Nunca nadie llega a conocerse a sí mismo, tratamos de apresar y comprender aquello que nos singulariza, que conforma nuestra forma de ser y de estar en el mundo, queremos creer que, allá en el fondo, en las zonas más oscuras e inaccesibles, está aquello que no podemos definir pero que nos hace especiales, distintos, únicos, al menos lo suficiente para decirnos, no eres como los demás, estás por encima de la masa, eres guapo, listo, hábil, seductor, millonario, famoso, o no eres nada de eso, pero no importa, te mientes, te engañas, todo lo que haga falta antes que verte reflejado en el otro, en todos los otros pretéritos, presentes y futuros que no son y son tú, cómo explicarlo, pero nada de eso es verdad, a lo más que podemos aspirar es a recoger y reconstruir nuestro yo roto y fragmentado en las múltiples miradas que nos reflejan, juzgan y definen, sólo existimos en la mirada del que nos ve, la mirada es poderosa, nunca la propia, que es ciega, sino la de los otros, las miradas-espejo a las que nos asomamos para tratar de descubrir quiénes somos en realidad. ¿Y cómo es alguien al que no se mira, al que no se ve, cómo reconstruirme si no existen piezas de las que poder echar mano? Antes sí, por supuesto, hay que recorrer un largo trayecto de miradas antes de desaparecer por completo, de ser sin ser, al menos como algo vivo, humano. Pero tampoco ahora estoy diciendo toda la verdad, incluso la mirada que no nos mira nos construye, aunque sea como algo casi mineral, un bulto, algo que se esquiva y en lo que no se vuelve a reparar, lo que queda detrás, detrás siempre, que no se me acerque, que no me toque, que no levante la mano pidiendo lo que sea, no puedo hacer nada, sólo desviar la mirada, esquivar eso que tengo delante para que deje de existir, mi mirada es poderosa, puedo hacerlo desaparecer, despojarlo de su humanidad, sólo tengo que ver sin ver, eso es todo, es fácil, muy fácil. Pero antes de todo eso está el dolor, así, en abstracto, porque sea cual sea la historia de nuestra vida, y son todas tan distintas y a la vez tan iguales, el éxito fugaz y pasajero, la ruptura sentimental, la pérdida irreparable, dejar de tener trabajo, el alcoholismo, la demencia, o todo eso al mismo tiempo, lo que queda, aquello que nos posee por completo, que no deja ni un resquicio o asidero que no devore, es el dolor, un dolor total y absoluto, tan fuerte que no puedes pensar en nada que no sea ese dolor uniforme y monolítico, formado de muchos fracasos, de muchos sinsabores y esperanzas rotas, un dolor insoportable que no remite, que no se aplaca, cómo podemos creer tantas mentiras, y que hay que matar, que destruir, que olvidar y enterrar, o, al menos, hacer inofensivo, qué más da la forma o manera, en el horizonte último el olvido, aunque sea de uno mismo, porque ya es bastante con el frío, con la soledad, el miedo, con el odio, también hay que sobrevivir a eso, sólo hay que volverse invisible, pero cómo lograrlo cuando las únicas miradas que te enfocan son las del odio irracional, las de la violencia que se desata y puede llevarte por delante, o no, a veces tan sólo dejarte malherido, el dolor físico, carnal, concreto, no puedo moverme, añadido al dolor interno, al que casi había logrado amortiguar, al menos hacerlo tan blando que no duela, sólo en los días de nostalgia infinita, y ahora hay que empezar de nuevo, debo volver a hundirme, hasta el fondo, para que el dolor me suelte, aunque nunca me suelte del todo, siempre queda un poco agarrado a las entrañas por si debe volver a apretar, a morder, a devorar, y apretando, mordiendo, devorando crecer hasta abarcarlo todo, llenándome, haciéndose cada vez más fuerte y poderoso, tanto que sea ya imposible de ablandar, de ignorar, de destruir, doliendo más allá del dolor, ese terreno que nadie conoce pero existe, allí detrás, detrás del alcohol, de la locura y de la miseria más absoluta. Ya casi estás al final del camino, queda poco para desaparecer, para transformarte en cosa, en objeto, en bulto, pero antes debes mirarte en esas miradas que aún se clavan en ti conformado tu penúltima apariencia, y éstas sí que duelen, metamorfosis dolorosa, estás empezando a perder la humanidad, te están desgarrando, te extirpan todo aquello que te hace hombre o mujer, al final quedará la cosa, el nadie, pero antes hay que pasar por esa última mirada conformante, la del desprecio, mírate en esos espejos, no puedo, no puedo, el dolor último, el que no va a soltarte, déjenme que les cuente mi historia, sí, se parece bastante a otras, pero qué importancia tiene la originalidad cuando estás en la calle, hundido bajo pilas de cartones, sólo deseo que me miréis, eso es todo, no, por favor, estoy aquí, soy yo todavía, aún siento, aún tiemblo, aún lloro, no todavía cosa, objeto, bulto, aunque un poco más cada día, ya estoy desapareciendo, casi he dejado de ser yo, ahora, ya, en esa esquina, bajo la lluvia, el frío, el viento, no me ves al pasar, no me miras, el nadie, los nadies, la última frontera de la miseria y la pobreza.

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