La brillante luz de la notebook rompe la oscuridad, acompañada por el arder de los leños en la estufa cercana, dan un lugar acogedor para el novel escritor, apurado por el fluir de los pensamientos. La habitación, invadida por el olor a leña, invita a escribir los capítulos finales de su segunda novela. Hace un alto, retira sus lentes, refriega sus cansados ojos, balancea su cabeza de izquierda a derecha, estira los brazos para descontracturar la espalda.

“Pensar que  hace solamente dos años atrás, era un escritor de discursos y gacetas de marketing político; y hoy, gracias al trepador de Juan estoy en esta que si es la mía” Piensa Carlos.

En Comuna Prosperidad, las apetencias de los políticos que pretendían hacer carrera, luchaban por sobresalir. Allí se destacaba Juan: politólogo. Su alta figura, su andar y vestir elegante y muy competitivo, hacían que se destacara entre los aspirantes a dirigentes sociales. Competía con Él la enfermera del dispensario, la corneta del pueblo, tenía todas las noticias, tergiversaba como la más pintada, acomodaticia, y siempre en busca de rascar diner, según ella  “en ayuda a su comunidad”.

Como todo caserío, tenía tan solo una posta policial, con dos agentes, borrachos y vagos, menos mal que el delito existía solamente en la clase dirigente, por lo tanto no se necesitaba la autoridad, solo se garantizaba el orden. Ambos estaban bajo la tutela de un cabo coimero y mujeriego. Toda esta jurisdicción era dirigida por el juez de paz, candidato siempre a cualquier cargo, con el único mérito de tener diez vacas y saber leer y escribir.  

El único límite a estos impresentables era el padre de la iglesia, que había llegado castigado, nadie sabía el por qué, y el tiempo hizo que el obispo de la diócesis se olvidara de este cura, lo que lo convirtió en un sacerdote del buen comer y tomar, con su consabida siesta y que estos cualquiera no pretendieran quitarles sus beneficios y acomodos.

La culpa no era de ellos sino de una comunidad sumisa, negligente, ignorante en su mayoría y limitada en aspiraciones. Aquellos que se esforzaban solo les interesaba su bienestar, siendo muy egoístas para con sus pares. No era una numerosa población, por lo tanto un astuto como Juan con conexiones a nivel de la provincia, siempre conseguía una prebenda:  y así corrompía la escasa moral de estos votantes.

Allí Juan encuentra a un estudiante y aspirante: Carlos, empleado de la imprenta, que cada 15 días publicaba un folletín con las noticias más importantes de los alrededores, un joven delgado de 1.60 mts de altura, muy estructurado y ordenado, que no llamaba la atención. Es así que el político de Juan, encuentra a su escritor de discursos, y es quién le redacta los informes a sus superiores.

Como toda sociedad, en sus orígenes, funciona. Carlos, con aspiraciones de sobresalir y poder decir adiós a su paupérrima vida, encuentra en la narrativa un medio para llegar a su objetivo.

Todo comienza a complicarse cuando llega el momento de la campaña, el puesto a dirimir por  el voto popular es el de Jefe de la Comuna. Todos los aspirantes se reúnen en un asado,  donde se dividen los beneficios, allí participa Carlos, ¡asombrado de lo que ocurre! La corneta de la enfermera satisface las demandas de “gentiles” atenciones al Juez de Paz, Juan reparte promesas de beneficios pecuniarios para los supuestos “opositores” y el clero bendice con buen vino el proceder.

“Ese asado me abrió los ojos… ¡como cambió mi vida!”,  reflexiona en silencio Carlos.

Ese hecho abrió su mente, se dio cuenta que la política, como la vida, es una gran puesta en escena, donde las luces, los espejitos y las actuaciones de los actores nos inducen a tomar decisiones alejadas de lo que ocurre realmente. Donde lo importante esta atrás del escenario y alejado de las miradas de la gran masa de anónimos. Esto fue motivo de desavenencias  entre Carlos y Juan, quién, con su pragmatismo y en forma despectiva le entregó el número de celular de una editorial de la gran urbe, para que Carlos se dedicara a contar cuentos.

La oportunidad le llegó a Carlos, cuando Juan consigue una mochila llena de dinero, para realizar los cordones y cunetas de las sesenta cuadras, del ejido comunal y comprar algunas voluntades. Carlos se asocia a  Cuchara, el único albañil de la zona, quién ni lerdo ni perezoso interna a sus dos ayudantes en el country “Los Chorritos” del pueblo vecino, con la mentira de una gran obra, para que no le quiten el negocio.

Este, medio cuchara, se alía con Fierro el ferretero, que realiza la jugada maestra: consigue que Loly, prostituta de la ciudad, llegue al poblado y deje a Juan con la imagen y los pantalones por el piso.

El inspector de obra, cobra su parte, Cuchara aumento su mano de obra, Fierro vendió muy caro sus insumos, vueltos que no volvieron, la mochila que se perdió y la rueda siguió su vuelta.

Los nuevos actores, presentan como EL GRAN CANDIDATO al” Turquito”, taimado y vendedor de humo como ninguno, acompañado como presidenta del consejo asesor, por una parlanchina loca, con ínfulas de gran señora….Ganan por amplio margen, como las promesas que repartieron, dando una muestra de renovada participación ciudadana.

El gran último acto de esta comedia, se realiza en la explanada de la iglesia: ¡Con la inauguración de la obra de cordón cuneta de las Cuatro cuadras que rodean la plaza! con la presencia de la corneta de la enfermera con su bicicleta nueva, el Juez de Paz, con dos vacas más en su patrimonio, el cura con mejor vino y nueva sotana bendiciendo las obras.

Los leños se consumen el cansancio agota al escritor. Apaga su computadora personal y la guarda en la mochila que era de Juan. “todavía  debe estar preguntándose qué pasó”  piensa Carlos, marchándose a dormir.

Los hechos y personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La corrupción es madre de la pobreza y la exclusión social.  

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