Aquella mañana volvía a casa tras un fin de semana frenético, solo pensaba en descansar, volver a mi rutina. Llegué al portal y antes de poder alcanzar las llaves en el fondo de mi bolsillo giré la cabeza a la izquierda y por allí venía, una chica joven con aquella falda hasta los pies que colgaba llena de colores cálidos, con una rebeca negra y unas zapatillas de andar por casa más grises que rosas.

Me quedé parado con la vista clavada en ese carro para bebés vacío, y ese palo de escoba que sujetaba con su diestra. Claro que sabía lo que estaba haciendo, vagando de calle en calle…

No pude evitar pararme a pensar las penurias por las que esa chica estaría pasando, pero había algo extraño en aquel cuadro, venía cantando y tímidamente sonriendo. Seguí mirándola a la cara hasta que casi se me echó encima sin dejar de cantar y devolverme esa mirada que dos veces se le fue para el carro, pero solo bastaron dos metros para quedarme de piedra cuando mirándome me saludó sonriéndome.

Me pasaron tantas cosas en ese instante por la cabeza que me quedé bloqueado ante la situación, se me cayó la vista justo a sus manos, destrozadas por la necesidad y sucias como esta vida. 

Cuando reaccioné, alcé la vista y pasó fugazmente una coleta negra a la que le devolví ese saludo, la respuesta fue la misma canción que había entablado conversación con mis ojos poco antes.

Todavía me esperé a que abriera el siguiente contenedor para recordar que estaba buscando mis llaves…

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