La Sra. Domínguez dijo que las flores las compraría ella. Era la primera vez que se reunían y estaba nerviosa. ¿cómo explicarle a Peter que iba a faltar de casa? ¿ qué le diría a su madre cuando viniera a cuidar a los niños?.

Cuando Pedro empezó a ir a  Alcohólicos anónimos no se lo creía del todo, pero había empezado a ver un rayo de esperanza. Habían pasado varios meses y, como un milagro, no había probado la bebida. Le había acompañado todas las semanas para que no faltara. Veía que otras mujeres hacían lo mismo y notaba un suspiro silencioso y unánime entre todas ellas al ver que entraban. Era una cita obligada, un clavo ardiendo al que agarrarse, un miedo menos esa tarde al no dejarle solo. En casa las cosas habían mejorado, aunque quedaban todavía muchas heridas abiertas y mucho miedo.

Un día la Sra. Gómez la miró en la espera, y se acercó a hablarla. Esa pequeña charla las ayudó mucho, y decidieron hacerlo llamando a las demás y esperar  juntas a que salieran. Y se fue convirtiendo en costumbre.

Viendo el bien que se hacían, habían pedido para ellas otra sala, y una vez todo solucionado, se reunirían  a partir de esa tarde todos los miércoles de siete a nueve.

Se iba vistiendo nerviosa, como quien va a una cita a escondidas y se siente culpable. ¡Era también por sus hijos! Eso la ayudaba.

Llegó Peter; la miraba intranquilo. La veía arreglarse y eso no le gustaba. ¿De qué van a hablar todas ellas? ¿a qué viene contar los trapos de casa con esas cotorras? A ellos les iba bien, pero eso era otra cosa. Le tentaba un trago para dejarla ir, y el nervio agarrado a la tripa le hacía cogerse las manos en los bolsillos. Pero la agarró.  La cogió fuerte el brazo y la miró. Se clavaron los ojos como agujas y ella los retó, aunque muriendo de miedo por dentro. Le temblaba hasta el alma, pero aguantó la mirada, separó el brazo, cogió el bolso y salió de casa.

Se fue a por las flores. Era su primera reunión y seguramente el hilo del que aferrarse y empezar a tejer la fuerza que tanto necesitaba. Se volvió a mirar la ventana de casa. Ahí estaba asomado. Por él, por ella, por sus hijos y ¡ PORQUE YA ESTABA BIEN!, le dijo adiós con la mano y se dió la vuelta.

La calle era muy ancha y ella muy pequeñita, pero agarró su bolso, su principio de orgullo, plantó los tacones y echó a andar  a la floristería.

Una flor para cada una y … ¡cómo un pincel! pensó nerviosa y contenta, ¡como un pincel todas con nuestra  flor en el pelo!

Y esbozó un principio de sonrisa.

 

 

 

 

 

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