Desde niños nuestros padres y adultos cercanos nos enseñan a creer en DIOS,  y por consiguiente nos inculcan valores como el compartir siempre lo nuestro con el hermanito, el primito,  el vecinito y  el amiguito del Colegio, en ocasiones llegamos a ser adultos creyendo y practicando esos valores,  legado de nuestros mayores o al contrario,  los olvidamos, sin embargo, en el cumpleaños de nuestro DIOS, todos lo recordamos  o por lo menos pretendemos recordarlo, pero, ¿Por qué esperar solo la Navidad para recordar o retomar el “compartir”, incluso convirtiéndonos en “salvajes capitalistas”  sacando de donde sea y como sea para compartir,  ¿no será acaso solo costumbre, obligación, ego o compromiso?  o ¿será real ese gran deseo que nos inunda en navidad a todos?, pienso particularmente que no es necesario un día especial  del año, para compartir…  creo en el “ser y estar” siempre, cualquier día es bueno para un regalo, un abrazo, un detalle, un perdón, una disculpa, un “lo que sea” que te salga del corazón para ese ser que quieres y demostrárselo…

Pero saliendo de eso  y aceptando la agradable reunión con familiares, pareja, amigos, disfrutando sabrosos alimentos de seguro…. ¿Cuál es nuestro “compartimiento” o mejor dicho nuestro comportamiento, con las demás personas?, no con el vecino de aunque sea un buenos días, o el compañero de ascensor,  o con la señora  en el banco o en el supermercado, no, ¿Cómo nos comportamos con esos seres que están alrededor pasando casi desapercibidos para muchos que están ocupados en sus cosas?… ¿qué les obsequiamos?  A los  mal llamados pobres, porque quizás son pobres materialmente hablando, pero no de espíritu, lo más importante, a esos excluidos que respiran nuestro mismo aire y nosotros el de ellos… Esas personas con las que compartimos nuestra existencia, en tiempo y espacio y hasta la misma Fé, muchas veces…

No hablo solo de un obsequio material, sería imposible o nos arruinaría  ir por allí como “San Nicolás” con un saco de regalos materiales para esas personas que casi son invisibles para muchos,  aunque debe ser hermosa la experiencia, para ellos y para nosotros, no lo niego, haciendo hasta el  JO JO JO JO de nuestro querido viejito gordito…. 

A esas  personas que pasan casi desapercibidas y que por razones antes expuestas no podemos darles solo regalos materiales,  si podemos darles otros que no son materiales, pero son mejores, si, mejores, porque  podemos brindarles lo mínimo que a cualquier ser vivo debemos ofrecer, por derecho… El RESPETO, LA CONSIDERACION… por ejemplo…

Para el niño pequeño que te mira a través del vidrio de tu carro, con su vasito en la mano y su cabello enmarañado, pidiendo una monedita para mitigar su hambre.

Para el muchacho que corre a limpiar tu parabrisas, cuando el semáforo esta en rojo  y a veces  comienza su trabajo, sin esperar tu permiso, con la ilusión de tener ya seguro un dinero ganado, aunque limpie 2.000, está trabajando.

Para el Señor buhonero, vendedor informal, que todo sudoroso corre tras los carros a la minima seña, debiendo luchar con la luz del semáforo y las inflexibles cornetas de los impacientes, que dificultan el hacer su trabajo, con la mercancía que  una vez vendida se convertirá en su sustento y en el de su familia, hay que pagarle y no salir huyendo..

Para el Señor anciano, que con su bastón, temeroso, camina por la calle, con pasos lentos y sabiendo que quizás detiene a alguien apurado que viene detrás de él, por su inseguro  paso  entre  paso.

Para el Señor chofer del carrito por puesto que se estaciona delante de ti para dejar o recoger a un pasajero,  está  “depravao” y te quita, quizás uno o dos minutos de tu valioso tiempo, porque tiene que trabajar para saciar la necesidad de su familia.

Para el Señor  heladero, carretillero o vendedor de jugos,  que muchas veces va a tu lado, en su lenta bicicleta o carretilla y no te deja cruzar o  volar en tu carro, porque tú vas sobre 4 ruedas y el solo sobre 2, mucho más lentas, para ganarse la vida.

Para el Señor con la necesidad dibujada en su rostro, que te sale diciendo que te ha cuidado el carro y tú  sabes que es primera vez que lo ves, en el lugar donde lo dejaste y te dice ”dale dale”, con un pitico en la mano.

Para la Señora mamá con su hijito en brazos, que con  su ropa rota, cocida y recocida diez veces,  te pide con la mano extendida y los ojos brillantes, algo que tenga la señora para darle de comer a su muchachito.

Para el Señor invidente o en su silla de ruedas que te hace parar de pronto, en tu agitada carrera, para que con calma pasen, sorteando obstáculos  para ti pequeños  y que para ellos pueden ser inmensos.

Para el Señor, ese pobre loco,  que va descalzo, con solo un guayuco que lo cubre y el cabello  enredado, caminando por la calle, porque alguna desgracia quizás en su pasado lo hizo perder la razón y ahora por allí anda solo y hambriento, asustando a la gente.

Para la señora que en algún lugar que visites  por estar limpiando, no te deje pasar por unos minutitos a hacer tu diligencia,  ya que esta sacándole brillo con la fuerza de sus brazos al suelo, por donde tú pisas.

Para el animalito que va de pote en pote, buscando un huesito que llevarse a su hocico porque el hambre le duele en su cuerpo  ya débil y flaquito.

 Y Para esa persona  que refleja el espejo, cuando llega a su cuarto, muchas veces con el alma triste o con el ceño fruncido, luego de un arduo día fuera de la comodidad de su casa y que quizás entre tanta “alegría y compartires”, pasó desapercibida y ahora se ve inundada de pobreza de espíritu, a pesar de toda la riqueza material que ha compartido.

Solo humildemente es  una reflexión, por lo que he observado, escuchado y sentido, para  poner en practica todo el año, hagamos del respeto y la consideración, un estilo de vida,  no solo para quienes pensamos que lo merecen, también para quienes lo merecen, aunque  creamos que no….

 No tenemos que pertenecer a alguna institución para hacer el bien, aunque en equipo siempre es mejor el trabajo,  empecemos, cada uno individualmente puede hacerlo, solo falta voluntad, acción y en ocasiones,  solo un gesto…

Ileana Salazar Belloso  

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