Recuerdo de mentira

Recuerdo de mentira

Becca Blume

19/02/2020

Papá no suele ser alguien afectuoso. En casa es un hombre serio, aunque estoy segura que muchas personas no lo describirían así. Tal vez es porque no lo conocen tan bien.

Por las tardes se sienta cerca a la chimenea, cruza su pierna y se concentra en su celular, atento a la política y otras noticias. Tal vez en otra época lo que tendría en sus manos sería un periódico y a lado una taza de café. Hace ocasionales comentarios de algún político cuando se siente indignado con sus actitudes o acciones. Viéndolo así, a veces cuesta trabajo creer que muchos años atrás fue un hombre muy cariñoso y dedicado a su familia. Ahora también lo es, nunca ha dejado de hacerse responsable de nosotros, pero la convivencia no es tan recurrente como se podría esperar.

Mamá lo acompaña durante las noches, ambos sumidos en silencio, con celular en mano. A veces se puede escuchar la risa de ella por algún vídeo o el sonido que hace facebook cuando reacciona alguna publicación.

Por otro lado, yo solo me siento en un rincón con la computadora en mis piernas mientras navego en Internet. El silencio no es algo que me moleste. En ocasiones respondo a los comentarios que ellos hacen, pero nada se extiende demasiado como para una conversación. Aunque, eso no significa que no hayamos tenido largas y agradables pláticas hasta la una de la mañana.

Aclaro que, no le guardo ningún rencor a mis padres. Entiendo que con el pasar del tiempo las personas pierden la euforia por descubrir cosas nuevas, por hacer actividades en familia o simplemente conversar. Además, cuando eres un joven adulto, tu concentración se puede encontrar en otras cosas. ¡HEMOS SIDO ABSORBIDOS POR LA TECNOLOGÍA!

Hay muy pocas anécdotas que pueda recordar sobre mi papá. Entre ellas, los momentos cuando me llevaba al jardín de niños. Me subía junto a él en su bicicleta y mientras él pedaleaba, a mí me gustaba mirar la llanta delantera y el suelo moverse con velocidad como si fuera la cinta de una caminadora. Siempre me gustó eso, ese pequeño momento que transcurría de casa a mi escuela. Por unos minutos podíamos ser él y yo, sin necesidad de decir nada.

Cabe destacar, que cuando sale a colación un tema del pasado, mi papá dice que cuando yo era pequeña, él me peinaba. ¡Ah! No imagino cuán bonito habría sido ver esa imagen, porque yo no lo recuerdo. Hay muchas cosas de mi infancia que no recuerdo, no como mi hermano y mi hermana, que tienen un montón de historias qué contar de cuando eran niños; ambos siempre tienen algo que compartir sobre mamá y papá.

Sin embargo, de todo eso, hay una cosa, un recuerdo que me hizo querer llorar de indignación. ¡Oh! vamos, que me puse sensible cuando descubrí la verdad.

Como dije al principio, mi papá no ha sido muy afectuoso. Así que recordar algo que haya vivido con él, no es muy sencillo. Pero entre eso poco, hay un evento que tengo muy claro en mis pensamientos, que cuando lo evoco, es fácil imaginar el calor, el sonido del agua y de los arboles al ser arrullados por el viento. Es fácil ver con claridad los colores del paisaje e incluso, los olores.

Nosotros vivíamos en un pequeño pueblo. Las calles eran de terracería, los patios de las casas tenían frondosos árboles frutales, así que no podía faltar una hamaca en cada terreno, ni la clásica escoba de «bruja» para barrer las hojas que caían diariamente. Los niños y los adolescentes corrían descalzos por las calles jugando a las canicas, a los trompos y al baseball. Algo muy común de ver, eran las carretas hechas de manera rustica, tiradas por un pequeño asno o caballo, cargando enormes cantidades de elotes. El ambiente era muy bonito en aquel entonces, sin que los autos llegaran a contaminar o los tractores a romper la pasividad del ambiente.

Entonces, tal vez tenía 4 años, y algo especial que ocurría en ese momento, era que, había ocasiones en la que mi papá me llevaba con él a pescar. Suena como algo normal, ¿verdad? Y claro que lo era, o al menos así lo pensaba hasta hace un par de años atrás.

Había un canal cerca de nuestra casa, y a lo largo del mismo había puentes metálicos que lo cruzaban de lado a lado. A uno de esos puentes me llevaba. Primero juntábamos muchas rocas y entonces él me decía: «—Mira, ahí están los peces. Arrójales piedras.»

Y yo, como la hija obediente que era, eso hacía. Mi pequeño yo de 4 años se emocionaba como loca tratando de golpear uno de los peces que eran fácilmente visibles en el agua baja y cristalina. Tenía la ilusión de poder volver a casa con uno y enseñárselo a mamá para que luego lo cocinara, pero, obviamente eso nunca pasó.

Así que, será extraño pero, ¿pueden creer que con 18 años pensaba que eso era cierto? ¡Grande fue mi desilusión cuando mi papá contó que solo lo hacía para que yo me entretuviera! Por años creí que realmente podía pescar un pez a pedradas. Claro que nunca lo volví a hacer luego de que nos mudáramos de ese lugar, pero el recuerdo ahí estaba, la idea ahí estaba. Pero, solo se trataba de un recuerdo de mentira.

Me sentí muy indignada, creo que aún no lo supero. Bueno, es una exageración. Ahora que lo pienso, es algo que me causa risa y le agradezco mucho a mi padre por los pequeños momentos que hemos pasado juntos. Tal vez los puedo contar con los dedos de mis manos y aun así me sobrarían, pero son tan especiales que los atesoro en mi memoria con gran cariño.

FIN

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