Las luces rojas giraban dentro de una cajita plástica transparente, abriendo paso por el pesado tránsito de las calles, era preciso llegar a tiempo, si no todo sería en vano. Los brazos disparejos del reloj de pulsera caminaban tan deprisa, pero a la vez tan lento, marcando las ocho de la noche. La hora en ese momento era lo menos importante, pero el tiempo si, cada segundo, cada minuto contaba.

A pesar de la prisa, un semáforo quedaba en rojo y mientras la ambulancia se abría camino en la fila sin fin de automóviles para poder pasar, ella pensaba en su todo, en la hija que iluminaba su alma y el sendero oscuro de su vida. Ya había pasado nueve meses de aquella fatídica intervención, dónde en vez de mejorar se acababa, parecía que ese día sería el principio del fin. Los últimos veinticinco años no había hecho más que sacrificar todo por ella, recordar sus primeros pasos, sus primeras palabras, sus travesuras y picardías. La ambulancia logro pasar y avanzaron al lugar donde pasaría los últimos días de tan fatídica vida. La oscuridad de la vida, había dado golpes fuertes, no sólo físicos, si no de corazón, el hombre, el compañero de vida no había sido el ideal, pueda que el destino y el azar, no había jugado de su lado. Gritos, golpes, moretones, engaños, en fin, todo este cóctel de crueldad había acabado con el amor que una vez sintió.

En el camino hacia la eternidad pasaron por aquella calle que le recordó bellos momentos donde inicio todo, en una vieja empresa de textiles dónde pensó que había encontrado el verdadero amor, una plática los llevo a una salida, una salida, los llevo a un beso, un beso los llevo a todo lo demás. Recordando ella, pego un suspiro, y a pesar de que esa fatídica decisión la llevo al sufrimiento seguro, no se arrepintió nunca, pues el fruto de todo ello si gusto a su corazón. Dos décadas y media después todo aquello había terminado, aunque jamás tuvo una vida plena como mujer, si la consiguió como madre. Si tan sólo hubiera tomado una decisión pensando en ella, todo hubiese sido distinto, sin embargo, el amor en su máxima expresión es ciego, más oscuro que la noche, poco entendible como el espacio.

Los minutos corrían, el tiempo se acababa, tres cuadras quedaban para llegar, para llegar al final, había sido el viaje más largo que pudo haber tenido en tan efímera vida. Logro despertar justo antes de llegar a su destino. Bajaron su débil y delicado cuerpo, la trataron con sublime delicadeza, delicadeza que hubiese querido recibir siempre por su opresor, y tan desdichada fue su vida, que sólo por nueve meses recibió este trato, queriendo recompensar así el mal trato y abuso que muchos tuvieron hacia ella por mucho tiempo, incluyendo su verdugo, queriendo recompensar el daño que por muchos años le dio. Sin embargo, este período de tiempo seria efímero, el daño estaba hecho, la herida sanó, pero la cicatriz quedaría adherida al cuerpo como tatuaje al corazón.

Un hombre vestido de negro habría una reja de seguridad, que dividía dos mundos distintos, que al final no existe diferencia entre ambos, todo sería lo mismo, el mismo sufrimiento, el mismo dolor, la misma soledad, destinada a pasar los últimos días encerrada entre cuatro paredes y un techo, pero, ¿no sería mejor sufrir en este mundo que el ya conocido? Total, ya no había nada que perder, ya todo estaba perdido, hasta lo más insignificante en ese momento cobraba un valor incalculable. Bajaron su débil y delicado cuerpo a una camilla fría como el invierno, pero ardiente como el infierno, preciso el momento en el que se encontraba en el límite.

Colocado su cuerpo, suspiró por un momento, no quería entrar a su última morada sin antes despedirse de la que fue su único amor, su verdadero amor. El nuevo amor que crecía dentro del vientre de su hija, le decía que corriera a la reja para despedirse de ella, sin embargo, los galenos la ingresaron y cómo un suspiro desapareció, la hija y su madre no lograron despedirse. Nunca imagino que sería la última vez que la vería, sin embargo, ella si lo sabía. Camino por el pasillo, viendo las luces pasar, sabía que partiría, pero el fruto del vientre de su hija quedaría como recompensa a su partida.

Veintitres del ocho a las siete con diez, naciendo la mañana llego la recompensa, en punto de las ocho partió la mujer que sufrió por amor, por amor a su único amor. Hay tan sólo un paso entre la vida y la muerte, un sólo suspiro, un amanecer y un anochecer. Si tan solo hubiéramos tenido más tiempo, quizás muchas historias más hubiéramos contado. Te busco, más no te encuentro, te llamo, pero no me respondes, hasta de las fotos te has desvanecido, ya no estás aquí, ¿dónde te has metido? ¿dónde puedo buscarte? ¿a dónde iré a llamarte? Tu ropa al parecer te extraña, la cocina no es la misma sin ti, el jardín que juntas formamos llora tu ausencia, el sol que nace cada día no es el mismo sin ti.

Si tu alma llegare hasta donde no llegase el aire, si no donde se formasen las gotas de agua, entonces yo sabre que cada gota de agua que cayere pique a tierra será el suspiro y el recuerdo que alguna vez viviésemos tu y yo. Las almacenaré, las querré cómo si fuese el aire mismo, como si fuese el oxígeno para el recuerdo, y así ver el reflejo en el suelo de donde podría tomar las migajas de lo que fue vida y lanzarlas a nuestra propia Andrómeda para vivir tan solo una vez más las veinticinco galaxias que pase junto a ti.

Martir del amor, ¿Cuándo regresarás? Vuelve si quieres, cuando te aburras de rondar con la soledad, te estaré esperando siempre, a que vuelvas, regresa pronto, no tardes.

firma Tu hija…

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