I

– I –

−¿Andas jodido?

Reconocí de inmediato la voz carrasposa y de acento norteño. Del otro lado de la calle, una Suburban se había detenido. En el interior, un ruco como de unos cuarenta años me miraba. ¿Es a mí? No recuerdo que antes me hubiera hablado, únicamente lo hacía con los valedores. Para asegurarme bajé la cara y volteé despacito a los lados.

−Sí tú, chamaco, el de los pantalones rasgados.

Bajó por completo el cristal y me hizo una seña para que me acercara mientras aventaba la colilla de su cigarro a la calle. Obedecí de inmediato; el tipo se veía denso.

−¿Andas jodido, mi’jo? ¿O qué? –Tronó los labios−  ¿Por qué esa cara de perro?

¿Qué si ando jodido? ¿Qué no se nota? Eso me hubiera gustado decirle, pero después de un segundo dije sí con la cabeza sin dejar de verlo a los ojos.

−Si quieres lana, puedes trabajar para mí.

Sentí frío, pero en serio frío, era distinto al que siempre tengo, más intenso; yo sabía a qué se refería, lo he visto con los “grameros” de la esquina muchas veces.

−¿Cómo ves? ¿Jalas con nosotros?

Mi tripa contestó por mí, la había traído pegada al cogote todo el día, por eso no se esperó a que yo lo pensara.

−Ok, pelado. −Se echó a reír.− Me gustan los calladitos.

Y apretó algo en su portezuela que hizo que todos los seguros se botaran.

−¡Vas! −Movió la cabeza hacia el asiento del copiloto.− Súbete.

Di la vuelta a la camioneta y abrí la puerta, en el asiento estaba un rifle, un cuerno de chivo, creo. Él lo puso sobre sus piernas mientras yo saltaba dentro.

– II –

II

−¿De dónde sacaste dinero para pagar todo esto?

−¡Ahora sí que rompiste tu propio record, jefa! Acabas de entrar y ya me estás regañando.

Sin voltear a verla sigo jugando con “La Bebé sin nombre”.

−Contéstame, Samuel.

¿Para qué quieres saber, mamá? Murmuro para mí. ¿Qué vale menos si viene de La Maña? ¿Compra menos leche o pan? ¡Digo! porque en la tienda no se pusieron nada roñosos.

−La vecina me dijo que estás pasando tardísimo por tu hermana, ¿dónde andas?

−Chambeando.

−¿Chambeando?

−Sí, chambeando. Le ayudo a un tipo que tiene una bodega acá a la vuelta y él me da una lana.

Mi madre frunce los labios; creo que no se decide entre regañarme o felicitarme porque al menos uno de los dos tiene trabajo. Por lo pronto me dedica la mirada 82 de “muérete”. ¿Yo, qué? Lo que dije es verdad, al menos en parte. La bebé ríe feliz mientras junto mi nariz con la de ella.

−¡Qué de buenas estás, cosita!

Para que le baje a su choro, le lanzo: ¿Hasta cuándo la vas a registrar, mamá? Ese pendejo no va a regresar, al menos mi papá se esperó hasta que salí de la primaria para largarse. Y mientras estuvo con nosotros no la pasamos tan mal como ahora. La verdad. Pero esta niña no solo está jodida y sin padre, sino que ni siquiera existe.

Mi madre guarda silencio, sus labios no se han relajado ni un momento y sus ojos buscan algo en el suelo. ¡A huevo! ¡Directo al blanco!

−Al menos ponle un apodo, güey.

−Y, ¿cuánto te paga, el tipo ese?

Me inclino sobre la bebé para ocultar mi sonrisa.

– III –

III

Esta madrugada aparecieron nueve cuerpos con signos de tortura en las inmediaciones de esta estación. Entre ellos estaban dos menores. Hasta el inicio de esta emisión ya habían sido reconocidos siete. El jefe de la policía señaló que se tienen varias líneas de investigación abiertas ya que no hay una relación obvia entre las víctimas. En otro orden de ideas, no se pierda el especial de la liguilla en “Deportes y Más” con nuestro compañero Saúl Hernández al término de este noticiero…

– IV –

IV

−¿Cómo va todo, chamaco?

−Todo bien, Jefe.

Me subo rápidamente a la camioneta. El Jefe lleva puestos unos lentes negros, una gorra y una cara de pocos amigos, que nunca le había visto. Avanza mientras mira con atención a los carros que nos rodean.

−Ponte muy buzo, Calladito. –Me dice acomodándose los lentes− Las cosas se están poniendo feas, si ves algo extraño o algún morro que aparezca haciendo preguntas y me lo reportas inmediatamente. ¿Estamos?

−Sí, Jefe.

Toma un sobre de la guantera y me lo entrega. Sin poder ocultar una sonrisa, lo meto a mi pantalón. El sonido de su celular lo sorprende e inmediatamente contesta.

−XR…

Es la primera vez que yo estoy presente, normalmente me baja antes de tomar una llamada.

−Sí, lo conozco… ¿Lo levantamos o quiere que ahí mero nos lo quebremos?…

El semáforo se pone en rojo, esta es mi oportunidad para bajarme; pero no me atrevo.

−¡Cómo usted nos diga, mi Coma!… Entonces llevo a varios de los míos, por si se complica.

En pleno alto se arranca y da vuelta.

−Calladito, tú vienes con nosotros; necesitamos que nos des el pitazo cuando un infeliz salga de su changarro.

