Hay que empezar aclarando que Conilla fue criado en el seno de una familia de peones de campo allá por el 1900 en un rincón de la Pampa: muchos hermanos, pocos limites y sin educación formal; ergo analfabeto y condenado a ser peón por el resto de su vida. Gente sencilla, que entiende solo de lo necesario para sobrevivir el día a día, pero con Conilla decir que era ‘simple’ es ser un pijotero. Conilla no solo era bruto, era un maestro y artesano de la brutalidad, tal es así que elevó la profesión a nuevos estándares y su nombre debería quedar asentado para ser conmemorado por quienes se atrevan a autodenominarse ‘brutos’.

Recordemos aquel día que fue por primera vez al cine, ya de adulto, porque no eran tan populares los cines en los pueblos rurales. Sus amigos lo invitaron a ver una película del far west. Que arrancaba con un arrogante cow boy cabalgando en medio de la nada y acercándose a la pantalla poco a poco, agrandando su figura. Cuando ya estaba cerca, y mirando a la audiencia, inesperadamente saca un arma y dispara apuntando al frente. Conilla, en el acto, saca su propia arma y también le dispara, a la pantalla.

–A mi no joputa

En el campo el trabajo es estacional, hay una época fuerte para trabajar en la siembra y una para trabajar en la cosecha, pero también, claro esta, hay huecos en medio. Estos huecos para nuestro Conilla, se rellenaban con la ‘gira’. Conilla no era alcohólico, mas bien era un empecinado borracho oportunista. Durante la gira, se alimentaba mal, se emborrachaba muy bien, no se lavaba nada y volvía al campo con los bolsillos vacíos, y toda la mugre encima. Era costumbre que los caseros, Don Bernardo y Doña Beatriz le saquen la ropa, la quemen, le corten el pelo al ras (por los piojos) y lo laven a baldazos con una escoba; pulcra costumbre.

Pero justamente, si usted le preguntaba a Conilla –Conilla, ¿Usted es pulcro?– El lo negaba categóricamente. –¡¡Que no soy pulcro!!– Mismo resultado con culto. Hombre de gran autocrítica y reflexiva filosofía contemporánea. No les quiero dar una impresión equivocada, el hombre era bruto, pero no estaba desprovisto de inteligencia. Es mas, tenía muchas frases de alta elocuencia. Por ejemplo, cuando en una época que estaba con problemas de hemorroides Doña Beatriz le insistía en que tenía que ser mas riguroso con la higiene de sus zonas íntimas, el no pudo haber respuesto de alguna forma mas acertada:

–Ma que si no me lavo la cara, me voy a lava el culo–

Hombre de gran recorrido y experiencia, sobresalía al ser todo un adelantado a la época:

–Cuando yo jui para Norte América, había autos que andaban por el agua. Si uno iba andando ahí por el campo y de golpe se cruzaba con un charco, no hay problema. Daba marcha atras, sacaba las alitas del auto –Extiende los brazos y los mueve como un pájaro– tomaba carrera y fiummm pasaba por arriba del agua, un espetaculo–

Y ni hablemos de su corazón, era un hombre de bondad pura. Por ejemplo, una vez tuvo que viajar a Buenos Aires, para atenderse una herida mal curada. A la vuelta, subiendo al tren en la estación de Retiro, no tuvo mejor idea que comprarle un regalo a los chicos del campo: José y Bernardito, los hijos de los dueños. Unos helados, que puso en la valija, y viajaron en el tren 4 horas. Aclaremos que el vendedor, que todavía se está riendo, es un hijo de puta.

[Don Bernardo y Doña Beatriz en el fondo de su chacra]


El hombre era bruto, pero también era bueno hasta la médula, y la gente lo apreciaba mucho. Muchos años después de la infructuosa compra de los helados, un conocido de Conilla se lo encuentra tomando y fumando en un bar, como era habitual. Quien lo reconoce no lo había visto por mas de 10 años, sin embargo, no duda ni un instante y lo encara.

Sin presentarse, y sin que Conilla lo reconozca entabla una de esas típicas interacciones de desconocidos en bares. Le invita unas copas, le menciona gente que conocen ambos y encuentran cosas de las que charlar largo y tendido. Hasta que en un momento, y a este punto con nuestro personaje bastante intoxicado, este otro le empieza a hablar mal, peste, de su antiguo empleador.

–¿Pero usted también lo conoce a Bernardo? Ese era un ladrón, y la familia también, todos fallutos y chorros–

Conilla le dice que no, que se equivoca, pero como el hombre es insistente el conflicto escala. Hasta que otros borrachos, varios, tienen que pararlo para que no se vaya encima del acusador. Mansa sorpresa se llevó, cuando se dio cuenta que quien le hablaba no era otro que uno de esos chicos a los que le había intentado comprar helado en Retiro, muchos años atrás. Pero claro, ya no era un chico.

–Conilla, soy Bernardito, el hijo de Bernardo–

Las lágrimas tampoco se olvidaron de Conilla que borracho y feliz termina llorando como un nene en un reencuentro inesperado.

[Bernardito, ahora Bernardo, junto a dos amigos]

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