

– No sé, me ha parecido ver que las manzanas tenían muy buena pinta. El anterior sábado las peras estaban un poco pasadas, así que hice compota. Con estas cuatro bocas no podemos tirar nada. ¡Pero queréis estaos quietos y dejar de correr! – volvió a gritar a los dos niños.

 

– ¡Siguiente!

 

– Ya me toca a mí. Vamos hijos que me tenéis que ayudar con las bolsas. ¡Lucy, deja de correr y ven aquí ahora mismo!

 

– Suerte con las manzanas – dijo Doña Petra mientras se levantaba de la silla y volvía a la fila.

 

– ¡Siguiente!

 

Doña Petra avanzó unos metros hasta el mostrador. De dentro salió una chica alta, de buen cuerpo, abrigada, pues el día era frío. Llevaba unos pantalones de pana negros, una cazadora vaquera y, como todos los días de frío, la bufanda morada que en su día le regaló Doña Petra. Sí, esa que siempre le recuerda al Tiempo de Cuaresma.

 

– ¡Buenos días Doña Petra! ¿Cómo estamos?

 

– ¡Buenos días Manoli! Pues ya ves, aquí vengo, a hacer la compra.

 

– Bueno, ya sabe que a Caritas puede venir cuando quiera, incluso los días que no repartimos comida. – Dijo Manoli mientras le cogía la mano. – Sabe que siempre es una alegría charlar un rato con usted.

 

– Hoy nos han traído manzanas del Banco de Alimentos. Espero que estén mejor que las peras de la semana pasada.

 

– Bueno, la compota de manzana tampoco está mala. – comentó Doña Petra mientras sonreía recordando a la chica sudamericana de los cuatro niños.

 

– Le meto en el carro las manzanas, una bolsa con arroz y legumbres y unos cartones de leche. ¿Serán suficientes para la semana?

 

– Creo que sí – contestó Doña Petra mientras ordenaba las bolsas en el carrito.

 

– Bueno, pues si necesita algo más me llama, si no nos vemos el jueves que viene. Por cierto, a ver si me hace una bufanda blanca, que ésta me recuerda siempre…

 

– Al Tiempo de Cuaresma. –dijo Doña Petra antes de que Manoli pudiera acabar su frase. Y las dos se echaron a reír.

 

– Va muy cargada Doña Petra, ¿quiere que le diga a algún voluntario que le ayude a llevar el carrito a casa?

 

– No, gracias Manoli, este todoterreno de cuatro ruedas todavía puedo conducirlo bien. – las dos volvieron a reír.

 

– Muy bien Doña Petra. Vaya con cuidado. Luego la llamo para ver si ha llegado usted bien.

 

– ¡Siguiente!

 

En el poco tiempo que había estado Doña Petra con Manoli, la cola de Cáritas había aumentado muchísimo y ya llegaba hasta la esquina del convento.

 

– Esta cola cada día es más larga. No sé hasta dónde vamos a llegar como las cosas sigan así. – Comentaban dos voluntarios en la puerta de la parroquia.

 

Al pasar por delante de la cola de Cáritas Doña Petra pudo ver a Julia, la mujer de Juan, el albañil, que despidieron de la constructora al poco de comenzar la crisis. Miraba para abajo, como para no tener que cruzar las miradas ni los saludos con nadie.

 

Detrás de Julia había un caballero con traje, corbata y maletín.

 

– Yo creo que éste se ha confundido de cola. – Pensó Doña Petra -. Aunque, fijándose bien, recordaba haberlo visto otros sábados por Cáritas.

 

Cogió el carrito rojo con las dos manos y enfiló calle abajo de vuelta a su casa.

 

– Pedro, estás por aquí. – Gritó Doña Petra al entrar en el portal.

 

– Ya está usted de vuelta – Dijo Pedro mientras salía de su chiscón, enfundado en la bufanda del Celta de Vigo.

 

– Ya ve, al final, hoy también voy al fútbol.

 

Los dos se rieron, aunque era la misma broma que Pedro le contaba siempre que se ponía su bufanda azul.

 

– ¿Qué tal? ¿Había hoy mucha cola en el mercado?

 

– Mucha Pedro, y cada sábado parece que hay más.

 

– Pues vaya, yo no sé dónde está la crisis. Ya ve, los bares llenos, los mercados más llenos todavía… Por cierto, ha llamado una tal Manoli preguntando por usted, para ver si había llegado bien. Me ha dicho que si al final hace compota de manzana le lleve un poco el próximo sábado. ¿Es su sobrina?

 

– No Pedro, es la frutera.

 

– Estos fruteros, al final, se hacen ricos. Ya se lo digo yo Doña Petra. – Sonrió y silbando subió por las escaleras con el carrito rojo.

 

– Fifí, ya estoy en casa. – la pequeña gata dio un salto del sofá al suelo.

 

– ¿Has sido buena? – Fifí saludó a Doña Petra rozándose entre sus piernas.

 

– Que frío, voy a cerrar la ventana de la cocina, que ya se ha ventilado bien la casa.

 

Nada más coger el picaporte de la ventana de la cocina oyó la voz de la Señora María.

 

– ¿Ya ha regresado del Mercado Doña Petra?

 

– Sí, Señora María, acabo de llegar. ¿Qué tal las vistas? – contestó Doña Petra con una sonrisa picarona.

 

– Nada nuevo Doña Petra, nada nuevo. ¿Qué va a preparar?

 

– Ummm, creo que prepararé compota de manzana.

 

– ¡Compota! – Exclamó sorprendida la Señora María. – Como se nota donde hay dinero Doña Petra. Como se nota…

 

– Doña Petra cerró la ventana y puso la Radio: “Es mediodía, las once en Canarias”.

 

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En recuerdo a todas esas personas que, anónima y desapercibidamente, sufren pobreza en España…

 

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