su mirada representaba todo el temor que puedes imaginar y acurrucado en aquella esquina buscando como loco por ver alguna cara conocida, sólo tenía fuerza para llorar, puesto que sus manos húmedas y temblorosas no lo ayudaban a levantarse de aquella tediosa calle por la cual pasaba mucha gente…

Mi abuelo, ¡oh, grandioso ser! que se desvivía por ver cómo su familia crecía generación tras generación.

Un personaje como él no recuerdo en la vida. Nos contaba cómo bailando conoció a la abuela y cómo le costó enamorarla, de cómo al fin ya podían ir juntos del brazo paseando por aquellas calles angostas del pueblo planeando cada día de sus vidas sin miedo alguno, de cuando pusieron juntos la primera piedra para construir sus sueños en aquel pedacito de tierra en las afueras donde el sol amanecía saludando a las flores frondosas que plantaba la abuela, el abuelo le había construido un pequeño banco de madera, allí, cuando el abuelo llegaba de sus tareas, ella le esperaba sentada y abrazaditos admiraban el final de otro grandioso día juntos.

El trabajo de la abuela era de alta costura y ascendió terminando por hacer todas las ropitas que hacía para sus siete hijos:

El tío Tomás, mi mamá Eva, Mari luz, luisete, Nena ( la Pecas), el tío Marcelino y el pequeño Santi pio, todos tan peculiares.

Y mientras el abuelo montaba una tienda usando como caja registradora una libreta y un lápiz. La cual era de grande como un garaje donde caben dos coches.

allí vendía todos los alimentos a granel para el pueblo, vendía parte de su cosecha de verduras y unas papas tan dulces y rosadas que la gente se las llevaba al instante de la tienda.

Pero mi parte favorita era en la que mi tía me contaba cómo a escondidas de la abuela iban a la trastienda a coger las golosinas que el abuelo les dejaba tras unas rocas escondidas.

El abuelo también vendía parte de las flores que la abuela plantaba, la gente que pasaba por la calle por allí cerca decían que los aromas eran irresistibles.

Bueno, todo sonaba de cuento de hadas y durante muchos años fue así, hasta que un año de fríos muy fuertes atacaron a aquel pueblo tan cálido. Ese año, hubieron varios fallecidos por el frío y entre ellos unos de mis tíos más pequeño que con 6 años no soportó la neumonía de aquel entonces.

Fue un duro golpe para todos, puesto que el tío Santi pio, que le decían así cariñosamente porque podía atrapar todos los pajaritos que se le acercaban silbando como ellos y poniendo como trampa sólo la palma de su mano con alpiste.

Se pasaba horas sentado sólo para escuchar el canto de las aves.

El abuelo contaba cómo la abuela se volvió frágil después de aquello…

A veces se escondía detrás del muro en el que ella contemplaba a su hijo pequeño y allí sonriendo y llorando al mismo tiempo lo recordaba.

Noté muchas veces cómo el abuelo contemplaba la foto del tío horas y horas y nos hablaba de él.

Fueron unos años muy duros pero juntos superaron duras batallas de tal magnitud.

Hoy día, los abuelos ya están mayores y lo que hacen es recordar cosas del pasado, bueno, más bien la abuela le hace recordar al abuelo porque su enfermedad ya hace que sólo recuerde vagamente cosas y apenas se reconoce a él mismo frente al espejo.

Le gustaba mucho hacer cuentas como las que hacía en la tienda y así se entretenía todo el día. hasta que un día en el muro de su casa vio un pequeño niño que jugaba con los animalitos. Imagino que por un momento creyó ver a su propio hijo corriendo tras los pajaritos y así fue como mi abuelo salió de su casa sin saber qué hacía y así caminó hasta el pueblo donde después de unas horas pudimos encontrarle en la calle sentado y perdido.

El abuelo no sabía cómo llegó allí, decía que buscaba algo pero no sabía el qué…tenía las manos melladas y las rodillas sucias, sus pantalones rotos tras las caídas que sufrió por el camino, no recordaba a nadie hasta que vio el rostro de la abuela.

Al verla se tiró las manos a la cara con forma de sorprendido y echó una carcajada cuando ella se le acercó y le dijo:

Mujer no llores que sólo fui en busca de nuestro pio, el muy trasto salió corriendo detrás de un pajarito pero esta vez no lo cogió y ahora no sé dónde se metió.

Pero ayúdame a buscarlo que juntos podemos…

La abuela le sonrió y agarrándolo de la mano lo levantó del frío suelo y asintiéndole con la cabeza le dijo que tenía razón.

Meses más tarde, el abuelo no pudo resistir más y allí descansa junto a su pajarito silbando como él hacía…

Ahora es la abuela es la que nos hace recordar las historias de la vida junto al abuelo los días en los que nos reunimos toda la familia. Luego se queda un rato callada observándonos y nos dice con voz muy bajita:

hasta que me olvide…

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