– V –

V

−¿Quién te quiere, cabrón?

El bateador en turno golpea sin piedad al halcón que levantamos. Colgado de cabeza, como res en destazadero, ya no suplica; en sus ojos se ve que ya sabe lo que le espera. Y de nuevo…

−¿Quién te quiere, cabrón?

Su agresor ríe como loco con cada batazo en las costillas. De entre los espectadores alguien grita: ¿A quién le toca? Todos levantan la mano, sus risas burlonas me hielan. Nadie se ha dado cuenta que me orine en los pantalones.

−¡Le va a Calladito! –grita El Jefe, ahogado de borracho− No ha pasado ni una vez.

Todos voltean buscándome, cuando por fin me encuentran sus miradas se abren para que pase. Pero no puedo moverme, las risas se extinguen creando un silencio que quema. El Jefe me mira con desprecio.

−Pásale a darle a la piñata o ¿qué? ¿Eres uno de ellos? ¿Eres un contra?

NO, claro que no.

Camino directo al centro. Mientras tomo con firmeza el palo, veo directamente a los ojos de la piñata. Me suplican que no lo haga, sus lágrimas se mezclan con la sangre que le escurre como fuente. Debajo, un pegajoso charco rojo; entonces dudo…

¡No! Cierro los ojos: no puedo rajarme. Le doy el primer golpe con toda mi fuerza y el segundo y el tercero y muchos, muchos más. Cuando por fin me detengo, todos me miran en silencio.

−Pues sí que nos saliste cabrón, Calladito –dice El Jefe.

Después de unos cuantos segundos ríe escandalosamente y todos lo imitan. Me levanta una mano mientras la otra todavía sostiene el bate.

−¡Tenemos un ganador!

Sin saber de dónde, me entrega un hacha.

– VI –

VI

−Hola, vengo por mi hermanita.

−Hola, Chammy, pásale; ahorita te la entrego.

La vecina me deja en un diminuto pasillo de entrada mientras va a la recámara por la bebé.

−¿Cómo está tu mami? Tiene un rato que no la veo.

−Cómo ya encontró trabajo, ahora llega más tarde.

El depa de la vecina es horrendo, oscuro y envejecido. No tengo ni idea de que color es su sala porque siempre está tirada, con un buen de cosas y papeles encima.

−¡Qué gusto! Estaba súper apurada porque no encontraba nada.

Uno de los periódicos llama mi atención. La vecina sale de su recámara con mi hermanita en brazos y me la entrega. Cuando se aleja un poco para tomar su pañalera escondo el periódico en la mantita que cubre a la bebé.

−Salúdame a tu mami.

Mientras abre la puerta me despide despeinando un poco mi cabello.

−Eres un buen niño.

Corro por las escaleras hasta nuestro departamento. Nadie lo sabe pero llevo varios días escondido; al parecer el tipo al que nos echamos era una gran caca. El Jefe me dijo que me escondiera unos días mientras la cosa se calmaba; que no me preocupara que todo estaría bien y regresaría a trabajar igual que siempre. Pero nada que se calma, todos los días aparecen muertos y mantas; la estación de radio ya no reporta nada después de que les aventaron un cadáver en la puerta.

Dejo a la bebé en su cuna sin mucho cuidado mientras tomo el periódico. En la primera plana están los hombres del Jefe atados con cinta canela de pies y manos, a todos les sacaron los ojos y les cortaron la lengua. En la siguiente página hay una foto de la manta: Para que te eduques, cabrón. Sigues tú.

Ahora sí, ya me llevó la chingada.

– VII –

VII

Mientras caminamos por la acera, apenas escucho el llanto de mi madre; sus sollozos me aprietan por dentro haciéndome más difícil respirar, yo también quisiera llorar, pedirle perdón, pero no puedo… 

La calle está completamente vacía, es muy de madrugada; de vez en cuando pasa un auto que nos hace pegarnos a la pared y ver de reojo. Normalmente esperaríamos el camión, pero no queremos que nadie nos vea.

Los vi por la ventana desde que se bajaron del auto; venían por mí. Si estaban buscando al Jefe; no era difícil que me ligaran con él.

Yo no quería hacerle daño a mi hermanita… los huecos de los tinacos son un lugar seguro, no se ve nada desde la azotea  y quepo perfectamente, pero empezó a llorar; traté de calmarla pero seguía y seguía… le tape la boca unos segundos mientras los contras se iban…

Mi mamá llegó cuando yo le estaba dando respiración de boca a boca.  La abrazó por muchas horas mientras lloraba sin decir una sola palabra, la dejó en su cunita con un beso y marcó un número. Le dijo lo que pasó y le soltó: ¡Aquí te dejo a tu hija! Ya que cuando vivía no te importó, al menos en su muerte compórtate como hombre y dale sepultura; y sin más colgó. Qué irónico que su muerte le diera por fin un nombre y un padre a alguien que jamás existió más que para mí y para mi madre.

Sabe que no soy tan inocente como le dije. La Maña no ataca así como así, siempre hay una razón. Debería matarme a golpes, insultarme por lo menos… pero no lo ha hecho y eso sí que me está envenenando por dentro.

Solo camina sin voltear a verme.

¡Ya, mamá; ya no llores! ¡Por favor, ya no llores! Las palabras se me atoran pero no le digo nada, no puedo.

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