FILA INDIA

Teníamos que llegar a las diez en punto de la mañana a la Escribanía, tardamos mucho en las barreras, cruzamos cuatro en total. Ana Claudia y sus supersticiones nos trajo a raya, cada vez que llegábamos a una nos obligaba a levantar los pies.

― Como hago, estoy manejando no puedo sacar los pies de los pedales. ―

―Vós, acelerá hasta que el auto esté por subir las vías y levanta los pies, el auto seguirá solo.―

Lo intenté varias veces, el auto detenía el motor, logramos cruzar manteniendo el pedal apretado suavemente; ella repetía una y otra vez que nos traería alguna desgracia.

Celia, me golpeó con el codo, miraba mis pies y descubrió que la alfombra del lado del conductor tenía marcas de barro.

―Te das cuenta Humberto, este auto es un asco, no puede ser que no revises estos detalles, eres igual que papá.―

Protestó todo el viaje. Mi cuñado es lo menos parecido a su padre. Don Aurelio, era un hombre flaco, de mediana altura con pelo negro, compactado sobre la frente haciendo contraste con sus facciones finas y muy blancas, fumador empedernido, con mucha facilidad para hablar, era de esos hombres que se pierden con facilidad y retornan arrastrándose de adentro de una botella; gran jugador de póker. Esas costumbres, las aprendió mientras estuvo embarcado en su juventud, no fué marinero profesional. Cuando su padre, marino de toda la vida se jubiló, ahí salió su oportunidad. Estuvo a cargo de la cocina, hasta que un buen día se dio cuenta que tenìa facilidad para el diálogo y podría ser más útil en comunicaciones, hizo el curso y pronto reemplazó al oficial radio operador. Sus dos hijos, no quieren escuchar las anécdotas de mi suegro que vivió fiel a sí mismo, creo que en el fondo no lo quieren; siempre repudiaron sus hechos. La verdad es que cuando llegó de Santa Fe, vino con una mano atrás y otra adelante, como le gustaba contar a él, pero, con el invento de una máquina de café a fichas bajo el brazo. Se puso en contacto con alguien y éste lo esperó en el café «los angelitos», mostró su invento y se llevó la inmensa fortuna de esperar hasta que el fulano trajera los papeles del invento para firmar y los contratos de fabricación. Aún después que cerraron el café, siguió yendo a buscar al estafador. Con los años las máquinas se hicieron famosas, don Aurelio, cada vez más pobre. Vivió buscando todo tipo de salidas laborales y todas de cuenta propia, por un tiempo, lo que más le dio resultado fue el póker y las apuestas, llegó a tener un caballo propio en sociedad. Entrenaba cada día técnicas de arrojar los dados en el paso Ingles y salidas ganadoras en el póker abierto como si fuera un trabajo de ocho horas. Tenía un gran talento para los negocios que arruinaba con las apuestas. El último fué un gran restaurante que llamó, fila India, nadie supo por qué le puso ese nombre, cuando le preguntaban, él decía: ya verán es un nombre muy bueno. Los platos eran abundantes y de una exquisita cocina, tenia los mejores chef. En el fondo del local, derrochaba las ganancias a diario en una habitación sucia y escondida donde además, guardaban el carbón y las bolsas de papas. Ahí, lo encontraron muerto: derrame cerebral, apoyó la cabeza sobre la mesa en medio de una partida de cartas, le salía sangre por las orejas; dijeron los otros jugadores.

Anduvimos callados por un rato, silencio incómodo; Humberto dijo algo como para romper el hielo.

—¿Podremos ver la casa antigua después de la reunión?—

Mi mujer, se enfureció tanto con él que los gritos la dejaron disfónica. Mi cuñado, golpeaba la cabeza contra la ventana, al principio con suavidad y no escuchaba nada de lo que decíamos. Le agarré la mano a mi mujer para tranquilizarla. Otra vez mudos, él seguía golpeandose la cabeza, de pronto bajó la ventanilla y comenzó a vomitar, detuve el auto, todos estábamos sorprendidos. Bajó y se agarraba la panza, las mujeres fumaban, lo tomé de un brazo y lo ayudé a volver al auto y antes de subir me dijo con lágrimas en los ojos: Celia no lo sabe…

— ¿Qué decís?—

—Sí, papá la sacó del testamento, ellos discutían mucho, mamá lloraba todos los días; ella nunca se recuperó de ese disgusto. —

No supe que decir, comenzó a sollozar, ellas seguían fumando, miré el camino y aún nos faltaba un buen tramo para llegar, ―Subamos al auto y después hablamos―

El silencio era aún más pesado, quería hablar y no me salían palabras, mi mente vagaba por todo tipo de temas y no encontraba uno que pudiera sacar; Humberto comenzó a hablar con titubeos.

—Ehh, yo quiero decir algo antes de entrar a la reunión con los abogados. —

Lo miramos, me aferre con fuerzas al volante y miré a mi mujer, èl, seguia con los golpes en la ventana.

Llegamos y di varias vueltas para estacionar, me sentía muy cansado, Humberto comenzó a hablar.

Todos bajamos del auto, mi mujer lo enfrentó: todo lo que tengas que decir sobre papá, lo podrás hacer delante de los abogados, vamos adentro que ya es tarde.

Entramos, había mucha gente y cuando nos llamaron entraron una mujer y un muchacho alto muy delgado, después supimos que mi suegro tenía otro hijo. Celia se desmayó, la sostuve y los demás intentaron ayudar, ella volvió en sí. Ana Claudia comenzó a gritar: sabía que algo iba a pasar. Se paró y le dijo a la escribana: les pedí que levanten los pies al cruzar las vías y ninguno lo hizo por eso todo esto, mis suegros se murieron de tristeza y los únicos hermanos aquí son ellos dos.

La escribana comenzó a leer el testamento: Celia Rodríguez, a usted, como hija adoptada; le deja todos sus discos.

Celia se desplomó.

Paulo Chiader

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